jueves, 21 de octubre de 2010

(ninguno)

Gracias por vuestros comentarios. Ando un poquito liado tanto para escribir una entrada nueva como para visitaros a todos. Me voy a tomar unos días para desliarme.

Poca cosa, tres o cuatro días nada más. No se vayan muy lejos...

Besos deslizantes para todos.

lunes, 18 de octubre de 2010

(La sorpresa)



Gracias, Lola, porque fue una maravillosa sorpresa. Gracias también a mi compañera de trabajo, y sin embargo amiga, Cristina, mujer nacida para ser amada y cómplice en todo el montaje. Fue ella, Cristina, quien anduvo con mensajitos al móvil a la una de la noche. Pendiente, ella también, de que todo saliera bien.
Y salió.
Había jugado Lola al despiste. ¿El traje? Vino bien, era adecuado, correcto para la ocasión. Mas no imprescindible, nada hubiera pasado si, en lugar de ir tan guapo y elegante, hubiera ido igual de guapo con mis vaqueros habituales. ¿La previsión meteorológica de la que Lola estuvo tan pendiente? Secundaria al final. Sólo era porque preveía que no podríamos aparcar cerca y el agua nos incomodaría en el posible paseo. En cualquier caso, la tarde de ayer fue magnífica y nosotros tuvimos suerte: aparcamos el coche según el sevillano modo de hacerlo en la misma puerta.
El sábado se le ocurrió a Lola que debía llevar puesto un antifaz hasta llegar al lugar aún no sabido. Por fortuna para mí, no encontró el adecuado, sólo antifaces carnavaleros que obviamente no venían al caso. Prometí que iría con los ojos cerrados. Aceptó la promesa y luego, llegado el momento, me levantó el compromiso de cumplirla.
Fui, por tanto, con los ojos bien abiertos, atento al perfil egipcio que Lola me ofrece mientras conduce y reconociendo el paisaje, el suyo y el de mi ciudad.
A las seis y cuarto de la tarde de ayer, tras varios intentos que comenzaban a mosquearme, logré que la corbata cayera justo en mitad de la hebilla de la correa. Todo en orden. A las seis y veinticuatro, Lola me llamó al móvil para decirme que pasaba a recogerme. Magnífica Lola, impresionante dentro de su vestido. Comenzamos el camino. Mediado el mismo, recordamos que la cámara fotográfica la hemos dejado del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada…no habrá por ello, no hay, prueba gráfica del acontecimiento (Cristina, que pasa por aquí, podrá dar fe).
Voy reconociendo los lugares porque nada ajeno tienen, porque los he pisado mil veces. Menos mal que nos gusta ser pulcros con la puntualidad y por ello íbamos que tiempo suficiente: un par de obras y de calles cortadas provocaron un desvío no previsto. Llegamos sobrados de tiempo, sin embargo. Con una hora de antelación, según me confirmó la mujer que quiero. Aparcamos perfectamente, en la puertita. Acababa de descubrir la sorpresa, supe el lugar. Digamos que el continente estaba claro y que ya sólo me quedaba el contenido. Me lo desveló antes de bajar del coche. Supo por mi cara que acababa de emocionarme, que había acertado de pleno. Le di un beso que con sabor a años y complicidades, a sueños y enfados, a almohada y niños (Domingo, por cierto, me dijo después, cuando pasamos a recogerlo y por causa del dichoso traje, que si yo era otro papi. Luego, ya en casa, me acompañaba en el dormitorio mientras me lo quitaba y me ponía el pijama y, además de enseñarme la churrita porque su hermana le había dejado señalado un pellizco, ¡ay!, ya reaccionó. Me dijo literalmente: con la corbata eras otro papi, pero ya eres el papi antiguo), a palabras dichas o no dichas, a caricias dadas y caricias en espera, a amistad y deseo, a amor y a olores cercanos, miradas brillantes y deseos tan conseguidos que son tocables.
Teníamos tiempo. En una cafetería cercana Lola pidió un café (ella es de cafés eternos) y yo una cocacola (o un cocacola, según el también modo sevillano de decirlo).
A las siete y media esperábamos en la puerta.
A las ocho menos veinte entramos.
A las ocho menos cuarto vi a Cristina mientras me dirigía al baño y supe entonces de su complicidad. Me alegró que fuera ella, la quiero mucho. Lola sabía (¿qué narices no sabrá de mí?) que me iba a llevar esa alegría.
A las ocho menos diez ya estábamos sentados.
A las ocho menos cinco comentamos que la gente tenía la manía de ser impuntual.
A las ocho y cinco anunció una voz, por megafonía, que quedaban cinco minutos para que todo diera comienzo.
A las ocho y diez se apagaron las luces. También me emocionó esa oscuridad, soy un pelín sensiblero.
Natalia Millán comenzaba el monólogo de “Cinco horas con Mario” en el Teatro Lope de Vega mientras yo, antes de concentrarme plenamente en la obra, volvía a pensar que me gusta vivir al lado de mi Lola egipcia, de sus manos como jeroglíficos donde me descubro cada día que paso a su lado.

