martes, 21 de diciembre de 2010

Feliz Navidad





Mis queridos habitantes de bloguilandia:
Cierro el chiringuito durante unos días. Probablemente hasta que pase toda la Navidad, siempre ella tan huracanada como entrañable. Dejo la puerta abierta y sobre la mesa del salón mantecados y anís. Pásenlo bien y canten muchos villancicos. Servidor gozará varios días de vacaciones que serán aprovechadas para meterle mano, directamente y con descaro, al desorden impresentable que habita en mi biblioteca. Tengo que convencer a mi Lolita para comprar alguna estantería más, ojú…deséenme suerte. Dónde la voy a poner, una vez conseguido el consentimiento conyugal, es otra aventura. He de buscar un rincón donde mis libros y yo quedemos monos cuando nos hagan la foto de promoción de alguna novela mía que vaya a ganar un premio de esos que son tan rimbombantes en el mundillo literario y en el mundo en general. ¿Que no? Todo se andará…
Insisto: pásenlo todo lo bien que puedan. Ojalá no les falte nadie en estas fechas. Si así no fuera, intenten poner énfasis en el recuerdo y dejen atrás los olvidos. Al fin y al cabo, entre unos y otros, entre los olvidos y recuerdos, median siempre las palabras. Busquemos aquellas que sean las que menos daño nos hagan. Invoquemos a las palabras amables.

Feliz Navidad.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Sin nada que decir...



Por razones bien felices, que en su momento contaré, reviso durante estos días todas las entradas de mi blog. Curioso, gratificante ejercicio. ¿Reconozco mi escritura en cada pequeño relato escrito? ¿Me reconozco, por tanto?
Sí, me reconozco.
Escribir y mentir son para mí actos incompatibles. Quizá lo haya dicho ya en alguna ocasión. Escribir y mentir son actos incompatibles y mentir nada tiene que ver con fabular.
La sinceridad, cuando se da, puede ser malinterpretada. Así le puede suceder, por ello, a la frase que continúa. No me supone esfuerzo alguno, o contratiempo, o dificultad escribir una entrada. La mayoría de ellas están escritas en menos de media hora, casi sin pensar en lo que voy escribiendo, dejándome llevar por el lenguaje (como ahora hago) y sin pararme a estudiarlo. Hace años le leí a Umbral que para ser escritor hay que sentirse transparente, dejar que el idioma nos traspase sin que la sombra del escritor se vuelque sobre el papel. Yo escribo de cara al sol (sin connotación política, no vayamos a liarla) porque el sol me da de cara durante toda la mañana en mi estudio (cuarto de baño en su origen) y mi sombra queda, pues, tras de mí. A veces me vuelvo y la veo allí, sobre el suelo siempre, vaga que es ella, fumadora, algo cinematográfica.
Sí me cuesta un trabajo enorme, sin embargo, dar con una historia, saber sobre qué escribir para ponerme a hacerlo. Es por ello que cuento, en tantas veces, acontecimientos propios y no ficcionales. Algunas de mis entradas han sido las que tomé como retos literarios (ideas sugeridas por amigos que entran aquí o entradas nacientes a partir de frases leídas en otros blogs).
He parado aquí un par de minutos. No sabía cómo continuar.
Continúo ahora, pero lo hago de cualquier modo porque aún no sé cómo continuar. He puesto en mi ordenador la canción que acompaña a esta entrada… sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz…eso es lo que os pido, lo cual no está mal como petición.
¿Y ahora qué, Juanmita? ¿Qué vas a escribir en este momento, tras esta interrogación? Difícil, a veces, saberlo con tanta antelación. Estoy esperando que suene en mi móvil la llamada del cristalero que vendrá a reponer un cristal que Domingo rompió hace un par de días. Le reñimos, sí. Pero no pasa nada al final: de algún modo, el mundo está para romperlo, para hacerlo añicos si fuera posible, irreconocible. A lo mejor él lo sabe ya y sus cuatro años de vida le dan para ser valiente. A la mierda el cristal. Ya veremos qué rompemos la próxima vez, mi querido niño, porque prometo romperlo contigo…el futuro algún día llegará…del presente qué me importa la gente si es que siempre van a hablar…sigue llenando este minuto de razones para respirar
Lo único que me va a costar trabajo perdonarte, mi vida pequeña, mi ídolo, mi mito con cuatro años, es esta mañana en la que me he tenido que quedar esperando al cristalero. Así las cosas, no he podido ir contigo al cine, que es donde te han llevado hoy en el colegio. Tu madre, que sí está contigo, me ha llamado para decirme que estás disfrutando como si fueras un niño de casi cuatro años. Ya me contarás dentro de un rato. Pero bueno, no he dicho nada: la culpa es del cristalero. Ea.
¿Ven? Vuelvo a caer en la trampa. Ya vuelven a aparecer por aquí mis cosas, mi niño, mi Lola, Adela (a la cual no he nombrado, pero la tengo en mis ojos, leo y escribo a través de los suyos…sombra pequeñita que me da mi reina).
Así no hay manera de ser un escritor serio.
Voy a recoger del suelo a mi sombra y le propondré que se duche conmigo. Es por sentirme menos solo. Igual por eso escribo sin saber muy bien, casi nunca, hasta dónde narices me conducen las palabras escritas.
Besos para todos porque sin vosotros, sin la luz volcada, este espacio no tendría sentido, mis queridos habitantes de bloguilandia.

martes, 14 de diciembre de 2010

Una tarde distinta



Por imperativo laboral, contra el hábito, Lola y yo no trabajamos juntos en la tarde de ayer: a ella le tocó trabajar, a mí descansar (hoy será al contrario). Esto me permitió estar toda la tarde con mi hijo Domingo (Adela se quedó con su abuela).
La comenzamos viendo una película que a mí terminó entusiasmándome y que a mi gordito, por momentos (los momentos en que no me estaba dando la vara), también: Vicky el Vikingo.
Nos arreglamos luego, a eso de las cinco, y nos fuimos al parque. Una vez allí, llamé a la abuela para que viniera con mi reina. Me vio la pequeña desde lejos, vino hacia mí como en un anuncio de esos en que dos amantes corren al encuentro por la orilla del mar y, al llegar a mi altura, pasó de largo corriendo hacia el columpio en el que ya estaba su hermano. En fin.
De todos modos, no quedó mal la escena: Adela se dio cuenta del estado depresivo en el cual había quedado su padre y, antes de llegar al columpio, dio media vuelta y, entonces sí, se tiró en mis brazos para darme sus indescriptibles besos de amor, que así hemos dado en llamarlos. Un buen rato de parque y columpios con ambos. Como de esos ratos muchos no tengo, nuevamente por imperativo laboral en mi caso, por colegial en el de ellos, los saboreo desgranando cada segundo que pasa. Cuando Adela ríe, yo sé qué es lo que merece la pena en la vida.
La abuela tenía un compromiso, se fue con la niña y Domingo y yo volvimos a quedar solos sobre las siete de la tarde. ¿Qué hacemos, chiqui? ¿Damos un paseo?, ¡Vale! ¡Y hablamos!,
Claro, chiqui, y hablamos…
Así que comenzamos a caminar. En todos los escaparates se detenía el señorito, de todo tenía una pregunta y yo, al menos hasta ahora, para todo tengo una respuesta.
Mis paseos siempre tienden a un mismo lugar: una librería que me queda más o menos cercana. Hasta allí llegamos. No puedo comprar libros en estos días porque pronto están al caer los regalos navideños y todos (todos los que tienen a bien pensar en mí a la hora de un regalo) saben que son los libros los únicos detalles envueltos que verdaderamente me ilusionan. Así que, para no fastidiar, me fastidio yo sin comprar mientras espero que vayan cayendo. Por no adquirir alguno que luego me vaya de nuevo a encontrar, es obvio. Lola me tiene absolutamente prohibida la compra de libros en diciembre. Sí cayeron un par de coches (para Adela tenemos que comprar otro, papi, que si no llora) en miniatura que eligió Domingo. Coches de la Guardia Civil elegidos por él sin influencia alguna por mi parte. Ni para bien, ni para mal.
Frente a la librería, hay una floristería. Parece que vivo en París, ¿verdad? Allí entramos a comprar una bellísima Flor de Pascua, que aún no teníamos este año. Y camino de vuelta a casa.
Un camino lento porque Domingo, aprovechando que su padre tiene algo de experiencia radiofónica, se empeñó en que fuera retransmitiendo, según maneras de la radio deportiva, sus hazañas por un pequeño borde saliente de una valla de un colegio que, si bien tendría unos veinte metros de longitud, su buen cuarto de hora nos llevó dejarla atrás. A todo esto, el contacto telefónico con Lola jamás fue olvidado. Un contacto telefónico casi adolescente, la verdad.
Entramos en casa sobre las ocho y media de la tarde. Baño al niño. Lo dejo estar a sus anchas en la bañera un buen rato. Lo saco y lo seco. Le hago una foto recién peinado para enviarla al móvil de la madre y hacerle, de ese modo, menos tediosa la jornada laboral. Le preparo la cena. Se la doy yo porque está muy cansado (Domingo es de siestas de tres horas y hoy no la ha tenido). Le digo que me espere en el sofá, que me voy a poner el pijama. Y así, en pijama los dos y calentitos en la estufa, Domingo se queda dormido sobre mi brazo a las nueve y media de la noche.
Llamo a Lola. Charlo tranquilamente con ella. Quedan tres horas para que llegue a casa, donde aparecerá tras haber recogido, dormida ya, a mi querida Adela, mi reina.
Cojo un libro que estoy releyendo con devoción: “Filomeno, a mi pesar”, de ese escritor enorme que llamose Gonzalo Torrente Ballester. Hace algunos días, Antonio Muñoz Molina (otro enorme) escribía en su blog que le pedimos a la literatura que nos dé algo más que literatura. Inesperadamente, el libro mencionado de Torrente Ballester me dio este párrafo: “Imaginé que, cuando se es hijo de un padre de los corrientes, ni senador, ni viudo, ni hombre importante, el padre nos lo da todo hecho, con un pequeño margen de libertades que se emplea en pillerías veniales, y sólo cuando se acaba la función del padre empieza la verdadera libertad, que consiste en hacer lo que uno desea, pero sabiendo previamente lo que puede y lo que debe desear”.
Dejando aparte esa gran definición de la libertad (de la única posible una vez asentamos que la libertad es imposible), me pregunto cuándo concluirá mi función de padre, si habré sabido darle a mis hijos lo que sin pedir me piden. Si sabré hacerlo bien y, por tanto, si lo habré hecho bien.
No lo sé. Dejo de planteármelo casi inmediatamente. Abro un vino. Me pongo una copa. Sigo leyendo hasta que llega Lola, quien se alegra al ver la Flor de Pascua sobre la mesa. Adela viene dormida en sus brazos. Las miro. En mi retina aún quedan restos de lo que he sido durante toda la tarde: un niño libre y feliz.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La canción



¡¡UN MOMENTO!! INSTRUCCIONES: DEN AL PLAY, POR FAVOR, JUSTO CUANDO INICIEN LA LECTURA DEL TEXTO, HAGAN LUEGO UNA LECTURA A RITMO MÁS O MENOS NORMAL Y A VER SI, MÁS O MENOS TAMBIÉN, ME HA SALIDO EL EXPERIMENTO. AH, Y COMIENCEN LA LECTURA TRAS LA PUÑETERA PUBLICIDAD ESA QUE CASI SIEMPRE SALE. BESITOS.

