miércoles, 31 de marzo de 2010

Que toda la vida es sueño...



Mis queridos habitantes de bloguilandia:

Como una era poco, como tiene uno tanto tiempo entre pañales y biberones, me he embarcado en otra: son dos, desde ya, las novelas que intento llevar hacia delante.

¿Es posible eso? Seguramente no. En cualquier caso, ya les contaré. ¿Dos novelas escritas al mismo tiempo pueden devenir en que el resultado de al menos una de ellas pueda ser considerado decente? Seguramente no. En cualquier caso, ya les iré contando.

Pero son dos y dos van a seguir siendo. Que salga el sol por donde quiera salir. O que no salga. A veces lo necesita uno, pero otras veces…para qué.

Miro al blog desde hace unos días como se mira a un buen amigo. Le digo algo así como “paciencia, colega, ya nos tomaremos esa cervecita que tenemos pendiente. Tranquilidad”. La ausencia es, por ahora, obligada. Por fortuna, no es estricta. Ni lo será. No torné de pronto en eremita. Tampoco está uno escribiendo “El Quijote” o “Cien años de soledad”. Son novelas de andar por casa o, por mejor decir, para andar por la casa, por la vida. Por la mía, obviamente.

Son, casi, novelas escritas en pijama. Un cafelito, un cigarrito y, venga, muchacho, ponte a escribir. Que otra cosa, amigo, es que no hay modo de que hagas bien. Sueña uno con el día en que tengan esas novelas, o una de las dos (¿O bien otra distinta? ¿Otra, miarma?: sería ya un caso de patología paranoica o descaro imperdonable), entre sus manos.

Por ello, entre tantas razones inevitables, escribo: porque es un sueño. ¿Y saben? Las cosas como son y ya lo he dicho en otras ocasiones: tengo suerte con los sueños que sueño.

Se me cumplen.

Les quiero mucho. Es algo que ya saben, ¿verdad?

Besos.

sábado, 27 de marzo de 2010

Sí, soy yo, el Juanmita...el pesadito con lo que le emociona



Gracias, Ricard, por enviarme el audio.

Gracias, Tato, por unir, en un solo, los audios música/texto. Por todo.

Gracias, Víctor, por ser la voz de mis palabras.

Besos para todos.

jueves, 25 de marzo de 2010

¡¡No se lo pierdan!!

Queridos amigos:

Le entrada de abajo, "Benditas tentaciones", es la que debe ser considerada última de este blog. La que hay, por tanto, que leer (no es una orden, obviamente, ya me entienden).

Pero he recibido mi columna radiofónica emitida el miércoles (la entrada anterior dedicada al cumpleaños de mi mami) y la he colgado. He recibido el texto sin la música (con ella apareció en antena) y he puesto los dos audios por separado (no sé si es posible unirlos -¿Tato?-, en todo caso no lo permite mi torpeza informática). Den a los dos "plays", bajando el volumen de la marcha procesional hasta que quede como cama suave y disfruten con la maestría de la que hizo uso el lector que me hizo el favor de poner voz a mi afonía. Gracias Víctor García Rayo, gracias amigo.

No se lo pierdan, es una maravilla. De corazón lo digo.

