viernes, 30 de julio de 2010

El escondite

Venga, vamos, déjate de juegos y sal de una vez, tengo ganas de verte. Casi te necesito. Además, llevas así un par de semanas, día arriba, día abajo. Yo creo que ya está bien, ¿no? Qué van a pensar o decir los colegas sobre mí. Tengo un prestigio, entiéndelo. Sí, entiéndelo de una maldita vez y, sobre todo, no lo olvides. No he llegado hasta aquí para perder el crédito, el honor y las alabanzas que merecidamente recibo sólo porque ahora te ha dado por ponerte a jugar como si fueras una niña pequeña. Verás, no tengo intención alguna de ser descortés, pero permíteme recordarte que tienes una edad en la que se considera recomendable aparcar los jueguecitos y asentar la cabeza. Sí, ya sé que a ti eso te resbala (¿ves? Fíjate cómo vengo a escribir. Contigo cerca habría escrito algo así como que a ti eso te deja indiferente, que le das de lado tal cual haces con esas metáforas que a veces salen pobres o, acaso, que ya sé que siempre renunciaste a declinar). Pero nada, he tenido que escribir te resbala como si yo fuera un adolescente vacilón, tirando a cutre, o un aprendiz sin vocación. Y no es justo, ¿sabes?, no he alcanzado la cumbre para ponerme ahora, de repente, a bajar en picado. No voy a permitir que eso suceda. No es justo tampoco, dicho sea de paso, para la legión de admiradores que, dejando todo lo que tengan entre manos, acuden con inmediatez y devoción a mi llamada. Lo sabes igual que yo y, de hecho, son muchas las ocasiones en las que, lejos de mirarme, eres tú la señalada, la subrayada, la siempre bien ponderada. ¿Crees que no me doy cuenta de cómo te ensanchas en esos momentos? A mí me da igual, no tengo envidia. Cuando quieres, no formamos mal equipo. Por eso me jode que te hayas puesto a jugar sola, pasando de mí y sin tener en cuenta mi aburrimiento, mis inquietudes, mis ganas de verte en cada segundo que circula por el tiempo, en todo instante desmenuzado, entre los olvidos que nos ponemos a recordar y los recuerdos que vamos eligiendo olvidar.

Venga, vamos, no seas tonta ni te pongas tontina, que no está el horno para bollos (¡mecachis! ¿Cuándo he escrito yo así? ¿Y cuándo he dicho yo mecachis?). El horno para bollos, maldita estupidez. Allí te voy a meter cuando te pille, en un horno, como no te dé por aparecer en los próximos cinco segundos…maldita, juguetona y puñetera inspiración.

jueves, 22 de julio de 2010

De buen rollito...


Ay, esa mano...



Ay, esa boca...


¿Un cafelito, papi?



No es por nada, hermano, pero ese chupete es el mío, ¿no?


Es el suyo, sí, pero aquí mando yo...de momento.


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Nota: tengo que colgar fotos actualizadas, estas tienen ya unos meses. Pero es que somos algo dejados Lola y yo para las fotos...

lunes, 19 de julio de 2010

La echo de menos, es lo que hay...(Extracto de biografía V)



Cada día me levanto muy temprano. Nunca me gustó dormir. Me voy a la cama sobre las dos de la madrugada y ya tengo un café encima de la mesa a las siete de la mañana. Todos duermen en casa y yo me pongo a escribir. No me da miedo la rutina, no huyo de ella. Considero que la sorpresa tiene tanto poder que siempre irrumpe en la vida, no hay por qué preocuparse con eso. Mientra tanto, prefiero vivir guardando equilibrio en la cuerda de la rutina, en la rutina cuerda.