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Qué canción tan dulce…me decías sobre el balanceo de una mecedora cuyo vaivén era un ir y venir entre el sol y la sombra. La voz del Boss cantando My Hometown te hacía tan feliz como la llamada inesperada de un viejo amigo, beber una copa color atardecer o subrayar sobre un libro frases que siempre te proponías no olvidar.
Yo me levantaba, me dirigía hacia el equipo de música y ponía esa canción, esta canción, tu canción. El aire circundante era entonces un aliado capaz de desenredar la amalgama que los recuerdos habían formado tras de ti, so tu mirada extendida y rasante hacia otros tiempos, otros días que pasaron por ella, por la misma mirada que siempre se perdía escuchando My Hometown.
¿Cómo atraparte ahí? ¿De qué modo llegar al final de lo que miras y eres? Rendido ante la imposibilidad de recorrerte, siempre optaba por el silencio. Y era mi silencio un silencio de humo o papelera vacía, de agua estancada o folio en blanco, sin que la escritura hubiera pasado aún por él deshaciendo su silencio albor, su silencio tan ofrecido como el mío en un intento ora inútil, ora desesperado, por ser elocuente, oíble, tocable.
Yo creo que acertaba, que agradecías mi palabra callada mediando entre tu nostalgia y este presente tuyo que soy yo. Que era: pretérito imperfecto. Como casi todos los pretéritos. Quizá te quedaste aquella noche, la primera de una serie numérica que mi cabeza siempre considera insuficiente y mi corazón necesaria, porque yo sabía callar cuando tú lo hacías. Y agradeciste el gesto haciendo el amor conmigo en aquella noche, la primera de tantas, que mi cabeza siempre considera necesaria y mi corazón insuficiente.
Nunca supe, en verdad, si tu amor hacía mí era un acto de gratitud, de renuncia o de necesidad. El mío, mi amor a tus manos desnudas y a tu cuerpo vestido, o al contrario, era un amor pusilánime: te amaba porque descubrí que me daba miedo el mundo sin ti. Y has de saber que nunca tuve voluntad ni condición de héroe. La mayor heroicidad (confundida por mis amigos con la palabra habilidad) que he conseguido hacer en la vida ha sido abrir una nuez sin romper su cáscara. Me sucedió en una ocasión. Luego, durante el resto de mi vida, en las demás ocasiones, he ido por el mundo con la mirada puesta más en mis pasos que en el horizonte. Y déjame que te cuente un secreto: no me gustan las nueces.
¿Acaso me equivoqué? ¿Acaso esperabas palabras con textura de tierra firme cuando te ofrecía mi silencio aéreo, aquel silencio incisivo sin quererlo, tan infantil como un niño que no sabe solucionar el entramado ideado por un adulto para envolver un caramelo? Sí, cabe la posibilidad de que cometiera ese error. El error, errar, no es un enigma dentro de la ecuación de mi vida, no es una x que haya de ser desvelada. Es una premisa plenamente asentada. Me sucede luego, qué le puedo hacer, que se me tornan anárquicas las Leyes de la Lógica y llego a conclusiones inusitadas, no moldeables, tan extrañas que siempre me parece que son las conclusiones, o la vida, de otro que no soy yo. Algún día de estos preguntaré a mi vecino, al expendedor de billetes de metro o al poeta transigente por si acaso son las de alguno de ellos. No quiero nada que no sea mío.
Es por eso que nada tengo.
Ayer compré una bolsa de nueces que he vaciado sobre la bandeja que uso como centro que decora la mesa del comedor. Hacía frío mientras atardecía. Me tomé una copa de aquel mismo color de la tarde y puse en el equipo de música esa canción, esta canción, tu canción. Encontré entonces tu mirada perdida dentro de mi pasado perdido. Pretéritos imperfectos. Recordé lo que no puedo olvidar: tus pechos con dureza y sabiduría de estalactitas, mis silencios acordes con mi falta de palabras, los resfriados contagiados y compartidos, tus libros subrayados, mis pies sobre una alfombra que nunca te gustó.
Pero la canción, como todo, concluye. Miro a mi alrededor. Sigo igual: cubierto de silencios, algo cobarde y con frío. Me pondré a practicar con las nueces. Talvez lo consiga de nuevo. De ser así, haré una fotografía de la cáscara no partida y sin embargo abierta. Es una forma más, como pudiera haber sido cualquier otra, de hacer algo tras haberme rendido ante la imposibilidad de recorrerte.
Y callo. Y enciendo la calefacción. Y continúan las nueces sin gustarme. Y vuelvo a escuchar esa canción, esta canción, tu canción.
La canción que siempre empieza. La misma canción que ahora, conforme terminas de leer, también va concluyendo, aminorando su volumen…tu canción.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Destino final



Al tibio amparo de la dos catorce nos sorprendió aquel amanecer deslenguado tras la pleamar, tras tus palabras de vino y mar y las mías como azumbre y sal, tras tu cuerpo dormido junto al mío cansado, tras cortinas que se nos olvidó echar y sobre el resto de preposiciones que íbamos acariciando antes de hacerlas encajar entre frases, cabe los besos dados, contra el frío vencido, según éramos incapaces de distinguir la noche de la necesidad.
Nos cogía cerca aquel hostal inundado. Acaso el que vinimos a inundar. Tubos de neón simulaban el color amarillento y usado de sus paredes. En la recepción, un tipo calmado que dormía con los ojos abiertos nos dio la llave de aquella habitación, la dos catorce, que tan lejos nos quedaba aún, a un par de minutos, a un par de pisos, a un par de cuerpos, los nuestros, aún vestidos, codiciosos, tan recientes que ni siquiera se habían descubierto, tan nuevos que parecían arcilla no endurecida, moldeable, moldeables los cuerpos que hace unas horas no se conocían, se ignoraban, se nutrían con otros cuerpos que luego fueron irrelevantes, inútiles, descartados.
Coincidencias. El mundo, la vida, es una ecuación irresoluble, un campo donde arraiga el azar, donde el destino es una excusa para que en la sobremesa se mantenga un clima, una conversación anodina que de la nada viene y a la nada va.
El azar. Cuáles han sido tus pasos antes de subir a aquel autobús cuyo destino era el mar. Por qué iba desocupado el asiento que estaba junto al mío. Dónde hemos estado hasta hoy, hasta hace un rato, hasta que pedimos la primera copa en el primer bar que vimos abierto, hasta que supimos que ambos fumamos y a ambos nos gusta reír más que llorar. A salvo aquel que suponía la estación final de un autobús sorprendente, no hay destino alguno que fuera un lazo inaplazable. Es el azar, sólo el azar, no más que el azar.
Somos hoy, tú y yo, en el interior cálido de esta habitación usada, el resultado de movimientos azarosos, inconexos, desgajados, unidos. Dónde estabas ayer. Por qué te he encontrado hoy dentro de un verbo conjugado en presente, qué libros te gusta leer y qué has pensado mientras yo te acariciaba, te descubría al fin, calmaba mi sed antes de que saliera el sol. Que el sol no da de beber.
Te miro dormida a mi lado. Hemos pasado la noche haciendo el amor y quizá nos conozcamos algo mejor. Estoy cansado y, sin embargo, no puedo dormir. Ni siquiera creo que quiera hacerlo. Miro sobre la mesita de noche el llavero que tiene grabado un número, el dos catorce, el que corresponde a esta habitación que te acoge desnuda y tranquila, suavemente despeinada, con olores húmedos que te rodean sin inquietarte, como mis brazos también procuraron.
Te miro y recuerdo aquella canción que tantas veces he cantado. ¿Seremos un triste amor mal nacido? ¿Llegaremos a ser condenados? ¿Quién eres? Dime quién eres…
¿Tenemos la misma edad? Imagino que despiertas y tardas un segundo en saber dónde estás, en reconocerme. Es normal: un segundo es todo el tiempo inmenso que ha pasado desde que nacimos hasta este preciso instante. Buscaré una sonrisa que te tranquilice.
Me he enamorado de ti y luchar contra el azar es tan innecesario como triste.
Tengo tiempo. Duerme. Ya me contarás.