Benditas tentaciones



Mis queridos habitantes de bloguilandia:
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios a mi entrada anterior. Una vez más me tiene apresado el puñetero tiempo y no lo encuentro para responderos uno a uno ni, por otra parte, para darme una vueltecita por vuestras cosas. Todo se andará, tampoco se trata de que el blog nos gobierne. Mantegamos, con él, una relación cordial, tranquila, casi de empatía.
Desde hace unos días, tengo la tentación de publicar la que es, casi, la última página de la Preparación de la novela que escribo, ay. Esa novela, sí, se divide al modo clásico de Preparación, Nudo y Deselance. Y recuerdo, para quienes no leyeron la entrada que publiqué en su momento (cosa que pueden hacer aquí, por otra parte), que la novela está escrita por un hombre muerto. Muerto de verdad, sin trucos, trampas, triquiñuelas...hasta aquí puedo leer.
La música que acompaña a esta entrada tiene buena culpa de que me ponga a escribir. La cuelgo por eso y, también, porque quiero mucho a Ridao, ea.
En fin, como lo mejor, acaso lo único bueno, que tienen las tentaciones es caer en ellas, he decidido colgar aquí esas palabras. Ya me contarán.
Besos para todos.
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"Hasta aquí también, casi, las páginas dedicadas a la Preparación de esta novela que a veces llamo relación de mis desdichas y, otras veces, montaña rusa. Aún no moriré en el Nudo. La muerte, obvio, no es sino el desenlace. Allí, en el Desenlace, la encontrará. A la mía, por favor. Y disculpe el susto. En las páginas que continúan comenzará a tener detalles o pistas (llámelo usted como desee, que a mí no me ha de importar) sobre ella, mi muerte. ¿Debiera concederle, por cierto, la dignidad que otorga la mayúscula? ¿Debiera ser, mi muerte, mi Muerte? Es probable, mas no me da la real gana. Cierto es que me ha concedido la oportunidad, aprovechada, de conseguir mi anhelo mayor: la escritura de una novela. Distinta, empero, a la novela que iba a ser. Cierto es. Pero, tras pensarlo detenida y tranquilamente, debo concluir, confesar, que no me ha compensado. Si en vida lo hubiera dado todo por escribir una gran novela, ahora, en muerte, todo lo volviera a dar a cambio de respirar, ver, tocar, sentir. Rompería una a una cada hoja de esta novela montaña rusa relación de mis desdichas, en trocitos tan pequeños que hicieran imposible su restauración. Y no me arrepentiría de ello, por supuesto que no. Vivir, volver a hacerlo. Imposible ya. Dicen, algunos lo creen, otros no, que sucedió una vez en la Historia, que Lázaro, tan tranquilo, se levantó y anduvo. ¿Dónde habrá que apuntarse para eso? No veo colas por aquí. ¿Será que ya no se ha vuelto a dar esa posibilidad? ¿No se han convocado esas oposiciones nunca más? ¿Será que todos mis compañeros están a gusto en esta condición, en estas condiciones? Siempre he intentado ir contracorriente, ya me va usted conociendo, pero me parece extremo este caso. No puede ser que yo sea el único interesado en volver al valle de lágrimas. Vivir, quiero vivir. ¿No escuchan mi grito? ¿Nadie hay que me pueda ayudar? Vivir. Caminar y pillar un resfriado. Vivir, tener un dolor de cabeza, tener hambre, tener sueño, tener algo. Tener. Vivir. He muerto sin saber que lo estaba haciendo, que me estaba matando, que me estaba muriendo. Morí mientras parecía que sólo iba a dormir. ¿Cuántos verbos tengo que dar a cambio del único que imploro: resucitar? ¿Con quién hay que negociar?
¿Sabe, querido lector? Me equivoqué. Lo va a descubrir pronto si continúa la lectura, pero ya le avanzo que no llegué a escribir ni una sola de las páginas que debían conformar mi novela."

miércoles, 24 de marzo de 2010

El cumpleaños de mi madre





Mis queridos amigos habitantes de bloguilandia:

Hoy, entre las 13:05 y las 13:30 (lamento no poder indicar con mayor precisión) se emite mi columna de cada miércoles en Punto Radio. Debido a una afonía tremenda que tengo desde ayer, mi texto será leído por Víctor García Rayo, uno de los grandes en este medio mágico llamado radio. Acaba de ser grabado para su emisión posterior y sólo puedo decir dos cosas: gracias Víctor y bendita la afonía que ha permitido la grabación con tu voz.

