Acabo de presentarme a cuatro concursos literarios, de poesía y relato corto. Son muchos ya en mi vida, pero nunca demasiados. No me gusta esa palabra: “demasiado”. Ahora sólo cabe esperar el fallo del jurado. Que, por supuesto, siempre falla y nunca me concede el premio que sin duda merecen mis letras articuladas de tal forma que conforman un relato o un poema.
Me gusta el ritual, la preparación del sobre con la obra, con la plica, la búsqueda de un lema, escribir mi pseudónimo. Me gusta llegar a la oficina de correos, certificar el sobre y advertir al estafetero que el remite debe ir en blanco porque envío mis sueños a un concurso literario donde el anonimato es base. Me ha atendido siempre un señor que, desde que le dije en una ocasión “certificado, urgente y a ser posible también bendecido”, dibujaba en el aire una cruz ante el sobre tras sellarlo. Ayer supe que se ha jubilado. Me atendió una chica joven, funcionaria reciente o interina que se abre paso, que me deseó suerte. Si fuera por los funcionarios de correos de mi pueblo, ya tenía el Nóbel.
Ahora espero. Siempre estoy atento, cercanas las fechas del dictamen del jurado, al teléfono, al correo electrónico, a señales de humo, a palomas mensajeras…y es que no sé cómo avisan, cómo llega la que sería felicísima noticia. Luego, cuando todo pasa y nada gano, continúa el ritual. En una carpeta de mi ordenador tengo todos los certámenes a los que me he ido presentando, tras el nombre del certamen y el título de la obra que presenté, tengo que añadir: lamento escribir que no hubo suerte.
¿Nada gano? Esto no es del todo cierto. Una vez quedé finalista en un concurso de relatos cortos, lo cual supuso la publicación del mismo. En casa tengo el libro. Mi primera y única historia publicada. La calidad de los relatos es tan lamentable que no he vuelto a presentarme a ese certamen. Sin embargo, cuando recibí una carta comunicándome eso, que había sido finalista, estuve bailando en mi casa, solo, unas dos horas.
¿Nada gano? Bueno, eso no es del todo cierto. Yo creo que tener ilusión es siempre una victoria. Y las decepciones, después de tantas (de decepciones literarias hablo), duelen ya poco. Comenzar a escribir algo y llegar a terminarlo es otra victoria. Escribo porque no podría no hacerlo. Lo hago desde siempre. Estoy convencido de que lo llevo en mis genes, aunque no haya crecido en un ambiente literario, aunque en mi casa los primeros libros que entraron fueron los que yo compraba, aunque a mis padres les cueste sudores y faltas de ortografía escribir una frase simple de sujeto, núcleo y predicado (faltas de ortografías, por cierto, llenas de esfuerzo y ternura. No como las que aparecen actualmente en institutos o universidades, tan grotescas y zafias). Mi madre me dice: “ay, Juan, se te va a caer el piso con tantos libros”. Y el caso es que yo creo que lo piensa de verdad. Mi madre es maravillosa.
A lo mejor algún día abren ustedes este blog y se encuentran con una entrada en la que diré que he ganado un concurso literario. De ser así, han de saber que la música que acompaña a estas palabras estará sonando en mi biblioteca a toda voz. Han de saber que estaré llorando de pura felicidad. Escribo para ser leído, no entiendo cosa distinta. No guardo nada en un cajón. Lo doy, lo enseño, quiero que mis amigos me lean. Algún día, cada vez más cercano, concluiré mi novela. La releo, releo lo que llevo, y a veces me gusta. Otras no tanto. Supongo que esas dudas son habituales. No la daré por finalizada hasta que no pase un examen estricto por parte de quien es mi mayor crítico, alguien capaz de darme “caña” a base de bien, que puede llegar a ser despiadado y que nunca está conforme del todo: yo mismo. Debido a mi horario laboral, suelo irme a la cama sobre las dos de la noche. Da igual: a las siete de la mañana suena mi despertador. Me levanto sólo porque quiero escribir. Porque tengo que hacerlo.
A lo mejor, algún día, abren mi blog y se encuentran con la noticia de que he ganado un certamen literario.
A lo mejor esta entrada es una premonición.
Han de saber, si llega el caso, que ya le habré dado a Lola un beso no apto para menores.