lunes, 15 de noviembre de 2010

De los sueños y la Voluntad III



Cuando ambos coinciden, los sueños y la Voluntad, digamos que se nota, que se ven resultados, que las horas no pasan inútiles, que cunden y todo eso. Y en ello estoy desde hace un par de semanas: haciéndolos coincidir. Algún día, ignoro si lejano o no, tendrán esa coincidencia entre sus manos. En ello pongo mi empeño y empeño mi palabra.
Sin embargo, le gusta a uno dejarse llevar. Hablo por teléfono con mi querida e imprescindible Marisa, a quien considero mi hermana, de quien no tengo palabras para explicarles cuánto llego a quererla, y me dice que a ver cuándo actualizo mi blog…ahora que ella se ha sumado a mis lectores voy y la dejo, digamos, algo tirada.
Como me gusta cumplir sus órdenes, aquí estoy. Desde temprano, me he puesto al día en la mayoría (no sé si todos) de los blogs amigos y ahora, una vez cumplido ese placer, me siento en este salón de mi casa, que es la de todos, por aquello de escribir. Y escribo, como siempre.
Sospecho que mi Voluntad se ha dado por aludida en las dos entradas anteriores que ella ha protagonizado. Ha pagado lo que tuviera que pagar allí donde vacacionara (el ordenador subraya incorrección en el uso de ese verbo. Se equivoca. También lo hará si escribo vacacionase. Efectivamente) y se ha venido conmigo. Y aquí la tengo, instalada. Y yo, agradecido.
Mis sueños me preguntan que quién esa señora que, recién llegada, se ha tomado tanta confianza que abre el frigorífico sin pedir permiso y zapea a su antojo. Yo les digo que no se preocupen, que es buena amiga a quien no tengo el gusto de conocer. Sorprendidos por semejante respuesta, que roza con la estupidez, les sonrío y aclaro. O añado: a quien no tengo el gusto de conocer en profundidad, pero todo se andará. Me cae bien.
Anoche, mientras en el duermevela tertuliaba con mis sueños, charlaba con ellos y discutíamos sobre cada uno de sus pros y sus contras, entró mi Voluntad en el dormitorio y me obligó a levantarme. Cuando le pregunté qué quería, si necesitaba algo, si tenía frío y venía a acostarse conmigo, si podía ayudarla de algún modo, me dijo que no, que estaba bien, que en verdad estaba perfectamente y que eso significaba que había que aprovechar el momento. Me obligó a levantarme y juntos superamos las cien páginas de algo que voy escribiendo. Más o menos un tercio del total, calculo.
En las dos entradas anteriores dedicadas a los sueños y voluntades, concluí confesando que ignoraba hacia dónde me llevaban aquellas palabras escritas prácticamente sin pensar. No puedo concluir ésta del mismo modo: aquellas dos eran un llamado que ahora ha devenido en real. Imploraba, acaso sin saberlo, la ayuda de mi Voluntad tan frágil en apariencia, tan viajera y vagabunda. Y sí, ha acudido. Por aquí anda, un tanto mosqueada desde hace unos minutos porque vuelvo a escribir una entrada en mi blog. Algo para lo cual ella no ha venido. Se tendrá que joder (con perdón): mando yo. El blog es tan irrenunciable como lo son mis blogueros. Mando yo, no hay más que decir.
Tras superar las cien páginas, los sueños me llamaron. Nos miramos mi Voluntad y yo y acordamos que estábamos algo cansados. Nos fuimos a la cama. Mis sueños le gastaron bromas a mi Voluntad. Parece que comienzan a llevarse bien.
Creo que fui feliz soñando que mi Voluntad soñaba con sueños que yo sueño cuando sueño que sueño con alguno de los mismos sueños con los que mi Voluntad sueña cuando yo sueño que Ella sueña con sueños…
Y el caso es que continúo feliz.

jueves, 21 de octubre de 2010

(ninguno)

Gracias por vuestros comentarios. Ando un poquito liado tanto para escribir una entrada nueva como para visitaros a todos. Me voy a tomar unos días para desliarme.

Poca cosa, tres o cuatro días nada más. No se vayan muy lejos...

Besos deslizantes para todos.

lunes, 18 de octubre de 2010

(La sorpresa)



Gracias, Lola, porque fue una maravillosa sorpresa. Gracias también a mi compañera de trabajo, y sin embargo amiga, Cristina, mujer nacida para ser amada y cómplice en todo el montaje. Fue ella, Cristina, quien anduvo con mensajitos al móvil a la una de la noche. Pendiente, ella también, de que todo saliera bien.
Y salió.
Había jugado Lola al despiste. ¿El traje? Vino bien, era adecuado, correcto para la ocasión. Mas no imprescindible, nada hubiera pasado si, en lugar de ir tan guapo y elegante, hubiera ido igual de guapo con mis vaqueros habituales. ¿La previsión meteorológica de la que Lola estuvo tan pendiente? Secundaria al final. Sólo era porque preveía que no podríamos aparcar cerca y el agua nos incomodaría en el posible paseo. En cualquier caso, la tarde de ayer fue magnífica y nosotros tuvimos suerte: aparcamos el coche según el sevillano modo de hacerlo en la misma puerta.
El sábado se le ocurrió a Lola que debía llevar puesto un antifaz hasta llegar al lugar aún no sabido. Por fortuna para mí, no encontró el adecuado, sólo antifaces carnavaleros que obviamente no venían al caso. Prometí que iría con los ojos cerrados. Aceptó la promesa y luego, llegado el momento, me levantó el compromiso de cumplirla.
Fui, por tanto, con los ojos bien abiertos, atento al perfil egipcio que Lola me ofrece mientras conduce y reconociendo el paisaje, el suyo y el de mi ciudad.
A las seis y cuarto de la tarde de ayer, tras varios intentos que comenzaban a mosquearme, logré que la corbata cayera justo en mitad de la hebilla de la correa. Todo en orden. A las seis y veinticuatro, Lola me llamó al móvil para decirme que pasaba a recogerme. Magnífica Lola, impresionante dentro de su vestido. Comenzamos el camino. Mediado el mismo, recordamos que la cámara fotográfica la hemos dejado del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada…no habrá por ello, no hay, prueba gráfica del acontecimiento (Cristina, que pasa por aquí, podrá dar fe).
Voy reconociendo los lugares porque nada ajeno tienen, porque los he pisado mil veces. Menos mal que nos gusta ser pulcros con la puntualidad y por ello íbamos que tiempo suficiente: un par de obras y de calles cortadas provocaron un desvío no previsto. Llegamos sobrados de tiempo, sin embargo. Con una hora de antelación, según me confirmó la mujer que quiero. Aparcamos perfectamente, en la puertita. Acababa de descubrir la sorpresa, supe el lugar. Digamos que el continente estaba claro y que ya sólo me quedaba el contenido. Me lo desveló antes de bajar del coche. Supo por mi cara que acababa de emocionarme, que había acertado de pleno. Le di un beso que con sabor a años y complicidades, a sueños y enfados, a almohada y niños (Domingo, por cierto, me dijo después, cuando pasamos a recogerlo y por causa del dichoso traje, que si yo era otro papi. Luego, ya en casa, me acompañaba en el dormitorio mientras me lo quitaba y me ponía el pijama y, además de enseñarme la churrita porque su hermana le había dejado señalado un pellizco, ¡ay!, ya reaccionó. Me dijo literalmente: con la corbata eras otro papi, pero ya eres el papi antiguo), a palabras dichas o no dichas, a caricias dadas y caricias en espera, a amistad y deseo, a amor y a olores cercanos, miradas brillantes y deseos tan conseguidos que son tocables.
Teníamos tiempo. En una cafetería cercana Lola pidió un café (ella es de cafés eternos) y yo una cocacola (o un cocacola, según el también modo sevillano de decirlo).
A las siete y media esperábamos en la puerta.
A las ocho menos veinte entramos.
A las ocho menos cuarto vi a Cristina mientras me dirigía al baño y supe entonces de su complicidad. Me alegró que fuera ella, la quiero mucho. Lola sabía (¿qué narices no sabrá de mí?) que me iba a llevar esa alegría.
A las ocho menos diez ya estábamos sentados.
A las ocho menos cinco comentamos que la gente tenía la manía de ser impuntual.
A las ocho y cinco anunció una voz, por megafonía, que quedaban cinco minutos para que todo diera comienzo.
A las ocho y diez se apagaron las luces. También me emocionó esa oscuridad, soy un pelín sensiblero.
Natalia Millán comenzaba el monólogo de “Cinco horas con Mario” en el Teatro Lope de Vega mientras yo, antes de concentrarme plenamente en la obra, volvía a pensar que me gusta vivir al lado de mi Lola egipcia, de sus manos como jeroglíficos donde me descubro cada día que paso a su lado.

jueves, 14 de octubre de 2010

Otro ( )....La espera de un niño



Mis queridos habitantes de bloguilandia:

Esta entrada iba a ser una, pero serán dos (creo que una habría salido más extensa de lo que recomienda el manual del buen hacer en un blog).
Para empezar, una aclaración que descarte dudas o misterios. Titulo estas entradas entre paréntesis porque eso es lo que son: un paréntesis entre la serie comenzada, y en absoluto concluida, sobre los sueños y la Voluntad…próximamente en esta sala.
Pero entren conmigo al interior de este paréntesis que me ocupa ahora. Hace unos días, en torno a las doce y media de la noche, recién llegados del trabajo, el móvil de Lola dio la nota que indica la llegada de un mensaje al mismo. Tras leerlo, le pregunté quién era (por nada la pregunta, pura interrogación policial, sólo eso), pero me dijo que nada, una tontería. El caso es que respondió. ¿Con otra tontería? Lo ignoro.
Las tonterías estuvieron tonteando (como les corresponde) en un ida y vuelta que duró una hora. A la una y media, sonó en el móvil de Lola el mensaje que supuso finalmente la última. Tras ella, dijo algo así como perfecto, todo confirmado. Volví a poner cara de policía (del que hace de malo. Probablemente influido por una lectura que acabo de concluir y que casi me ha apasionado: “La estrategia del agua”, de Lorenzo Silva) y le dije que si la tontería tenía algo que ver con coyunda extramatrimonial debía tener presente (me gusta colaborar) que uso la misma agenda desde el año 2001: la única ocupación que tengo es estar a su lado y, por tanto, es absurda la renovación agenderil o agenderal (que tanto da).
Fue entonces cuando ya no le quedó otra que confesar (sobre todo al dirigir una luz directamente hacia su cara e ir mudando mi rostro de malo a torturador en cierne): te he preparado una sorpresa, será en los próximos días (bueno, en verdad me dijo el día exacto, pero prefiero no indicarlo aquí por ahora). ¿Una sorpresa? Pistas, por favor. Ni una, querido, que eres demasiado listo (lo cual, como todo lo que ella dice, es verdad).
En fin, que estoy nerviosito perdido y feliz. ¿Algunos datos? Claro que sí.
Sea lo que sea lo que sea que es, imagino que será al aire libre porque se ha preocupado (lo cual no es nada habitual) por (¿preocupado por o preocupado de? SOS, please) mirar en Internet qué tiempo está previsto para el día en cuestión.
Me dijo también que me tenía que arreglar. Cuando yo le advertí que en mi armario no hay términos medios (vaqueros o traje), me respondió que traje (recientemente me he comprado uno con el que estoy guapísimo, por cierto).
Iremos los dos solos. Los niños se quedarán con la abuela. Pero ni estaremos solos ni con otros amigos (no se trata, por tanto, de una fiesta sorpresa de esas que se dan en las películas de sobremesa. No le perdonaría lo del traje, si eso fuera).
Será en Sevilla, pero me despistó que no tenga claro del todo cómo llegar al lugar de marras (de marras para ella, claro). Tendremos que salir de casa sobre las seis y media de la tarde. Me dijo que nunca hemos ido allí, aunque sí hemos pasado por allí. Añadió una puntillita: bueno, al menos yo no he ido nunca, no sé tú en aquellos años en los que estuviste en tantos sitios, hijo mío.
Y poco más. Mis pesquisas han concluido porque me pone muchísimo dejarme llevar. Ruego que, si alguna idea se les ocurre, ingenien un comentario en el cual esa idea no aparezca. No sé yo si merezco la sorpresa, pero Lola, sin duda, sí merece que le salga bien.
Como un niño está el Juanmita