No tengo costumbre de colgar aquí mis columnas radiofónicas, pero la de hoy es especial: cumple años mi madre y a ella está dedicada. Si quieren y pueden escucharla no tienen más que sintonizar el 93.0 de la F.M. o pinchar
aquí.

¡¡Feliz cumpleaños, mami!!

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Querido Ali, queridos amigos:

Me van ustedes conociendo, saben que procuro escribir con respeto y casi siempre sobre Sevilla, la ciudad que nos muestra su dualidad incluso desde el momento en el cual comenzamos a sentirla: ora nos duele, ora nos alegra…siempre la amamos. Es por ello, porque nos vamos conociendo y nos vamos confiando, que hoy les pido que me permitan una licencia.

Escribo sentado sobre una mañana en Sevilla, la ciudad por la que ya dobla la esquina un nuevo Domingo de Ramos, la ciudad tocada por un Pregón que la mantuvo en silencio durante más de una hora, un Pregón que ha sido único y sublime, claro y distinto, una chicotá leída del tirón y al paso racheao del sentimiento puro, de la metáfora poderosa, de la verdad frente a un espejo limpio, de la voz de un Pregonero que si algo no sabe hacer en la vida es mentir.

Sí, escribo sentado sobre una mañana en Sevilla, en mi equipo de música suena “La Madrugá” de Abel Moreno y el teclado de mi ordenador huele a cera derretida y azahar. Sevilla espera y yo me siento a su lado, a esperar con ella. Pronto estaremos en la bulla, en el silencio. Pronto no sabremos qué hacer con el corazón. Y así, mientras espero, permítanme una licencia.

Déjenme, por favor, que vuelva mi mirada más suave hacia el pueblo que me vio crecer, Lora del Río. Allí, en una calle llamada Tetuán, hay una mujer que en este momento escucha la radio, escucha atenta estas palabras que está leyendo su niño. Es una mujer buena y dulce, que todo lo ha dado por sus dos hijos y ahora todo lo daría por sus dos nietos. Ella no sabe que hoy, un servidor de todos ustedes, tenía previsto hablar de ella, decir que la quiero, que todo lo merece, que siempre será impagable la deuda que un hijo tiene con quien le dio la vida. ¿Acaso pide ella algo a cambio? Hoy cumple años la madre que parió a este cronista. Permítanme la licencia, permitan que desde aquí diga feliz cumpleaños, mamá, te envío un beso y un achuchón. Si hoy me estás escuchando sólo es porque papá y tú habéis luchado sin descanso por mí. Gracias por todo y déjame pedirte un favor, uno más: ve preparando ese puchero que huele a tus manos, a mi infancia, a lo que soy cuando estoy a tu lado y me invade una certeza: te necesito igual que lo hacía cuando era un bebé que aún no sabía hablar.

viernes, 19 de marzo de 2010

Juan "El Manteca" y los blogueros

Ay, ay, ay...que me tienen ustedes olvidado a mi gran amigo Juan "El Manteca".

Esta tarde, mis compañeros de "La Radio de los Blogueros" hablarán en la tertulia sobre "La Fotografía". "El Manteca" ya ha escrito su columna semanal, la que anticipa en su blog. Escuchen esta tarde el programa y participen, que se pasa un buen rato.

Y no me dejen tan solo a mi mantequita, que es un buen tío. ¿Quieren leer su visión sobre "La Fotografía"? Pinchen aquí.

Abrazos y besos para todos.

sábado, 13 de marzo de 2010

Zuzón



Orillada, presente, sumisa

donde campa la incertidumbre

y encienden hogueras los dueños de las sombras.

Almacena la sabiduría de chamanes y druidas,

siglos de sol pobre y mañana vieja la colorean,

duelo de penitentes, súplicas de ancestros orantes,

desalmados arrepentidos, vigilia de amantes,

corazones en hebra, recios cayados para sostener

una caída como de mundo en aplomo,

resucitados y leyendas, héroes lazrados,

ascetas anémicos retirados en burdeles,

mantienen firme su carácter emoliente,

la esperanza de una curación.