jueves, 14 de octubre de 2010

Otro ( )....La espera de un niño



Mis queridos habitantes de bloguilandia:

Esta entrada iba a ser una, pero serán dos (creo que una habría salido más extensa de lo que recomienda el manual del buen hacer en un blog).
Para empezar, una aclaración que descarte dudas o misterios. Titulo estas entradas entre paréntesis porque eso es lo que son: un paréntesis entre la serie comenzada, y en absoluto concluida, sobre los sueños y la Voluntad…próximamente en esta sala.
Pero entren conmigo al interior de este paréntesis que me ocupa ahora. Hace unos días, en torno a las doce y media de la noche, recién llegados del trabajo, el móvil de Lola dio la nota que indica la llegada de un mensaje al mismo. Tras leerlo, le pregunté quién era (por nada la pregunta, pura interrogación policial, sólo eso), pero me dijo que nada, una tontería. El caso es que respondió. ¿Con otra tontería? Lo ignoro.
Las tonterías estuvieron tonteando (como les corresponde) en un ida y vuelta que duró una hora. A la una y media, sonó en el móvil de Lola el mensaje que supuso finalmente la última. Tras ella, dijo algo así como perfecto, todo confirmado. Volví a poner cara de policía (del que hace de malo. Probablemente influido por una lectura que acabo de concluir y que casi me ha apasionado: “La estrategia del agua”, de Lorenzo Silva) y le dije que si la tontería tenía algo que ver con coyunda extramatrimonial debía tener presente (me gusta colaborar) que uso la misma agenda desde el año 2001: la única ocupación que tengo es estar a su lado y, por tanto, es absurda la renovación agenderil o agenderal (que tanto da).
Fue entonces cuando ya no le quedó otra que confesar (sobre todo al dirigir una luz directamente hacia su cara e ir mudando mi rostro de malo a torturador en cierne): te he preparado una sorpresa, será en los próximos días (bueno, en verdad me dijo el día exacto, pero prefiero no indicarlo aquí por ahora). ¿Una sorpresa? Pistas, por favor. Ni una, querido, que eres demasiado listo (lo cual, como todo lo que ella dice, es verdad).
En fin, que estoy nerviosito perdido y feliz. ¿Algunos datos? Claro que sí.
Sea lo que sea lo que sea que es, imagino que será al aire libre porque se ha preocupado (lo cual no es nada habitual) por (¿preocupado por o preocupado de? SOS, please) mirar en Internet qué tiempo está previsto para el día en cuestión.
Me dijo también que me tenía que arreglar. Cuando yo le advertí que en mi armario no hay términos medios (vaqueros o traje), me respondió que traje (recientemente me he comprado uno con el que estoy guapísimo, por cierto).
Iremos los dos solos. Los niños se quedarán con la abuela. Pero ni estaremos solos ni con otros amigos (no se trata, por tanto, de una fiesta sorpresa de esas que se dan en las películas de sobremesa. No le perdonaría lo del traje, si eso fuera).
Será en Sevilla, pero me despistó que no tenga claro del todo cómo llegar al lugar de marras (de marras para ella, claro). Tendremos que salir de casa sobre las seis y media de la tarde. Me dijo que nunca hemos ido allí, aunque sí hemos pasado por allí. Añadió una puntillita: bueno, al menos yo no he ido nunca, no sé tú en aquellos años en los que estuviste en tantos sitios, hijo mío.
Y poco más. Mis pesquisas han concluido porque me pone muchísimo dejarme llevar. Ruego que, si alguna idea se les ocurre, ingenien un comentario en el cual esa idea no aparezca. No sé yo si merezco la sorpresa, pero Lola, sin duda, sí merece que le salga bien.
Como un niño está el Juanmita