domingo, 10 de octubre de 2010

Un ( )



Me llamó por teléfono durante una madrugada que aún era reciente, que yo comenzaba a palpar de la mano de un duermevela que, con tranquilidad, me iba guiando hasta el pomo tras el cual me esperaba algún sueño. Sin embargo, nunca supe cuál era ese sueño que habitaba en la sala de espera.
El teléfono, inesperado, me asustó levemente. Hola, soy yo, estoy cerca de tu casa, con unos amigos y algo bebida, ¿puedo quedarme a dormir contigo?; Sí, claro que sí, ven cuando quieras; Gracias, me acaban de pedir otra copa, en un ratito estoy ahí.
Volvió a callar, el teléfono. A veces lo apago antes de dormir, pero sólo cuando estoy muy cansado, me pongo en manos del azar y confío en que ninguna urgencia merodee cerca esa noche. Encendí la luz de la mesita de noche, cogí un libro casi sin mirar, sin preocuparme por él, y lo abrí para ir rellenando el tiempo de espera con palabras de otro.

Con palabras, en definitiva.
Pasada una media hora, otro timbre me volvió a asustar. Era el del portal de casa. Hola, ya estoy aquí; Sube, te abro. Yo estaba en pijama y no consideré necesario cambiarme. Ella sabría que me iba a encontrar así. Un par de besos, bromas con la suave ebriedad que traía puesta en la mirada, necesidad de pasar al cuarto de baño, otra copa, antes de dormir, a la que me sumé yo.
Avanza el tiempo, irrumpe la madrugada con su carga de pecas, deseos y turbulencias. La cama, hora de dormir. Durante muchos años, nos engañamos pensando que estábamos enamorados. Es posible que incluso llegáramos a estarlo en más de una ocasión, durante varios días, en otras madrugadas con otras pecas, otros deseos y otras turbulencias. Pero ya no, eso lo teníamos más o menos claro. Sólo más o menos claro, como siempre, como algo a lo que nos habíamos acostumbrado.
Yo en pijama. ¿Y ella? Ella venía con lo puesto y se lo quitó. Le apetecía dormir desnuda, preguntó si me importaba, le dije que no. Silencio y ojos abiertos. La cama, pequeña. De uso individual si uso un lenguaje comercial. Sus pechos, marcados en las sábanas. El roce, inevitable en lo que buscamos posturas para dormir. Teníamos más o menos claro que ya no estábamos enamorados.
No recuerdo cuál de las cuatro manos fue la más impaciente. Tampoco si fue la misma que me quitó el pijama o ya fue otra, decidida tras el avance de la pionera. Lo cierto es que volvíamos a encontrarnos, a estar, en un lugar que conocíamos bien, a la perfección, tras haberlo recorrido en tantas madrugadas pecosas, a bordo del deseo y en medio de turbulencias que jamás nos dieron miedo. Dimos cuenta de quienes somos cuando estamos juntos, dijimos entre jadeos y susurros que nunca, por mucho que la vida nos separe, podríamos evitarlo, que siempre se desnudarán nuestros cuerpos cuando queden cerca. Es posible que sea verdad. Tanto como que nunca podamos volver a constatarlo.
La mañana entró con una carga de responsabilidad cuyo peso notamos en el alma. Nos conocemos bien. Demasiado. Quizá llegamos a reírnos. Ella se fue con cara de sueño y mejillas sonrosadas. Yo doblé el pijama, recogí del suelo el libro que allí había quedado tirado, hice la cama, me duché, tomé un café solo y sólo, abrí mi máquina antigua y amiga y me puse a escribir para ir rellenando el tiempo de espera de la nada con palabras que esta vez sí eran mías.
Con palabras, en definitiva.

martes, 5 de octubre de 2010

De los sueños y la Voluntad II



Leo la postal, remitida por mi Voluntad a un apartado de correos que hace honor a su nombre (apartado), encontrada allí entre facturas y otras tristezas, y miro la vida que me queda alrededor para constatar, una vez más, que aún no necesito la ayuda profesional de un oculista.
Salgo a pasear por las mismas calles que en otro tiempo, tiempos que dieron nombre a este blog, que se presentan indecisos entre los olvidos y los recuerdos, entre la bohemia y la puntualidad, entre perfiles y muros, entre drogas y besos, entre lazos desatados y flores encontradas en un portal…tiempos que fueron anclados sólo por el poder mágico y omnívoro que ejerce la mirada egipcia de mi Lola eterna y para mí inmortal…salgo a pasear, escribía (que se me va el ritmo y todo eso), por las mismas calles que en otro tiempo me vieron deambular. Me encuentro. Reconozco a ese tipo que cojea con elegancia al andar.
Mi Voluntad toma el sol. Mis sueños se dan un baño de miel para que luego, cuando despierte de ellos, queden algunos hilos sueltos que aún se derramen con dulzura y quietud. Casi con mansedumbre. Yo entre ambos, Voluntad y sueños, en medio de una calle y mirando la vida circundante, pensando que a veces hay algo que contar.
Y vengo a contarlo.
Pero no sé qué. En ocasiones veo cuentos…podría decir parafraseando a aquel niño tan desconcertante. Tengo en la cabeza, principiante y tímida, la idea de una novela a partir de un dolor de muelas inexistente. Sí, tal cual. Uno, a veces, es un tipo algo raro. Y es verdad que jamás he tenido un dolor de muelas que merezca ser llamado como tal.
Todo lo que escribo es verdad. Mentir y escribir son, para mí, actos incompatibles. Creo que ya lo he dicho alguna vez en alguna entrada de mi blog que andará como el correo, apartada, perdida por ahí. ¿Escribo desde antes de aquella redacción del bachiller que fui? Sí, creo recordar que me inicié, como tantos, como todos, con poemas de amor escritos a una muchacha de la que estaba enamorado durante la Enseñanza General Básica. La Chari, única mujer que he querido y que tenía los ojos azules (dato en el cual caigo justo ahora, cuando me he puesto a recordarla junto a las demás).
La primera mujer que me besó en los labios compartía con ella el nombre, pero no ese color en los ojos. Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar…escribe José Hierro antes de encender un pitillo y tomarse una copa. Ojos verdes no los tengo entre mi colección de ojos vacíos y miradas que me arañaron o cuidaron. Ponga usted unos ojos verdes en su vida, ya me contará cómo suena el mar.
No viene al caso contar el por qué, pero el caso es que no vi el mar hasta la edad de catorce años. Y el caso es, también, que fue entonces cuando por primera y única vez en mi vida me bañé en él (mientras amanecía, momentos clavados). No hace falta que nadie me hablé de su sabor, mantengo la sal incrustada en los labios aunque han pasado, desde aquel amanecer, veintiséis años con sus amaneceres diarios.
Quizá esté equivocado y sí necesite la ayuda profesional de un oculista que me verdee la mirada.

El mar es una respuesta que continúo buscando.


(Ya les dije que no sabía por dónde me iba a llevar esta serie que he comenzado y que está dedicada a los sueños y a la Voluntad. Que voy hacia algún lado es algo de lo que estoy tan seguro como de que tengo el rumbo perdido y que me permitirá, una vez encontrado, llegar allí. Allá donde vaya. Yo, mientras tanto, me dejo ir. Soy un chico fácil…)

miércoles, 29 de septiembre de 2010

De los sueños y la Voluntad I



Mediado primero de bachillerato, conoció el mundo mi primer y único éxito literario. Acaeció en clase de Lengua y Literatura, bajo la mirada de mi añorada profesora Teresa López, tan comunista ella, tan roja, tan de la época. Un buen y bendito día nos dio trabajo para casa. Debíamos continuar una redacción cuya primera frase recuerdo tal cual si la estuviera escribiendo tras los dos puntos que enseguida vienen. Ahora: Estaba sentado en mi habitación cuando de pronto…
Todos mis compañeros activaron el resorte de su imaginación y, con ella en ebullición, llegaron a sus textos invasiones extraterrestres, terremotos y meteoritos que iban a caer causando algún pequeño roto como la destrucción del mundo y cosas así. No conservo el texto que yo escribí. Pero sí recuerdo cómo principiaba. Lo recuerdo tal cual si lo estuviera escribiendo tras los dos puntos que enseguida vienen. Ahora: no sucedió nada. A partir de ahí, elaboré mi primer relato existencialista. Estaba sentado en mi habitación cuando de pronto no sucedió nada.
En aquel texto, el escritor que estaba sentado en la primera frase se levantó del sillón en la segunda, se asomó a la ventana y, a partir de ahí, describió la calle que tenía bajo su mirada. Que era la mía. Ya contaminada, pero todavía con esperanzas de curación. Un relato cotidiano sobre la nada que sucede, sobre el todo que somos. Un relato inventado porque si hubiera tenido que escribir lo que veía desde mi ventana real habría entrado en ese momento en una depresión.
Teresa López destacó en clase aquella redacción. Lo hizo un día en el cual yo no estaba en clase. Una gripe inoportuna había causado mi primera baja escolar. Cuando volví, ya recuperado (obviamente), Teresa sacó de su maletín mi redacción y me pidió que la leyera en voz alta. La analizó luego, la alabó, me felicitó.
Desde entonces, no hago más que recibir felicitaciones por mis escritos. Es normal. Escribo tela de bien.
Desde entonces, también, no hago más que soñar. Nadie me felicita por mis sueños porque nadie sabe de ellos salvo las teclas de mi ordenador, las que van dando forma a las palabras soñadas. Ellas y ellos, teclas y sueños, me enredan, me entretienen, me engañan y conforman. Las quiero y los quiero en la misma medida que las odio y los odio.
Luego me queda, por el ángulo muerto del retrovisor, una vieja amiga cuya vida es independiente de la mía a pesar de que encontró habitanza en mi interior: la voluntad. Tan débil en mi caso que muchas veces pongo en duda su existencia. Es absolutamente anarquista, ajena a mis órdenes, cuando quiero darme cuenta, y me pongo a buscarla, recibo alguna postal suya en mi buzón. Sé entonces que se me fue de vacaciones, a un todo incluido de esos.