Crece en caminos sin desbastar,

espera allí, elegante, incrédula,

sabia como viejos de campo y alma en paz,

que la mano severa del alquimista tocado

la escoja entre los ingredientes que emulsionan,

puchero mágico, piedra gris bajo caldero medieval,

y conforman la panacea universal.

Zuzón, hierba cana.

Concluye el diccionario, atrás queda el idioma:

conjunciones solidarias, adjetivos leales,

pronombres tímidos y verbos para conjugar

el silencio a contraluz que media entre la muerte y la vida.

A su modo, también anda sola la última palabra.

viernes, 12 de marzo de 2010

Los blogueros y El Manteca

No es que no los haya usado nunca, es que ni siquiera los ha visto. Y, sin embargo, Juan "El Manteca" nos habla hoy, en su columna semanal, sobre Videojuegos.
Besitos para todos.

Don Miguel Delibes


Anda uno por aquí, garabateando por días, garabateando los días, mecido por los amigos que lo quieren, extraño entre palabras, pensando que lo hace bien, ilusionado con el porvenir, instalado y tranquilo en el presente, visitando las esquinas del pasado para escribir grafitos sobre sus paredes pintadas por la humedad y el abandono, con la cabeza en ebullición…una novela que marcha, un par de columnas para la radio, una entrada para el blog.
Anda uno por aquí, entre libros amigos, un café que ilumina el día, un pitillo más encendido sobre oscuridades que procuran salvar los adjetivos claros, luchando porque se cumplan algunos deseos o sueños o ilusiones o caricias. Duerme la familia y ya anda uno por aquí tras dormir seis horas arracimado con su hijo, arrimado a su calor. Anda uno por aquí, leyendo la prensa, terminando de leer la novela de una amiga y mirando de soslayo la de otra, va uno teniendo amigos escritores.
Anda uno por aquí, solo y tranquilo, suavemente feliz. Y muere Miguel Delibes.
Se mueren las letras. Muere quien ha sido uno de los más grandes escritores del siglo XX. Un escritor de esos que cuidaban la gramática, la sintaxis, que nos regalaba un castellano recio, antañón, soberbio, culto, serio, rico, apasionante para quienes nos gusta este menester. A la mierda el Nobel.
Una de las cinco novelas de mi vida es “El Hereje”, a cuyas páginas voy a volver enseguida para deleitarme, para gozar con el lenguaje y su arquitectura, para aprender, para seguir aprendiendo.
Ha fallecido Don Miguel Delibes. Descansen en paz todas las letras que lo rodearon, las mismas que, al leerlas tras que él las combinara como pocos, muy poco tocados, nos hicieron, hacen y harán feliz.