domingo, 10 de octubre de 2010

Un ( )



Me llamó por teléfono durante una madrugada que aún era reciente, que yo comenzaba a palpar de la mano de un duermevela que, con tranquilidad, me iba guiando hasta el pomo tras el cual me esperaba algún sueño. Sin embargo, nunca supe cuál era ese sueño que habitaba en la sala de espera.
El teléfono, inesperado, me asustó levemente. Hola, soy yo, estoy cerca de tu casa, con unos amigos y algo bebida, ¿puedo quedarme a dormir contigo?; Sí, claro que sí, ven cuando quieras; Gracias, me acaban de pedir otra copa, en un ratito estoy ahí.
Volvió a callar, el teléfono. A veces lo apago antes de dormir, pero sólo cuando estoy muy cansado, me pongo en manos del azar y confío en que ninguna urgencia merodee cerca esa noche. Encendí la luz de la mesita de noche, cogí un libro casi sin mirar, sin preocuparme por él, y lo abrí para ir rellenando el tiempo de espera con palabras de otro.

Con palabras, en definitiva.
Pasada una media hora, otro timbre me volvió a asustar. Era el del portal de casa. Hola, ya estoy aquí; Sube, te abro. Yo estaba en pijama y no consideré necesario cambiarme. Ella sabría que me iba a encontrar así. Un par de besos, bromas con la suave ebriedad que traía puesta en la mirada, necesidad de pasar al cuarto de baño, otra copa, antes de dormir, a la que me sumé yo.
Avanza el tiempo, irrumpe la madrugada con su carga de pecas, deseos y turbulencias. La cama, hora de dormir. Durante muchos años, nos engañamos pensando que estábamos enamorados. Es posible que incluso llegáramos a estarlo en más de una ocasión, durante varios días, en otras madrugadas con otras pecas, otros deseos y otras turbulencias. Pero ya no, eso lo teníamos más o menos claro. Sólo más o menos claro, como siempre, como algo a lo que nos habíamos acostumbrado.
Yo en pijama. ¿Y ella? Ella venía con lo puesto y se lo quitó. Le apetecía dormir desnuda, preguntó si me importaba, le dije que no. Silencio y ojos abiertos. La cama, pequeña. De uso individual si uso un lenguaje comercial. Sus pechos, marcados en las sábanas. El roce, inevitable en lo que buscamos posturas para dormir. Teníamos más o menos claro que ya no estábamos enamorados.
No recuerdo cuál de las cuatro manos fue la más impaciente. Tampoco si fue la misma que me quitó el pijama o ya fue otra, decidida tras el avance de la pionera. Lo cierto es que volvíamos a encontrarnos, a estar, en un lugar que conocíamos bien, a la perfección, tras haberlo recorrido en tantas madrugadas pecosas, a bordo del deseo y en medio de turbulencias que jamás nos dieron miedo. Dimos cuenta de quienes somos cuando estamos juntos, dijimos entre jadeos y susurros que nunca, por mucho que la vida nos separe, podríamos evitarlo, que siempre se desnudarán nuestros cuerpos cuando queden cerca. Es posible que sea verdad. Tanto como que nunca podamos volver a constatarlo.
La mañana entró con una carga de responsabilidad cuyo peso notamos en el alma. Nos conocemos bien. Demasiado. Quizá llegamos a reírnos. Ella se fue con cara de sueño y mejillas sonrosadas. Yo doblé el pijama, recogí del suelo el libro que allí había quedado tirado, hice la cama, me duché, tomé un café solo y sólo, abrí mi máquina antigua y amiga y me puse a escribir para ir rellenando el tiempo de espera de la nada con palabras que esta vez sí eran mías.
Con palabras, en definitiva.