(Y mañana, o en los días venideros, continuará esta historia. La cual, pienso, alguna razón de ser ha de tener y hacia algún sitio me conducirá. Por ahora no lo sé. Quizá sueñe con ello. Quizá mi voluntad no dé para mucho más. O sí. Confiaré en el poder de la palabra)

miércoles, 15 de septiembre de 2010

My way...



¿Desde cuándo no me acerco a ti? ¿Cuántos días hace que ando por ahí perdido, enredado? ¿Por qué te he dado de lado si tanto me gusta tenerte cerca, acariciarte a medias entre el descaro y el respeto, mostrarte mi cara más tierna y luego, inmediatamente, la más salvaje? ¿Qué soy yo si dejo de ser lo que soy? ¿Quién coño me he creído? ¿De qué voy?

Se acabó la broma. Aquí me tienes. Desnudo ante ti, como siempre me he presentado. Sin secretos, sin miedos, sin otra cosa mejor que hacer. ¿Cómo? ¿Pensabas que todo se acabó? ¿Que me había marchado para siempre? Mira, está bien que te enojes conmigo, lo merezco, pero sabes de sobra que olvidarte es imposible. Y a quien no olvida sólo le cabe una opción: estar.

Estoy, por tanto. ¿No me ves? De alguna manera, soy otro, alguien que va aprendiendo a soportar al que siempre es. Aquí estoy, contigo, queriéndote de un modo desmesurado, sin medidas ni dimensiones, sin fronteras, leyes veces a incluso sin, con una pasión que torna continuamente en inundación, entre libros y ese pitillo que siempre queda encendido en el cenicero, solo ante ti, mirándote cara a cara, descubriéndote otra vez, necesitándote y acudiendo con urgencias, con deseos de amante desesperado, eternamente principiante y, empero, sabiendo de tus secretos, de tus laberintos, de tus escondrijos y enredos, de la textura de tus brazos cuando se abren de par en par y me reciben, me acogen, me cuidan, me recuerdan y añoran, me matan, me resucitan.

¿No me ves? Sí, soy yo. He vuelto para quedarme, nada soy sin ti. Nada quiero ser si no me quedas a mano. Gracias, querido idioma, por esperarme. Gracias por entender que, en algunas ocasiones, ando por el mundo a mi manera...

Vengo algo sucio. Dame permiso, por favor, para darme un baño en cada una de tus palabras. Las necesito como el agua y el aire. Imploro por ellas. Las eché de menos. Veo que me las ha cuidado bien. Prometo que sabré agradecértelo, aunque sé que nunca me pedirás nada a cambio.

Es el amor. Quien lo probó lo sabe.

martes, 14 de septiembre de 2010

Pequeñas intimidades...



Mis queridos habitantes de bloguilandia:

Vuelvo a la normalidad bloguera tras varios días de despiste o escaqueo blogueril. Hoy, poquito a poco, me he ido poniendo al día en cada uno de los blogs amigos (no en todos, pero casi). Gracias por todos vuestros comentarios en mi entrada anterior (y sí, Manuela, mi Lolita y Domingo son habituales en los desayunos del bar Alegría...con lo cual sería él el niño que te llamó la atención. Seguro).
Me fui de viajecito con Lola y mis niños y ahora practico el no hacer nada. Pronto concluirán mis vacaciones, pero continúo en ellas.
Sin embargo, hasta ayer mismo no descansé del todo. Desde hace unos meses estoy en pleno intento de cambiar de trabajo. He participado en un proceso de selección que me ha llevado hasta el final, hasta la última de las pruebas selectivas que han sido requeridas. Todas las fui pasando decentemente. La de ayer fue una entrevista personal. Último tramo antes de saber si he conseguido mi propósito o no.
No sé si me salió bien. Es difícil valorar eso y, además, soy terriblemente exigente conmigo mismo. Siempre, absolutamente siempre, tiendo a pensar que lo podía haber hecho mejor. En verdad, con sinceridad lo digo, creo que la de ayer ha sido prueba no superada. Qué le vamos a hacer.
El cambio de trabajo que anhelo no es perentorio desde un punto de vista económico. Estoy en la misma empresa (que casi considero mía, que la llevo dentro porque ayudé a construirla -literalmente- desde sus cimientos) desde hace once años y no parece, toco madera, que vaya a faltarme trabajo en los venideros. Estoy allí, además, codo con codo con mi Lola (lo cual firmaría hasta el día de mi jubilación).
El problema es otro. Es mi horario laboral: de 16:00 h a 0:00 h, con algún que otro fin de semana incluido cada mes y con algún que otro festivo a lo largo del año (me he comido las uvas de Nochevieja en el trabajo en cinco ocasiones...y las que me quedan). Mi vida está plenamente adaptada a ese horario que, por otra parte, me gusta mucho. Pero mi gordito ha comenzado el colegio (con pucheritos a la hora de ir, ay) y esas son palabras mayores. Necesitamos estar con él por las tardes, ayudarlo en sus tareas nuevas, acompañarlo en las actividades extra escolares, en fin, todo eso. Si esta oportunidad que se me presentó no cuaja, habrá que intentarlo por otro camino. Mi hijo comienza a necesitarnos casi tanto como siempre lo hemos necesitado Lola y yo a él.
Me cogéis en horas pelín bajas. Tengo la impresión de no haber estado a la altura en la entrevista de ayer. Mal asunto, no dejo de pensar en ello. No dejo de caer en la cuenta de cosas que no dije. Quizá no tuve el día. A lo mejor confiaba demasiado en mí mismo.
En fin, mantendré la esperanza. Informaré puntualmente.
Poco más tengo hoy que escribir. Me hubiera gustado regresar con otro ánimo, pero no lo tengo.
Y cuidado, que no quiero dar impresión equivocada. Que todo bien, ¿eh?, que no hay tristezas ni depresiones ni nada de nada. Todo bien. Lo único es que no sé como dar fin a esta entrada y empiezo a dejarme llevar por las palabras, esas que tanta compañía son capaces de hacer, de darnos. Al final, lo único que me pasa es que sólo quiero esto, escribir, y así no vamos a ningún lado.
Pero soy feliz durante ese recorrido hacia ningún lugar...

jueves, 9 de septiembre de 2010

Algo...

Algo guapa y gitana sí que es...


Algo guapo él también. Y lo sabe. Y posa...

Algo tendría pendiente con alguna chica...

Algo de tranquilidad tenemos en ocasiones...

Algo está liando su hermano...

Algo miran...

Algo no le cuadra...
Algo tendré que beber de vez en cuando...

viernes, 3 de septiembre de 2010

Poquito tiempo, pero algo es algo...












Pues nada, que voy a estar por ahí, por esas fotos, durante unos días...

Dejo la puerta abierta y besos sobre la mesa para quien vaya entrando.

Tómense lo que quieran durante mi ausencia.

Están en su casa....

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Y a seguir...



Mis queridos habitantes de bloguilandia:

Se me hace mayor. Le he quitado los pañales y ha aprendido a hablar. Lo hace, además, con sinceridad, sin miedos ni tapujos, con descaro y respeto hacia cada una de las palabras que ha aprendido y se atreve a usar.

Ha tenido momentos cumbres y otros de bajón. Incluso ha estado parado en un par de ocasiones. El de ahora, es un momento tranquilo y dulce.

Ignoraba en sus principios los caminos que iba a recorrer, por dónde deambularía y hacia qué lugares. Nunca ha mentido, eso lo puede proclamar con claridad. Sí, claro que sí, a veces fabula. Pero fabular y mentir no son la misma cosa. Al diccionario remito a quien no lo vea así. Fabular es crear desde la nada y mentir es un acto que necesita un punto de partida: una verdad que la mentira pretende trastocar, darle la vuelta como un calcetín, para a su vez presentarse ante el mundo como otra verdad. La mentira procura vestirse de verdad y, claro, nos hacemos un lío.

Pero no es el caso. Hubo mucho de verdad, mucho de fabulación y nada de mentira. Cosa distinta no puedo decir.

Su autor, poquito a poco, aprendió a dominarlo. No es reseñable como hazaña tal hecho: su uso es sencillo. Pero el autor presume de ello porque es bien sabida su torpeza con la informática y sus derivados.

¿Lo mejor de todo? Los amigos que desde el principio vinieron, los que se sumaron, los que se suman. Los que están y no están, los que escriben y los que no lo hacen.

A todos, en su nombre, doy las gracias. Para todos reparto besos deslizantes en nombre de mi blog.

Y es que hoy cumple dos años.

Ay, que se me va haciendo mayor...

viernes, 27 de agosto de 2010

Monólogo




Sí, eso es lo que soy: lamentable.

Nada puedo hacer por modificar esta circunstancia o situación. Digamos que lo llevo en mi código genético, que soy lo que mi madre me legó, que hay cosas inevitables…tanto como lamentables.