jueves, 11 de marzo de 2010

11 de marzo, entre 2004 y 2010



La noche del diez de marzo de dos mil cuatro, Lola y yo dormíamos en pecado. La radio, como no, encendida sobre la mesita de noche (cuando Lola y yo, por cierto, decidimos vivir juntos sólo puse una condición: no tendremos televisión en nuestro dormitorio porque, allí, tiene que imperar la radio. Bueno, fueron dos las condiciones. La segunda fue: no quiero para la cama, ya se ve que todas mis condiciones tenían como telón de fondo la coyunda, un edredón nórdico, me gusta la acumulación de mantas y cobertores; una de ellas, que ésa era la condición, ha de ser la que me regaló mi abuela cuando yo tenía cinco o seis añitos, que la conservo intacta y que me ha acompañado allá donde he ido. Hoy arropa a mi hijo esa manta que, dicho sea de paso, es bastante hortera). Pasadas las siete de la mañana, día once, la radio comenzó a dar las primeras noticias, colmadas de datos confusos y, sin embargo, ya tan desgarradoras como alarmantes: atentados terroristas en los Cercanías de Madrid. Desperté a Lola, escuchamos atónitos y, aunque teníamos que entrar a trabajar a las cuatro de la tarde, nos presentamos a las nueve y media de la mañana.
Desde esa hora, y hasta las doce de la noche, estuve atendiendo el teléfono de información de RENFE, que era nuestro trabajo –común, ya lo saben. Lola, mi jefa-. La primera llamada que recibí fue para darnos el pésame. Casi todas las demás comenzaban con una excusa por llamar en semejantes circunstancias, pero resulta que la vida continuaba y la gente necesitaba conocer horarios y coger trenes en La Coruña, en Murcia o en Badajoz. Hubo otras llamadas, la minoría aunque no pocas, que llamaban exigiendo con vehemencia la devolución del importe de los billetes comprados para trenes que no podían salir. Estaban en su derecho, no digo lo contrario, pero no me digan que no hay que ser un mal nacido para pensar en eso justo en el momento en el cual España había sido tocada por la tragedia. Les puedo asegurar que he sido, durante varios años, un teleoperador colmado de educación y amabilidad, pero recuerdo que aquel día, a un señor que protestaba airado por esto que les vengo contando –la devolución, inmediata, de su dinero- y al que no pude convencer para que pasara por la estación tras unos días (entre varios motivos, porque las Fuerzas de Seguridad lo tenían todo acotado y nadie podía acceder), le tuve que decir literalmente: “Disculpe, señor, pero la circulación en Madrid está interrumpida para que los trenes no pisen los cadáveres que hay sobre las vías”. Y colgó sin decirme nada más. Las llamadas más difíciles fueron las de familiares angustiados que procuraban alguna información sobre hijos o novias que iban en esos trenes, a quienes llamaban y llamaban a móviles que no eran contestados. Las llamadas más terribles tocaron a los compañeros que ya estaban de turno cuando sucedieron los atentados: llamaban personas desde el interior de los trenes bombardeados, algunos compañeros escucharon qué cosa es el horror. Luego, en nada, el barrido policial eliminó la cobertura. Todo fue silencio allí. Silencio respetado por todos los ciudadanos, a salvo nuestros inestimables políticos, tanto de las izquierdas como de las derechas, durante los días posteriores. Demostraron, esos seres, quiénes son, qué son: reptiles abotargados por la mezquindad.
Por desgracia, me han tocado varios accidentes ferroviarios en mi trabajo. ¿Recuerdan el choque de un TALGO y un Mercancías en Chinchilla? Yo prefiero no acordarme. Ningún día, es obvio, ha sido tan dramático ni duro en mi trabajo como el once de marzo de dos mil cuatro.
Entre los olvidos y los recuerdos hay hechos inclasificables. El dolor no los deja descansar en paz en cualquiera de esas dos opciones. No son libres los olvidos, tampoco los recuerdos.