martes, 5 de octubre de 2010

De los sueños y la Voluntad II



Leo la postal, remitida por mi Voluntad a un apartado de correos que hace honor a su nombre (apartado), encontrada allí entre facturas y otras tristezas, y miro la vida que me queda alrededor para constatar, una vez más, que aún no necesito la ayuda profesional de un oculista.
Salgo a pasear por las mismas calles que en otro tiempo, tiempos que dieron nombre a este blog, que se presentan indecisos entre los olvidos y los recuerdos, entre la bohemia y la puntualidad, entre perfiles y muros, entre drogas y besos, entre lazos desatados y flores encontradas en un portal…tiempos que fueron anclados sólo por el poder mágico y omnívoro que ejerce la mirada egipcia de mi Lola eterna y para mí inmortal…salgo a pasear, escribía (que se me va el ritmo y todo eso), por las mismas calles que en otro tiempo me vieron deambular. Me encuentro. Reconozco a ese tipo que cojea con elegancia al andar.
Mi Voluntad toma el sol. Mis sueños se dan un baño de miel para que luego, cuando despierte de ellos, queden algunos hilos sueltos que aún se derramen con dulzura y quietud. Casi con mansedumbre. Yo entre ambos, Voluntad y sueños, en medio de una calle y mirando la vida circundante, pensando que a veces hay algo que contar.
Y vengo a contarlo.
Pero no sé qué. En ocasiones veo cuentos…podría decir parafraseando a aquel niño tan desconcertante. Tengo en la cabeza, principiante y tímida, la idea de una novela a partir de un dolor de muelas inexistente. Sí, tal cual. Uno, a veces, es un tipo algo raro. Y es verdad que jamás he tenido un dolor de muelas que merezca ser llamado como tal.
Todo lo que escribo es verdad. Mentir y escribir son, para mí, actos incompatibles. Creo que ya lo he dicho alguna vez en alguna entrada de mi blog que andará como el correo, apartada, perdida por ahí. ¿Escribo desde antes de aquella redacción del bachiller que fui? Sí, creo recordar que me inicié, como tantos, como todos, con poemas de amor escritos a una muchacha de la que estaba enamorado durante la Enseñanza General Básica. La Chari, única mujer que he querido y que tenía los ojos azules (dato en el cual caigo justo ahora, cuando me he puesto a recordarla junto a las demás).
La primera mujer que me besó en los labios compartía con ella el nombre, pero no ese color en los ojos. Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar…escribe José Hierro antes de encender un pitillo y tomarse una copa. Ojos verdes no los tengo entre mi colección de ojos vacíos y miradas que me arañaron o cuidaron. Ponga usted unos ojos verdes en su vida, ya me contará cómo suena el mar.
No viene al caso contar el por qué, pero el caso es que no vi el mar hasta la edad de catorce años. Y el caso es, también, que fue entonces cuando por primera y única vez en mi vida me bañé en él (mientras amanecía, momentos clavados). No hace falta que nadie me hablé de su sabor, mantengo la sal incrustada en los labios aunque han pasado, desde aquel amanecer, veintiséis años con sus amaneceres diarios.
Quizá esté equivocado y sí necesite la ayuda profesional de un oculista que me verdee la mirada.

El mar es una respuesta que continúo buscando.


(Ya les dije que no sabía por dónde me iba a llevar esta serie que he comenzado y que está dedicada a los sueños y a la Voluntad. Que voy hacia algún lado es algo de lo que estoy tan seguro como de que tengo el rumbo perdido y que me permitirá, una vez encontrado, llegar allí. Allá donde vaya. Yo, mientras tanto, me dejo ir. Soy un chico fácil…)