Lola se levanta más tarde. En cuanto nos van oyendo, despiertan Domingo y Adela. Dejo todo lo que tengo entre manos porque se imponen los biberones, vestirlos, jugar con ellos, reír siempre, siempre besarlos. Sobre las nueve y media todos se van y yo me vuelvo a quedar solo hasta el mediodía. Sigo entonces escribiendo y leyendo. Vuelven sobre las dos de la tarde: a comer y a salir pitando para trabajar. Los niños, con su abuela. Esos son mis días, a bordo de ese barco navego feliz.

Sin embargo, ha cambiado esta rutina desde hace un par de días. No puedo ver a Lola desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde. ¿Y saben qué pasa? Que la echo de menos como a nadie eché de menos en mi vida. Fíjense cómo es la cosa: unos diez años viéndonos las veinticuatro horas del día (ya saben que, amén de copular juntos, también trabajamos juntos) y me pongo tontorrón en cuanto ha pasado este pequeño cambio. No dándome miedo la soledad, jamás me canso de estar al lado de Lola. Ya he dicho en otras ocasiones por aquí que ignoro si eso será así durante toda la vida. Esa posibilidad no es para mí ni siquiera un planteamiento. Jamás he jurado amor eterno porque considero que ese juramento es un error. Me levanto cada día con la certeza de que la sigo queriendo. No pido más. Así quiero llegar hasta el final de mis días, pero no me detengo a mirar qué nos sucederá mañana. Ni a mí, ni a Lola.

Hoy vengo a contarlo como si cada uno de vosotros fuese un colega con el que estuviera compartiendo una copa y confidencias. O mejor aún: varias copas y una sola confidencia. Hoy vengo a decir que son casi las nueve de la mañana y llevo algo perdido durante un par de horas. Todo este cambio es para bien, no ha pasado nada. Todo lo contrario. Pero no hablo de eso. Hablo de ese gran defensor de la soledad que es un servidor y que, empero, no quisiera estarlo en este momento. Escribir esta entrada es un modo de conseguirlo. Al menos de intentarlo.

Pronto dejaré a Adela con su abuela porque yo tengo que ir con Domingo al médico, que hoy le toca. Luego nos vendremos los dos a casa, a comer filetes de pollo con patatas fritas…nos lo puso Lola fácil. Después volverá mi sol con su abuela, le daré un beso rotundo y de tornillo a mi gitana y me iré pitando en busca de Lola, a quien veré a esa hora en la que el termómetro marcará cuarenta grados (hoy promete eso el día). Y mi cuerpo, sí, entrará entonces en calor.

En lo que llega ese momento, estoy pensando darle a la mañana bocados de hambriento que la vayan mermando, llenarla de palabras que ahuyenten los silencios. Apenas eran las siete y media de la mañana cuando ya nos habíamos intercambiado unos cinco mensajes de móvil. Y no eran, no, para decirnos lo mucho que nos queremos y otras cursiladas. Eran un “no te olvides de las zapatillas del niño”, un “a que no sabes a quién he visto ahora mismo”, un “dejaré cortadas las patatas y en agua antes de salir”…un no sé si te enteras de que quiero ir contándote todo lo que me pasa cuando no estás a mi lado, un te he elegido para vivir, un necesito tu mirada más que ninguna otra en el mundo, un tu cercanía es lo que de la sentido a esto que llamamos la vida, un eso es lo que hay…

¿Otra copa?

jueves, 8 de julio de 2010

La Malcontenta



"La Malcontenta no se muestra, se intuye. No duerme, sueña. Ama al abordaje, sin medida. Guarda entre sus manos trazos de Luna y líneas de amaneceres. Se detiene cuando todos corren. Escapa cuando todos la buscan. Saborea la vida y bebe vino fuerte como hacen los audaces. Eterna insatisfecha. Insomne catadora de placeres. Delirante. Buscadora de refugio en almas perdidas. La Malcontenta es la risa, la alegría, el desenfreno y también la calma, la paz y el sosiego. Te mira de reojo y sonríe. Indefinida e indefinible. La Malcontenta es la vida".