Dicen de mí que merezco ser lamentado y que soy digno de llorarse. Siempre estoy presente cuando acaece alguna desgracia, parezco imantado. Pero puedo asegurarles que todo es a mi pesar, casi contra mi voluntad.

Dicen también que a veces presento el aspecto de una persona o cosa estropeada, maltrecha. No es que me guste presentar este aspecto, no, pero no me queda otra que acostumbrarme. ¿Querrán ustedes aceptar mis disculpas?

Añaden finalmente, por si fuera poco lo que me ha caído, que puedo infundir tristeza y horror cuando hablo y se puede, por tanto, oír mi voz o cuando dejo ver mi rostro al tiempo que todos piensan o dicen eso mismo… sí, verdaderamente es lamentable. No hay duda.

¿Me hubiera gustado ser de otro modo? Por supuesto, negarlo sería mentirles. A veces lo he intentado, quise dejar de ser lamentable para ser, por ejemplo, agradable o placentero. Pero nunca me salió bien la jugada. El resultado fue patético y, la verdad, no sé qué es mejor: ser patético o ser lo que siempre he sido, lamentable. Querer ser el antónimo de lo que uno es sólo nos lleva a una conclusión: el lenguaje no entiende de trampas, de trucos de magia que sean torpes y, con ello, no consigan esa meta llamada ilusión.

Una vez asimilada mi personalidad, algo así como el significado que me conforma, les aseguro que procuré (sigo procurando) quedar en un segundo plano, ser actor secundario con un papel tan irrelevante que ni siquiera en los títulos de crédito mereciera aparecer. No hay modo, lo saben mejor que yo. La vida es como es y yo con ella soy como soy.

Hago lo imposible, créanme. No me culpen, por favor. No me gusto cuando me miro a los ojos en un espejo y vivo dentro de una depresión. Hace muchos años, apenas siendo un recién nacido, podía declinarme y, así, todo parecía que se achicaba, que yo era un mal menor. Pero ya ni siquiera me queda ese argumento o consuelo. La edad ha anquilosado mis articulaciones y aquí estoy, como un participio del verbo erguir y sin remisión. Empero, no soy un verbo, no soy un sustantivo, no soy un pronombre. Soy un adjetivo que nada puede hacer por cambiar.

Está escrito.

jueves, 19 de agosto de 2010

Descubriendo...




A veces, en libros cuyo título ya olvidé, pude leer que amar es un acto absoluto de egoísmo. Decimos “yo te amo”. Se impone ese yo humano, demasiado humano, con la finalidad de descartar cualquier otra presencia y, así, llevar mejor la lucha contra los miedos y la soledad, contra los sueños empeñados en parecerse demasiado a la realidad o contra el paso implacable, en ocasiones cruel, de los días y los años, del tiempo y la edad.
Hoy, sin embargo, he decidido dar de lado a todas mis lecturas, cerrar los diccionarios y olvidar la educación que he recibido tanto en la cuna como en la mesa. Quiero hacerlo para escribirte como si fuera un recién nacido apenas balbuciente y sin conciencia contaminada, para encontrar palabras amables que aún no hubiera podido conocer y rodear tu silencio claro con sigilo y zalamería. Sentarme entonces tranquilamente, mientras vigilo que no se produzca una rebelión de adjetivos sin utilidad o pronombres personales que dejo aparcados, a contemplar cómo madura tu cuerpo en lo que pasa la vida, que sólo es eso que transcurre a tu alrededor. En conversaciones con amigos que me piden una explicación, justifico cada uno de mis pasos en el mundo porque todos buscan la cercanía de tus manos, estar a tu lado para observar los gestos que haces como si tuviera la intención de dibujar cada uno de tus movimientos, guardar en los huecos puros de mi memoria tu olor de mujer sabia, indagar en la profundidad natural de tu mirada hechicera y egipcia para tener la sensación, infantil e inocente, de que podría descubrir tus secretos con facilidad. Cierro los diccionarios e imagino que tú sales a la calle y yo me asomo a una ventana, a verte pasar. Sí, cierro los diccionarios para evitar hablarte con palabras que habitan en los lugares comunes, en las zonas muertas del idioma, para dejar mi mente limpia de gramáticas o cosas y sólo pensar en el poder de tu cuerpo blanco iluminando la oscuridad de mi habitación, para abrir mi colección de besos pequeños, noches en vela y utopías inverosímiles y decirte quién soy, cómo soy, por qué cierro los diccionarios cuando entras en casa y cuáles son las razones que tengo para no ser perezoso al sonar el timbre del despertador. Toda mi vida anterior a tu presencia nueva, como una deflagración que me cogió desprotegido, fue papel mojado desde el instante en el que nos dio por ahogarnos en el fondo abisal de un cuenco de vino y proclamar luego, en mitad de campos y carreteras, como en un susurro desbocado que ni quisimos ni supimos ni pudimos domeñar, que ni siquiera la Muerte, a pesar de esa imposición digna de la mayúscula, tendría la fuerza suficiente para podernos separar.
Creo recordar que yo ya existía antes de ti, de tu llegada a mis ojos cansados quiero decir. Pero, si así fuera, no me importa demasiado. Tiré a la basura, junto a restos de comida precocinada y poemas que nunca llegué a concluir, los calendarios que colgaban de las paredes de mi casa, con sus fechas enmarcadas en círculos rojos para que no se me olvidara el aniversario de algo o una cita puntual, con sus lunas que crecen o menguan en complicidad con los caprichos de la pleamar, con sus refranes absurdos del mes y algún que otro año que la prudencia me aconsejó olvidar. ¿Hay, entonces, un antes y un después de ti? Ni lo sé ni me importa. Esas preguntas son propias de novelas mediocres y películas de un domingo en sobremesa con té y pastas, surgen por inercia cuando el aburrimiento encuentra un lugar donde estar. No es mi caso, querida Lola, desde que entraste en mi vida como una inundación inesperada y torrencial, sin que me dieras tiempo a anunciarte que no sé nadar, que podría morir si no hallaba dónde asirme, sacar la cabeza y, aunque sólo fuera durante un par de segundos, detenerme a respirar. Pero venía contigo la sorpresa sin remisión de tu cintura navegable, de tu agua calma con orillas para pisar tierra y descansar. Acudí a tus brazos como un náufrago desorientado que necesita, casi implora, un beso que le limpie la sal sobre las heridas, una palabra que fuera ungüento, un poco de piedad, algo de calor, el roce con otra piel para continuar sintiéndose hombre y que amaine la soledad. Dejar atrás, de una vez por todas, tanto duermevela sin el consuelo de un cuerpo al lado que sí duerme, ese refugio de quienes como yo, querida Lola, no pueden ocultar los estragos provocados por los deseos no cumplidos y la consecuencias ridículas de un carácter dominado por la pusilanimidad.
¿Destino o azar? Ni lo sé ni me importa. La vida sólo es azar que más tarde, en nuestra fábrica cerebral por módulos o en el estómago animal, digerimos para decir que obra el destino. Supongo que ambos, destino y azar, concordaron como dados trucados dentro del mismo cubilete en la tirada que trajo tu nombre a mi vida, yo que no soy jugador y que pasaba el tiempo ordenando hojas en blanco que después guardaba en el fondo triste de un cajón. Sobre ellas, querida Lola, me he puesto a escribir una carta que te entregaré dentro de unos minutos, cuando regreses del trabajo a esta casa que compartimos y todo se vuelva a llenar de tus manos que se abren con lentitud de flor, cuando te acerques y tu cuerpo sea para mí una envoltura de calor que destila mi amor líquido, derramado en estas líneas, cuando asomes tras la puerta y tu luz impere sobre lo que tengo y lo que pienso, cuando el eco de tu voz irrumpa en esta carta y la haga temblar.
A veces, en tiempos donde mi vida devino en campo de batalla y una verdad podía ser arma mortal, he recurrido a la mentira argumentando que era una trinchera, en lo que llegaban días de paz. Pero nunca fue necesario contigo, tampoco podría haberlo hecho. Incapaz de mentirte, querida Lola, confieso rendido a ti, ante el poder de tu caricia amable, bajo tu sabiduría almacenada con orden y magia, cabe tus ojos sosegados, con la escritura original que recupero de mis primeras clases en los colegios, contra vientos que me impidieron caminar, de cierto, desde la genética que me conforma y me hace, en el olvido de amantes ya diluidas, entre versos leídos con desgana, hacia tierras que nunca he pisado, hasta que mis fuerzas me hagan caer como una declinación en desuso, para que conste ignorando acta notarial, por la música compartida como si fuera un juramento, según iré envejeciendo, sin aspavientos ni alharaca, so pretexto para continuar luchando, sobre la memoria de amigos y sombras que duermen y tras espejos con azogue aburrido, confieso, decía, que te quiero de modo irrenunciable, que debo agradecer tu llegada como una preposición nueva que me permitió, al fin, unir con sentido todos los verbos conjugados a lo largo de mi vida.
Estas palabras, esta carta, es futuro en tus manos y será presente cuando leas justamente este párrafo que para ti será lo que escribí hace unos minutos y para mí es lo que voy escribiendo justamente ahora. En este párrafo que elijo fuera del tiempo escribo un te quiero que tú leerás cuando llegues aquí, a este delta en el que me he convertido tras pensar y recorrer los ríos de tu cuerpo, silente en espera de que concluyas tu lectura siempre agradecida, levantes la cara y entonces te pueda besar. Desemboco en el mar de metáforas que me has regalado, vengo de sortear meandros barrocos y partir selvas por la mitad, te hago el amor, o me lo haces tú, y todo se transforma en oleaje calmado o lluvia implacable, vertical y necesaria, simulacro bíblico de diluvio sobre tu cuerpo, o sobre el mío, o sobre algo para lo cual aún no tengo suficiente literatura y que escapa a las dimensiones de tu cuerpo y el mío, de dos cuerpos unidos que ya no somos nosotros, abandonados, dulcemente heridos, cubriendo urgencias y forjando recuerdos que algún día recogeremos para reír, conjugando el infinitivo de amar en sus tres tiempos, te amé al conocerte, te amo porque te conozco, te amaré porque quiero seguir conociéndote, nosotros que dejamos de ser sencillamente para estar, mudamos el verbo como un modo absoluto de renuncia, como si con ello mudáramos la piel y esa mutación nos hiciera aliados, amigos, amantes, tu luz en la oscuridad que yo era, mis sueños en tu realidad sencilla de gestos claros, tu forma de andar enderezando la torpeza de mis pasos, mis versos cayentes por tus brazos, tus piernas, tus pechos dentro de la misma mano que escribe versos resbaladizos, arraigados a la imagen que me sobrevuela en modo rasante, tu imagen perfilada y precisa como un boceto al punto de concluir, tu imagen cuando eres niña dormida y cuando despierta la mujer que me da un beso y los buenos días, tu imagen que ya es materia prima en mis poemas, barro que persigue un punto adecuado de cocción, tu imagen sin interferencias en mi retina recién estrenada, la imagen que quiero última el día que tenga que ser, la tuya, mujer de poso con buen augurio en la maraña de destinos y azares que nos van conformando, mujer en celo o reposo de lecturas a media luz, mujer que escucho para aprender, que cuido y me cuida, que peino y me peina, que lavo y me lava, que amo y me ama, imagen fijada en daguerrotipos que no será capaz de dañar el sol, tu imagen en fotografía acariciando a una gata que tiene mucho de lo que tú eres, o tú mucho de la gata, y que quizá por eso me encontraste por los tejados, donde ahora intento recordar si yo vivía antes de ti.
De tu llegada a mis ojos cansados, quiero decir.