viernes, 5 de marzo de 2010

Un paseo tranquilo



Vine a verte, no más que a verte.
He salido pronto de casa, me he abrigado adecuadamente para que mis palabras más débiles no pillaran un resfriado y he comenzado a caminar. Me viene bien pasear, me lo ha recomendado con seriedad y confianza un médico como mejor modo para prevenir la aparición de un trombo entre los verbos y, con ello, una conjugación irregular que fuese indebida o no viniera a cuento. En fin, todo eso.
Me he organizado sobre un plano y tengo bien trazado el recorrido. Sé dónde tengo que poner cuidado para no pisar ciertos sustantivos tan inocentes como tranquilos y sé dónde encontraré adjetivos que ayuden a mi memoria en la descripción de tu piel que tuve sobre mis manos, estas manos que escriben y que coinciden, punto por punto, en cada una de sus líneas, con las que temblaban cuando la distancia que las separaba de ti, de tu piel desnuda y ofrecida, era algo así como un par de centímetros.
Doblo esquinas sabiendo con anticipación de sus vientos y cruzo algunas calles sin necesidad de contar los pasos que voy dando. A veces, cuando he de detenerme en un semáforo, veo a mi lado a un señor con pinta de pronombre. Pienso entonces que soy él. Pero enseguida nos da paso a los dos el semáforo preciso y tardan poco en venir a socorrerme mi nombre propio, el número de mi carnet de identidad y algunos gestos que me caracterizan al andar. Me recupero, por tanto, y veo cómo el pronombre que fui no es más que aquel que me da la espalda y ve tú a saber dónde irá, que al yo que soy es algo que deja de importar. Continúo la marcha y noto que tengo ganas de sonreír. Y lo hago: sonrío, faltaría más.
Me entretengo observando a las personas con las que me cruzo, cada cual con su cara de complemento circunstancial puesta y algún indeciso entre disyuntivas, algún tozudo entre adversativas, algún poeta raro entre dubitativas. Yo, que no tengo remedio, bien lo sabes, no hago más que pensar entre cópulas y copulativas. Y tú, mis disculpas te ofrezco por no haberte pedido permiso, me acompañas en esos recuerdos que tienen la textura de un bizcocho recién elaborado y relleno de crema y el mismo olor que tú dabas en la entrega y en el abandono, ese olor que coincide, punto por punto, en cada una de sus declinaciones, con el de tu cuerpo abierto y enredado, cuando la distancia que nos separaba era algo así como un par de centímetros y el olor de tu cuerpo rosa, rosae, dejaba mi mente en blanco, mis huellas como una remisión y mi mirada como una incógnita que ahí, en medio de la ecuación de tu cuerpo entre mis brazos como paréntesis, era imposible despejar y, con ello, descubrir.
Paso por jardines donde juegan niños y pasean dueños con sus perritos, calculo el número de hojas que debe tener algún árbol que me gusta, salvo la tentación de sentarme en bancos abatidos por la melancolía y el descuido, tamizo en mi pensamiento frases complejas y sólo me quedo con predicados simples y colegiales, te amo. Todo con tal de no detenerme. Porque le viene bien a mi salud gramatical y porque me dirijo hacia donde tú vives. A verte tras tanto tiempo en pasado al que le urge una cura de presente con tal de que no sea triste el futuro.
No más que a verte.
Ignoro de dónde vuelvo, más tengo la certeza de hacia dónde voy. Sé, por viejos amigos reencontrados, que te has casado con un buen tipo, que te quiere y viste ropa de Adolfo Domínguez, que tenéis en el salón la colección completa de los Premios Planeta y vivís en una chalet de zona y clase media-alta, con piscina y jardín propios por donde, según me cuentan, campa a sus anchas Ulises, el gato al que pusiste mi nombre.

jueves, 4 de marzo de 2010

Extracto de biografía V...vestido



Conforme fui creciendo, llegó el día en el cual hice mi Primera Comunión. Leí durante la ceremonia una epístola de San Pablo y aquella lectura fue mi primer éxito público (motivado, ay, por algo que yo no había escrito): lloraron emocionados Paco “el practicante” y Emilia, la madre de mi querida Adela. Yo llegué a la iglesia maquillado. Mi madre no tuvo otra ocurrencia mejor que dar algo de colorete a mis, ya de por sí, mejillas rechonchas y coloradas. Protesté enérgicamente, más mi madre me convenció con un argumento incontestable: a Manolo Escobar, cuando sale en la tele, también lo maquillan. Y a mí me gustaba Manolo Escobar. Con un uso perfecto del pretérito imperfecto en esa frase. Ay, los pretéritos, tantas veces imperfectos y, sin embargo, imprescindibles.