Este texto está escrito sobre la pared de uno de los dos comedores (el destinado, mientras sea permitido, a fumadores) del restaurante “La Malcontenta”, en San José de la Rinconada (Sevilla). El autor de esas palabras, de ese texto en mi opinión magnífico, es Miguel Ángel, cocinero y dueño del local. “La Malcontenta” es uno de los lugares donde mejor he comido en mi vida. Le dije a Miguel Ángel que le dedicaría una entrada en mi blog para animar a conocerlo a quien quisiera y pudiera hacerlo. Ésta es la entrada y aquí, sin duda, queda mi recomendación. No se arrepentirán.

Tengo una deuda pendiente en ese restaurante. No económica, no, que uno es serio pagador. Entre sus platos (que son de buen comer, de los de salir sin hambre, de los de toque moderno sin caer en la estridencia o el absurdo) hay unas patatas fritas con huevo y chorizo (algo hacen con el sudor que desprende ese chori y que seguro sublima el plato) que aún no he probado. Siempre entro con esa intención y siempre, tras leer la carta sin necesidad porque voy plenamente decidido, me recomiendan algo “fuera de carta” que suena a tentación irresistible. En la próxima, si me dejan, será.

Les cuento lo que Lola y yo comimos la última vez que fuimos. Para muestra ya sabemos que lo mejor es un botón (les animo a probarlo). Compartimos una ensalada de tomate kumato, hojas de espinaca, queso de cabra (ningún plato es perfecto, yo lo retiro y Lola lo devora) y vinagreta de miel. Esa ensalada es, sencillamente, un prodigio. Lola comió tallarines salteados con verduras, secreto en tiras y frutos secos (abundante, presentado en plato de piedra, negro, cuadrado, raso, que pesa una barbaridad). Yo piqué en el ofrecido “fuera de carta”: magret de pato con cuscús y frutos rojos (lo diré brevemente: sin palabras. La excelencia en un plato). Finalmente, los postres. Mi postre suele ser una copa de vino y, a continuación, un ron añejo y solo…al que me gusta darle compañía. Pero en “La Malcontenta” se presenta el camarero de mesa con una bandeja ya preparada (estrategia que les sale bien) y que contiene una variedad irresistible de chupitos helados con variedad y mezclas. En fin, que uno termina postreando casi sin querer. Y un “Santa Teresa” añejo, faltaría más.

Restaurante nuevo, con ambiente muy tranquilo, sin estridencias. Con una atención cercana y amable. Donde comeremos, además, con hilo musical muy suave por el que suenan Bob Marley, Eagles…cositas de esas que tanto nos gustan.

Si vienen alguna vez er Tato y er Ram, allí los llevaré. A los demás, de corazón, si os gusta comer, si os merece la pena un desplazamiento, en fin…ya me contaréis.

Besos para todos.

lunes, 5 de julio de 2010

Amanecer deslenguado (Extracto de biografía IV)



Aquellas cercanías nocturnas a las que nos acostumbramos, con la nariz empolvada y el corazón al punto de estallar, siempre concluían en un amanecer deslenguado, áspero de soledades y palabras, desértico y devastado, extraño y demoledor.

Traía consigo, ese amanecer destilado y adimensional, una indecisión: no sabía si quitarme de la vida o devolverme a ella aunque fuera hecho un despojo, una mirada en harapos, una boca seca, una piel por donde resbalaba la color.

Dejé de ser, por aquellos años que aquí vienen de la mano de una maldita imagen, el niño que soy, pensaba que había aprendido a hablar y usaba con descaro palabras cuyo significado desconocía. Era el miedo un colega que me invitaba a tomar copas. Era el amor, lo fue, un error cometido. Uno más.

Ignoro si, al despertar, recordaba o no algo de la noche anterior. Me atraen, en este juego entre olvidos y recuerdos que por aquí suelen pulular, los límites difusos entre ambos. Presumo de incapaz y, en tantas ocasiones, mi incapacidad tiene forma de tela de araña hacia la que siempre tiendo. Me da pereza detenerme a pensar si estoy olvidando algo que recuerdo o recordando algo olvidado. Al final, la seguridad de ficción con la que me voy bandeando por la vida me mueve a proclamar un “me da igual” que me queda a medias entre la insolencia y el ridículo. Me da igual, eso también.