lunes, 16 de agosto de 2010

La tormenta...canción impresionante



Nada más tengo que añadir. No hay muchas ganas de escribir. Sólo me apetecía escuchar esta canción un millón de veces para recordar el millón de veces que me embarroché con ella.

Fui otro. Y lo sé.

Besos para todos los habitantes de bloguilandia.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Extracto de biografía V...desnudo



Es difícil desnudarse.

No siempre acude la destreza a ayudarnos en esa tarea aparente, a medias entre el desgarro y la sutileza, que consiste en desabrochar botones. Es difícil desnudarse y que luego el público nos vea, emita un veredicto, mire hacia otro lado o aplauda sobre el paisaje ofrecido.

Sí, es difícil desnudarse.

Pero anda uno por su casa como le viene en gana.

No sé, a lo mejor es esta escena la que hace de Forrest Gump la película de mi vida. Tantas veces soñé con ello. ¿Lo sigo haciendo? Por descontado. Dulcemente, además. Iría corriendo a cualquier lugar del mundo. Y sueño que lo hago.

A buenos entendedores, pocas palabras más han de bastar.

Cuando vi esta escena en el cine, lloré como el niño pequeño que fui. Luego, la película me pareció la plenitud de la inteligencia, el subrayado inteligente y sensible de aquello que en la vida debiera importar.

Lloré con ese niño que, rompiendo sus aparatos ortopédicos, se puso a correr. Desde aquel momento, lo hizo siempre. Y sin embargo jamás dejó de estar en el mismo sitio: donde la mujer que amaba, donde los amigos a los que no abandonó.

Lloré con ese pequeño Forrest que cumplió un sueño. Yo, especialista consumado en cumplir los míos, lloré con la imposibilidad de cumplir éste. No pasa nada. La imposibilidad, lejos de amedrentarme, me mueve a continuar. Es, la imposibilidad, una parte importante del modo en el cual entiendo la libertad. La libertad de lo imposible o la imposible libertad, podría escribir si tuviera ganas de escribir tonterías, que no es el caso.

Con estas palabras no sé si lo digo todo o no digo nada. Jamás fui más sincero en este blog, nunca como ahora he estado tan cerca de mí mismo, tan desnudo.

Pueden mirar, nada tengo que ocultar.

Besos derramados o deslizantes, como los prefieran.

Y disculpen la erección que provocaron estos sentimientos. Siempre me pasa lo mismo cuando me desnudo.

Qué difícil.

lunes, 9 de agosto de 2010

Viejos conocidos



Ana: ¿desde cuándo ese amor?

Luis: desde hace años.

Ana: ¿y por qué me lo dices ahora?

Luis: no sé, creo que tenía miedo a tu reacción.

Ana: ¿ya no lo tienes?

Luis: bueno…digamos que dejó de importarme.

Ana: lo siento, pero debo decirte que hace tiempo que estoy enamorada de otro hombre.

Luis: ¿y qué puedo hacer?

Ana: no lo sé.

Luis: ¿desde cuándo ese amor?

Ana: desde hace años.

Luis: ¿y por qué me lo dices ahora?

Ana: no sé, creo que tenía miedo a tu reacción.

Luis: ¿ya no lo tienes?

Ana: bueno…digamos que dejó de importarme.

Luis: lo siento, pero debo decirte que hace tiempo que estoy enamorado de ti.

Ana: ¿y qué puedo hacer?

Luis: no lo sé.

sábado, 7 de agosto de 2010

Renovarse o...o no pasa nada, tampoco hay que ponerse estupendos siempre



Pues nada, que me apetece escuchar esta canción. Sólo eso.

Y, bueno, ya de paso me cuentan qué les parece el cambio de imagen.

Pues eso, que muchos requetebesos para todos, mis queridos habitantes de bloguilandia.

martes, 3 de agosto de 2010

La orilla



No me dio tiempo, os lo juro.
Pasaba por allí, desocupado, ausente, extraño como siempre, huyendo de lo que soy… y no pude reaccionar.
Apenas me di cuenta.
Se había tirado desde el puente.
No podía creerlo.
La vi caer y llegar al río.
Oí un ruido seco al chocar con el agua.
Me asomé a la barandilla. Su cuerpo ya no estaba y el agua mantenía un susurro acorde o conforme, no logré distinguirlo.
No supe qué hacer.
Salí corriendo.
Atrás dejé un silencio que preparaba un nudo en la garganta de aquella madrugada.
Un par de días más tarde, leyendo la prensa en un bar, vi la noticia. Había dejado una carta de despedida que el periódico decidió transcribir:

No creáis que quiero morir, amo la vida, a la vida. No sé si lo que voy a hacer tras concluir esta carta es un acto de rendición o de heroicidad. Me da igual la consideración que le deis. Lo cierto es que no me apetece continuar, así de sencillo. No hay por qué darle más vueltas ni sacar a relucir esa depresión de la que me habla mi psiquiatra. Todo eso son cosas mías y nada tiene que ver con mi decisión. Creedme. Amo la vida, a la vida. Siempre le pedí que me regalara momentos únicos e inolvidables, pero se empeñó en concederme, una y otra vez, obviedades que se marchitaban en unas horas. Nada excepcional, lo sé. A todos nos sucede más o menos lo mismo. Por eso os digo: no hay por qué darle más vueltas, no me apetece continuar. Me tiraré desde el puente hacia el río. Saldré luego a la superficie, nadaré hasta la orilla y me quedaré allí un rato. Quién sabe, a lo mejor entonces pasa algún desconocido, me besa en la boca y cambio de opinión. Siempre he pedido momentos únicos e inolvidables…luego concluiré esta carta…

Tengo la ropa muy mojada. Me voy a cambiar.
Adiós


Cerré el periódico. Pedí una copa. La imaginé en su casa, casi desnuda, ingiriendo las pastillas que le produjeron la muerte algo después de doblar una carta que introdujo en un sobre. Quizá llegó a ver la sombra que yo era en su vuelo hacia el agua, hacia la vida. Quizá estuvo un buen rato en la orilla, esperando.
Antes de que le entrara sueño, la imaginé cerrando aquel sobre, humedeciéndolo suavemente con sus labios. Los míos dieron un trago largo a la copa que tenía sobre la mesa donde yo estaba desocupado, ausente, extraño como siempre, huyendo de lo que soy…

viernes, 30 de julio de 2010

El escondite

Venga, vamos, déjate de juegos y sal de una vez, tengo ganas de verte. Casi te necesito. Además, llevas así un par de semanas, día arriba, día abajo. Yo creo que ya está bien, ¿no? Qué van a pensar o decir los colegas sobre mí. Tengo un prestigio, entiéndelo. Sí, entiéndelo de una maldita vez y, sobre todo, no lo olvides. No he llegado hasta aquí para perder el crédito, el honor y las alabanzas que merecidamente recibo sólo porque ahora te ha dado por ponerte a jugar como si fueras una niña pequeña. Verás, no tengo intención alguna de ser descortés, pero permíteme recordarte que tienes una edad en la que se considera recomendable aparcar los jueguecitos y asentar la cabeza. Sí, ya sé que a ti eso te resbala (¿ves? Fíjate cómo vengo a escribir. Contigo cerca habría escrito algo así como que a ti eso te deja indiferente, que le das de lado tal cual haces con esas metáforas que a veces salen pobres o, acaso, que ya sé que siempre renunciaste a declinar). Pero nada, he tenido que escribir te resbala como si yo fuera un adolescente vacilón, tirando a cutre, o un aprendiz sin vocación. Y no es justo, ¿sabes?, no he alcanzado la cumbre para ponerme ahora, de repente, a bajar en picado. No voy a permitir que eso suceda. No es justo tampoco, dicho sea de paso, para la legión de admiradores que, dejando todo lo que tengan entre manos, acuden con inmediatez y devoción a mi llamada. Lo sabes igual que yo y, de hecho, son muchas las ocasiones en las que, lejos de mirarme, eres tú la señalada, la subrayada, la siempre bien ponderada. ¿Crees que no me doy cuenta de cómo te ensanchas en esos momentos? A mí me da igual, no tengo envidia. Cuando quieres, no formamos mal equipo. Por eso me jode que te hayas puesto a jugar sola, pasando de mí y sin tener en cuenta mi aburrimiento, mis inquietudes, mis ganas de verte en cada segundo que circula por el tiempo, en todo instante desmenuzado, entre los olvidos que nos ponemos a recordar y los recuerdos que vamos eligiendo olvidar.

Venga, vamos, no seas tonta ni te pongas tontina, que no está el horno para bollos (¡mecachis! ¿Cuándo he escrito yo así? ¿Y cuándo he dicho yo mecachis?). El horno para bollos, maldita estupidez. Allí te voy a meter cuando te pille, en un horno, como no te dé por aparecer en los próximos cinco segundos…maldita, juguetona y puñetera inspiración.

jueves, 22 de julio de 2010

De buen rollito...