Jugué al fútbol en las calles, en la mayoría de ocasiones como portero que, a veces, logró alguna que otra parada memorable. Sobre todo cuando el balón volaba hacia mi parte derecha y yo me podía tirar. Cuando lo hacía hacia la parte izquierda, por las razones que ya conocen, el gol estaba cantado. Cuando jugábamos al pilla-pilla (que en mi pueblo, no sé si también en el suyo, se llamaba la “contra”) yo era “arroz”, es decir, no contaba, daba igual que estuviera o no, que corriera o no, que alcanzara a alguien despistado o me alcanzara alguien que se fijara en mí. Pero no hay crueldad en este comentario ni en aquellos juegos porque mis palabras no son un avance para un psicoanálisis. Son recuerdos recuperados del almacén donde los olvidos se acumulan polvorientos. Los niños son puros, no están contaminados, así es como somos desde el nacimiento hasta la muerte: somos lo que anticipamos en el uso primero de la razón.

La primera mujer que me quitó el sueño se llamaba Rosario y la primera que me besó, distinta a aquella, se llamaba igual. En ambos caso, la Chari. Tampoco pude dormir cuando vi en el cine la película “Grease”. Nunca me ha gustado dormir. Me voy a la cama sobre las dos de la madrugada y me levanto de ella sobre las siete de la mañana, lo que es una hazaña reseñable teniendo en cuenta que trabajo por la tarde. Enciendo el ordenador aprovechando que en casa todos duermen y me pongo a escribir. En esos momentos, en soledad, rozo la felicidad con la yema de mis dedos sobre un teclado.

Somos también lo que apresamos en el final de nuestra mirada sobre el mundo. Es por eso que aún no sé muy bien quién soy. No termino de mirar o ver con claridad aun cuando tengo una vista envidiable y excelente. No sé dónde se paran mis ojos a descansar y recrearse cuando emprenden el vuelo y más tarde deciden aterrizar. Sí, es obvio que se detienen en Lola, Domingo y Adela, pero ellos quedan fuera de las palabras y del mundo, de los límites y los acontecimientos. Supongo que es difícil saber quiénes somos porque la mirada es capaz de llegar muy lejos o, en su defecto, porque siempre se enreda entre sombras que impiden una visión clara y distinta. Lo cual, por cartesiano, también nos daría una imagen muy aburrida. Benditas y bienvenidas sean, pues, todas las incertidumbres, paradojas y contradicciones entre las que nos vamos bandeando. A veces como héroes, otras veces como villanos. Es la vida.

Es la vida, que me ha dado por contarla. Lo que no sé es por qué he elegido como banda sonora de este retal la marcha procesional “La saeta”.

No suelo pararme a buscar respuestas. Me gustan más las preguntas, vivo en una de ellas y no me puedo quejar.

¿En qué pregunta vivo?

En la que acaban de leer.

Besos para todos.