Eran amaneceres deslenguados e impuros, el peso del mundo caía en aplomo y yo, anémico y deshabitado, caminaba con agujetas en la mirada que procuraba sostener a ese mundo grávido, un mundo de cercanías nocturnas y lejanías en la hora del ángelus. Un mundo, por tanto, equidistante. Mundo de ángeles demacrados y demonios en flor, mundo maldito al que maldigo, mundo enemigo y, espero, derrotado, mundo ingrato e insalvable, mundo de besos falsos y caricias como arañazos, mundo imán, oscuro, desleal, abyecto, despreciable y despreciado.

¿Vienes al título, imagen no invitada, para qué? ¿Acaso piensas que soy el mismo? Si me sigues vacilando, te voy a dar un beso con lengua.

Hace tiempo que estoy salvado, curado.

jueves, 1 de julio de 2010

El licenciado






Mis queridos habitantes de bloguilandia:

Los “amaneceres deslenguados” anticipados en mi entrada anterior deben esperar. Algo hice ya con ellos, pero aún no es suficiente. Todo se andará.

Hoy vuelvo con mi gordito. Todo un licenciado, como bien podéis comprobar. Su esfuerzo le ha costado: muchas horas jugando, muchas canciones que se ha tenido que aprender de memoria, algún enamoramiento con su correspondiente desenamoramiento (nada grave, no crean: lo solucionó rápidamente cambiando de chica), muchas preguntas para las que no terminaban de convencerle sus respuestas y, a la contra, muchas respuestas que se anticiparon a otras preguntas. En fin, al final lo ha logrado.

Pueden comprobar, también, el gesto plenamente conseguido entre la responsabilidad y la picaresca. Ignoro qué modelo lo ha inspirado. Es una gozada hablar con él, conjuga los verbos con precisión y usa expresiones que me hacen sospechar de su edad. Es, para mí, la persona más interesante con la que me he cruzado jamás. Adela, su hermana, lo iguala.

Son dos locos bajitos que se incorporan. Y, como bien saben cada uno de ustedes que tienen hijos, ningún placer supera al de sentirse apoyo donde van sosteniendo esa incorporación.

Ignoro lo que la vida les depara, es obvio. Qué difícil es conseguir el equilibrio entre darle bocados a la vida cuando la vida los roza y, por otra parte, dejar que eso suceda. Pues de eso se trata, eso es vivir. Ellos van aprendiendo y nosotros, sus padres, también. No hay ensayo general. Todo es función principal y única. Hay que estar atento al guión, pero también a la improvisación. Con la llegada de un hijo a la vida se instalan en ésta, para siempre, el miedo y la felicidad. Un mecanismo de defensa elemental mantiene al primero en un discreto, aunque perenne, segundo lugar. La segunda es una inundación dentro de la cual no necesariamente hay que saber nadar: nadar a veces, sí, pero en otras ocasiones hay que dejarse llevar por la riada.

Llegado septiembre, Domingo comenzará el colegio. Ayer tuvimos Lola y yo la primera reunión de padres. La hicimos en la que será su aula. Sobre la pizarra estaban escritas palabras de una sílaba y de dos. Me emocioné tontamente al sentarme en la que a lo mejor será su silla. Supe que pronto aprenderá a leer y a escribir. Una vez más sentí el único orgullo que siento en la vida: el de ser el padre de mi hijo. Su hermana, Adela, sonríe para hechizarme y matarme. Me parece que adivina el orgullo que siento por ambos. En próxima entrada pondré fotografía suya para que comprueben que es de piel gitana, morena.

Crecerán y me dirán adiós, sí. Pero Lola y yo siempre estaremos pendientes del reloj.