Ay, esa mano...



Ay, esa boca...


¿Un cafelito, papi?



No es por nada, hermano, pero ese chupete es el mío, ¿no?


Es el suyo, sí, pero aquí mando yo...de momento.


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Nota: tengo que colgar fotos actualizadas, estas tienen ya unos meses. Pero es que somos algo dejados Lola y yo para las fotos...

lunes, 19 de julio de 2010

La echo de menos, es lo que hay...(Extracto de biografía V)



Cada día me levanto muy temprano. Nunca me gustó dormir. Me voy a la cama sobre las dos de la madrugada y ya tengo un café encima de la mesa a las siete de la mañana. Todos duermen en casa y yo me pongo a escribir. No me da miedo la rutina, no huyo de ella. Considero que la sorpresa tiene tanto poder que siempre irrumpe en la vida, no hay por qué preocuparse con eso. Mientra tanto, prefiero vivir guardando equilibrio en la cuerda de la rutina, en la rutina cuerda.

Lola se levanta más tarde. En cuanto nos van oyendo, despiertan Domingo y Adela. Dejo todo lo que tengo entre manos porque se imponen los biberones, vestirlos, jugar con ellos, reír siempre, siempre besarlos. Sobre las nueve y media todos se van y yo me vuelvo a quedar solo hasta el mediodía. Sigo entonces escribiendo y leyendo. Vuelven sobre las dos de la tarde: a comer y a salir pitando para trabajar. Los niños, con su abuela. Esos son mis días, a bordo de ese barco navego feliz.

Sin embargo, ha cambiado esta rutina desde hace un par de días. No puedo ver a Lola desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde. ¿Y saben qué pasa? Que la echo de menos como a nadie eché de menos en mi vida. Fíjense cómo es la cosa: unos diez años viéndonos las veinticuatro horas del día (ya saben que, amén de copular juntos, también trabajamos juntos) y me pongo tontorrón en cuanto ha pasado este pequeño cambio. No dándome miedo la soledad, jamás me canso de estar al lado de Lola. Ya he dicho en otras ocasiones por aquí que ignoro si eso será así durante toda la vida. Esa posibilidad no es para mí ni siquiera un planteamiento. Jamás he jurado amor eterno porque considero que ese juramento es un error. Me levanto cada día con la certeza de que la sigo queriendo. No pido más. Así quiero llegar hasta el final de mis días, pero no me detengo a mirar qué nos sucederá mañana. Ni a mí, ni a Lola.

Hoy vengo a contarlo como si cada uno de vosotros fuese un colega con el que estuviera compartiendo una copa y confidencias. O mejor aún: varias copas y una sola confidencia. Hoy vengo a decir que son casi las nueve de la mañana y llevo algo perdido durante un par de horas. Todo este cambio es para bien, no ha pasado nada. Todo lo contrario. Pero no hablo de eso. Hablo de ese gran defensor de la soledad que es un servidor y que, empero, no quisiera estarlo en este momento. Escribir esta entrada es un modo de conseguirlo. Al menos de intentarlo.

Pronto dejaré a Adela con su abuela porque yo tengo que ir con Domingo al médico, que hoy le toca. Luego nos vendremos los dos a casa, a comer filetes de pollo con patatas fritas…nos lo puso Lola fácil. Después volverá mi sol con su abuela, le daré un beso rotundo y de tornillo a mi gitana y me iré pitando en busca de Lola, a quien veré a esa hora en la que el termómetro marcará cuarenta grados (hoy promete eso el día). Y mi cuerpo, sí, entrará entonces en calor.

En lo que llega ese momento, estoy pensando darle a la mañana bocados de hambriento que la vayan mermando, llenarla de palabras que ahuyenten los silencios. Apenas eran las siete y media de la mañana cuando ya nos habíamos intercambiado unos cinco mensajes de móvil. Y no eran, no, para decirnos lo mucho que nos queremos y otras cursiladas. Eran un “no te olvides de las zapatillas del niño”, un “a que no sabes a quién he visto ahora mismo”, un “dejaré cortadas las patatas y en agua antes de salir”…un no sé si te enteras de que quiero ir contándote todo lo que me pasa cuando no estás a mi lado, un te he elegido para vivir, un necesito tu mirada más que ninguna otra en el mundo, un tu cercanía es lo que de la sentido a esto que llamamos la vida, un eso es lo que hay…

¿Otra copa?

jueves, 8 de julio de 2010

La Malcontenta



"La Malcontenta no se muestra, se intuye. No duerme, sueña. Ama al abordaje, sin medida. Guarda entre sus manos trazos de Luna y líneas de amaneceres. Se detiene cuando todos corren. Escapa cuando todos la buscan. Saborea la vida y bebe vino fuerte como hacen los audaces. Eterna insatisfecha. Insomne catadora de placeres. Delirante. Buscadora de refugio en almas perdidas. La Malcontenta es la risa, la alegría, el desenfreno y también la calma, la paz y el sosiego. Te mira de reojo y sonríe. Indefinida e indefinible. La Malcontenta es la vida".

Este texto está escrito sobre la pared de uno de los dos comedores (el destinado, mientras sea permitido, a fumadores) del restaurante “La Malcontenta”, en San José de la Rinconada (Sevilla). El autor de esas palabras, de ese texto en mi opinión magnífico, es Miguel Ángel, cocinero y dueño del local. “La Malcontenta” es uno de los lugares donde mejor he comido en mi vida. Le dije a Miguel Ángel que le dedicaría una entrada en mi blog para animar a conocerlo a quien quisiera y pudiera hacerlo. Ésta es la entrada y aquí, sin duda, queda mi recomendación. No se arrepentirán.

Tengo una deuda pendiente en ese restaurante. No económica, no, que uno es serio pagador. Entre sus platos (que son de buen comer, de los de salir sin hambre, de los de toque moderno sin caer en la estridencia o el absurdo) hay unas patatas fritas con huevo y chorizo (algo hacen con el sudor que desprende ese chori y que seguro sublima el plato) que aún no he probado. Siempre entro con esa intención y siempre, tras leer la carta sin necesidad porque voy plenamente decidido, me recomiendan algo “fuera de carta” que suena a tentación irresistible. En la próxima, si me dejan, será.

Les cuento lo que Lola y yo comimos la última vez que fuimos. Para muestra ya sabemos que lo mejor es un botón (les animo a probarlo). Compartimos una ensalada de tomate kumato, hojas de espinaca, queso de cabra (ningún plato es perfecto, yo lo retiro y Lola lo devora) y vinagreta de miel. Esa ensalada es, sencillamente, un prodigio. Lola comió tallarines salteados con verduras, secreto en tiras y frutos secos (abundante, presentado en plato de piedra, negro, cuadrado, raso, que pesa una barbaridad). Yo piqué en el ofrecido “fuera de carta”: magret de pato con cuscús y frutos rojos (lo diré brevemente: sin palabras. La excelencia en un plato). Finalmente, los postres. Mi postre suele ser una copa de vino y, a continuación, un ron añejo y solo…al que me gusta darle compañía. Pero en “La Malcontenta” se presenta el camarero de mesa con una bandeja ya preparada (estrategia que les sale bien) y que contiene una variedad irresistible de chupitos helados con variedad y mezclas. En fin, que uno termina postreando casi sin querer. Y un “Santa Teresa” añejo, faltaría más.

Restaurante nuevo, con ambiente muy tranquilo, sin estridencias. Con una atención cercana y amable. Donde comeremos, además, con hilo musical muy suave por el que suenan Bob Marley, Eagles…cositas de esas que tanto nos gustan.

Si vienen alguna vez er Tato y er Ram, allí los llevaré. A los demás, de corazón, si os gusta comer, si os merece la pena un desplazamiento, en fin…ya me contaréis.

Besos para todos.

lunes, 5 de julio de 2010

Amanecer deslenguado (Extracto de biografía IV)



Aquellas cercanías nocturnas a las que nos acostumbramos, con la nariz empolvada y el corazón al punto de estallar, siempre concluían en un amanecer deslenguado, áspero de soledades y palabras, desértico y devastado, extraño y demoledor.

Traía consigo, ese amanecer destilado y adimensional, una indecisión: no sabía si quitarme de la vida o devolverme a ella aunque fuera hecho un despojo, una mirada en harapos, una boca seca, una piel por donde resbalaba la color.

Dejé de ser, por aquellos años que aquí vienen de la mano de una maldita imagen, el niño que soy, pensaba que había aprendido a hablar y usaba con descaro palabras cuyo significado desconocía. Era el miedo un colega que me invitaba a tomar copas. Era el amor, lo fue, un error cometido. Uno más.

Ignoro si, al despertar, recordaba o no algo de la noche anterior. Me atraen, en este juego entre olvidos y recuerdos que por aquí suelen pulular, los límites difusos entre ambos. Presumo de incapaz y, en tantas ocasiones, mi incapacidad tiene forma de tela de araña hacia la que siempre tiendo. Me da pereza detenerme a pensar si estoy olvidando algo que recuerdo o recordando algo olvidado. Al final, la seguridad de ficción con la que me voy bandeando por la vida me mueve a proclamar un “me da igual” que me queda a medias entre la insolencia y el ridículo. Me da igual, eso también.

Eran amaneceres deslenguados e impuros, el peso del mundo caía en aplomo y yo, anémico y deshabitado, caminaba con agujetas en la mirada que procuraba sostener a ese mundo grávido, un mundo de cercanías nocturnas y lejanías en la hora del ángelus. Un mundo, por tanto, equidistante. Mundo de ángeles demacrados y demonios en flor, mundo maldito al que maldigo, mundo enemigo y, espero, derrotado, mundo ingrato e insalvable, mundo de besos falsos y caricias como arañazos, mundo imán, oscuro, desleal, abyecto, despreciable y despreciado.

¿Vienes al título, imagen no invitada, para qué? ¿Acaso piensas que soy el mismo? Si me sigues vacilando, te voy a dar un beso con lengua.

Hace tiempo que estoy salvado, curado.