lunes, 1 de marzo de 2010

Extracto de biografía IV...desnudo





Se abrían al mundo los años setenta, cantaba Manuel Molina con los Smash, mi madre me llevaba y traía en brazos de médico en médico. Sí, queridos bloguitantes, soy de la última generación de niños a los que les tocó en suerte la poliomielitis, esa enfermedad erradicada del primer mundo y plenamente vigente en el tercero. ¿Saben por qué?: allí se toman las vacunas ingeridas, no se inyectan, por problemas económicos. Y el virus, ese viejo amigo, permanece vivito en la caquita de los niños. Sí, queridos bloguitantes, este mundo de mierda es el que tenemos. Diagnóstico tardío, afectadas las dos piernas, recuperada plenamente la derecha, necesitada de aparato ortopédico la izquierda, cojera suave y elegante, vida plena de normalidad salvo para correr los cien metros al ritmo del señor Usain Bolt (nada que impida, querida Leticia, esas sevillanas debidas). Dieciocho meses tenía en aquellos momentos que ni están en mis olvidos ni aparecen en mis recuerdos. La primera memoria de lo que somos siempre data algo más tarde los primeros acontecimientos vividos y sentidos. Suerte en la vida, siempre. Buena gente me ha rodeado. ¿He tenido que echarle cojones a la cosa? Sí, seguramente, más no soy consciente de ello, supongo que la vida ha sido para mí así de natural, con sus circunstancias, con las escaleras que no he podido subir a veces sólo porque la gente se apoya en las barandillas. He jugado al fútbol y he marcado goles entre balones que me rebotaban, me he peleado con otros niños, he sido un buen estudiante y he sido un mal estudiante, he concluido una carrera que me ha servido para amar el pensamiento en libertad, me he casado con una mujer que me alcanzó directamente un corazón que, ése sí, andaba con cojera evidente y tengo dos hijos por los que doy mi vida en pedacitos si hiciera falta. Me cuenta mi madre que las fiebres padecidas eran tan altas que ni siquiera me podían poner una sábana por encima por causa del dolor ante cualquier cosa que rozara mi piel. Mi padre inventó un armazón metálico que me rodeaba sin tocarme y, sobre él, podían ponerme algo encima. Debía ser invierno, según parece. Me apasionan la literatura y la radio, los amigos y el vino. Fumo, más sólo lo hago cuando escribo, a un ritmo que debo tranquilizar y nunca lo hago. Sólo me pone la gente que es buena, todo lo que se salga de ahí lo mantengo lejos. Es la única condición que impongo: la bondad. Mis padres y mi hermano son básicamente eso, personas buenas. Imprescindibles. Como imprescindible es para mí escribir sobre la verdad de mis cosas extendidas en la mesa, con esta música que de pronto me ha transportado a donde me dijeron que estuve. Cantaban los Smash esta canción que yo descubrí veinte años más tarde, entre drogas y colegas, entre sueños que sonaban igual que esa guitarra y, más tarde, se rompían como la voz del gitano Manuel Molina…min. 2:55, y que se callen las guitarras, y que canten los violines, que quiero llorar la pena de los gitanos que viven…Ya lo sabéis, queridos bloguitantes, ya nos conocemos: hay momentos en los que no puedo reprimir mi escritura, me dejo vencer, me duele el idioma y necesito una cura. He tenido un número de amantes que ni es digno de record ni merece la queja, hice daño y me lo hicieron, hemos reído y llorado, hemos vuelto posible lo que no lo parecía y se nos ha escapado aquello que quedaba al alcance de las manos. El amor, esa cosa tan rara. Soy capaz de mantener la calma cuando la ocasión lo requiere, trabajo desde hace diez años con mi Lola al lado iluminando mi vida, dándole un sentido al simple hecho de levantarme cada día, no tengo ni idea de lo que cobro en nómina porque ésta, tal y como llega a mis manos, se la doy cerrada a ella, a la Lolita, para que la compruebe. A mí que me dejen. A mí que me dejen, que yo dejo hacer. Abrir un blog es de lo mejor que me ha pasado en los últimos dos años. Así es y lo es, sin duda, por cada uno de vosotros, por quienes pasan a dejar sus comentarios y quienes lo hacen sólo a leer estas erupciones que a veces no puedo reprimir. Y no lo hago. Por qué habría de hacerlo. Siento por la escritura un respeto único y verdadero. Algún día de estos me sentaré a hablar con ella, con mi escritura, y le pediré explicaciones, le diré que a cuento de qué viene esta libertad colmada de peligro con la que en ocasiones me visita. He sido hipocondríaco y, poco a poco, he dejado de serlo porque Lola no me soporta ni la más mínima tontería. Le digo a mis hijos que el miedo no existe y, sin embargo, a Domingo le da reparo asomarse a un pasillo oscuro. Como a mí. Él me confirma que ha entendido el mensaje, el miedo no existe, papi, pero yo lo tengo chiquitito. Sí, cariño, yo también. Escribir es lo que no me da miedo, aquí soy un valiente. No sé de la existencia de palabra alguna que me haya echado para atrás, que siquiera me haya echo vacilar o dudar. Escribir es la única forma que tengo de no mentir: os quiero mucho, a todos.


Y parecía inocente la canción hace veinte años…