jueves, 31 de diciembre de 2009

Feliz 2010

Tener a mi gordito en casa y no poder estar tranquilo delante del ordenador son sinónimos. Es por eso que aprovecho medio minuto para escribir esta entrada como, si en lugar de ello, en lugar de una entrada nueva, fuera un comentario en cada uno de vuestros blogs.


Os deseo una gran noche de Nochevieja y un muy feliz año entrante 2010. Todos, como siempre, pondremos nuestras mejores ilusiones, deseos y expectativas en el nuevo año. A veces, que todo salga bien no depende de nosotros. Pero, bueno, otras cosas sí que están en nuestras manos: luchemos por ello. ¿Hay algo mejor que hacer?


Lo dicho: ¡¡¡FELIZ AÑO 2010!!!

lunes, 28 de diciembre de 2009

Extracto de biografía III (hoy sin prisas, por variar y porque no hay necesidad)



La locura de los tiempos vividos, o mal vividos, o bien vividos si persisto en aquellos engaños. Los desenfrenos tan agotadores y los remedios para el agotamiento, los coches a ciento ochenta kilómetros por hora, “Hotel California” a toda voz…esa inquietante, maravillosa e inevitable canción. Los continuos viajes en el trabajo, que siempre me tenían por ahí, Madrid, Zaragoza, los aviones que tanto miedo me dan y los trenes dentro de los cuales mi ansiedad también adquiría alta velocidad. Aquellas cuarenta y ocho horas en paradero desconocido, ¿las recuerdas? Cómo no vas hacerlo si eres pura memoria, mi memoria. Eres lo que soy. Y yo, mientras tanto, ajeno a todo, pasando la noche en un coche, no a tantos kilómetros de donde tú estabas, pero sí en otra dimensión. Luego, ya en casa, ya localizado aunque no a salvo, cincuenta llamadas perdidas a mi móvil que, como siempre, no me había llevado. Reproches de mis padres entre sollozos, ¿dónde has estado?, ¿qué estás haciendo con tu vida? Y las mentiras.
Y los amigos, que jamás me abandonaron: “illo, qué coño te pasa, qué pasa contigo”. Siempre tuve la tendencia a los bares cuando las cosas me han ido mal. Ya me pasó durante la carrera. Madre mía, otra historia. Al final no me van a creer. Mejor sigo sólo con esta, la única relevante, la definitiva, la que fue una erupción que, ahora lo sé, se venía preparando desde la adolescencia.
Algo se ha roto, te decía ayer. Tercer día de confidencias. Francisco Umbral vomitó “Mortal y rosa” tras la muerte de su hijo. Yo sé que escribió ese libro literal y literariamente brutal cuando algo se le rompió dejando escapar dolor tan espeluznante. Algo se me ha roto y no sé cómo. Escribe Umbral: “Este libro, hijo, que nació no sé cómo, que creció en torno a ti, sin saberlo, se ha convertido en el lugar secreto de nuestras citas, en el refugio solo de mi conversación, de mi monólogo contigo, aunque ya toda mi vida es un monólogo y no hacemos otra cosa que conversar, tú y yo, sin que nadie nos oiga”.
¿Qué decirte que no sepas? ¿Qué cosas hice que aún no te conté? Si las hay, que las habrá, no es más que porque también las ignoro yo. Mira: “no es más que porque también las ignoro yo”…hasta la sintaxis se me rebela, esa frase es casi una zancadilla, tropecé al escribirla.
Estas confidencias, valientes y sinceras, están naciendo y creciendo en torno a ti. Algo se ha roto, no sé cómo, aunque quizá sepa qué es. Algo se ha roto y me está manchando para limpiarme, algo se ha roto y olvido la imagen literaria, doy de lado al acontecer de un hallazgo lingüístico, no pongo mi empeño en el adjetivo distinto o distinguido. No. Algo se ha roto y mis dedos vuelan al teclear. Es un parto, también te lo he dicho ya. Estoy naciendo. Cuídame como a un niño reciente, dame de mamar. Diez años hace ya. Parece mentira. Diez años y sólo ahora, no sé cómo, algo se rompe. El tiempo es un viejo aliado. La rutina, una buena amiga que nos da las buenas noches antes de dormir. “Con la serenidad/ del que tiene por cómplice la vida/ y su rutina”, escribe Luis García Montero. Tiene mala fama la rutina, pero sólo es culpa del cine. Vivo sobre ella, sobre la rutina amable, y no me preocupo por la falta de sorpresas. Tienen tanto poder, ellas, las sorpresas, que siempre terminan por aparecer. No hay por qué preocuparse con ello.
Ahora que concluye esta tercera mirada sobre aquel cuadro cubista que fue mi vida, me pregunto si acaso aquí debo parar. No lo sé. Siempre tuve dificultad para encontrar respuestas. Lees lo que voy escribiendo, te emocionas y, como siempre, me respondes con esa inteligencia tuya que tanto admiro: “¿y ahora, por qué te ha dado por escribir esto?”. Reímos. Tras una partida que duró nueve meses (¿otro parto?, malditas coincidencias), fuiste capaz de dar jaque mate a la mismísima Muerte catorce años antes de conocerme. Más tarde, pasados esos catorce años, le diste la bienvenida a mi vida. Algo se ha roto. He roto aguas. A lo mejor son lágrimas. No sé, siempre tuve dificultad para encontrar respuestas.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Extracto de biografía II (con las mismas prisas, qué le voy a hacer). Con menos dolor.



Y llegaron tiempos de mesura y misericordia, de paseos tranquilos y comidas que consiguieron recuperar esos kilos, demasiados, que había perdido. Esa pérdida, por cierto, no era más que una anécdota. Bien sabes que estuve a medio paso de la mitad de un paso de pederlo todo. Quizá lo sepas mejor que yo, que todavía no soy capaz de verlo con claridad. No sé si el tiempo aún debe seguir concediéndome treguas, si acaso es el miedo el que me impide asomarme dentro de aquel espejo cuyo azogue se ha derramado.

¿Tengo conciencia clara y distinta de aquellos tiempos desalmados? Tiendo a pensar que no. El caso es que éste es el segundo día en el cual necesito escribir sobre todo aquello. Lo hago con prisas, aprovechando un rato de soledad que me deja esta Navidad que siempre nos descontrola. A lo mejor debería detenerme a pensar. A lo mejor luego escribir. Pero sobre todo pensar. Y no: escribo con las manos en un teclado que me quema y los ojos en un reloj (la ducha pendiente, la cama sin hacer, hay que ir a trabajar… lo de todos los días). Llegaron tiempos de mesura y misericordia, de verdades y confesiones. Ésa fue la mejor baza que jugamos: la verdad sobre la mesa, desnuda, hiriente, herida.

De un modo extraño, dejé de mentirte.

Yo creo que tuvo la culpa el poder definitivo de tu mirada egipcia: ¿iban mis mentiras a ser capaces de traspasar aquel muro brillante? Desde entonces, rompo la punta de un lápiz al afilarlo y no te lo puedo ocultar. Y luego, claro, las cartas boca arriba sobre la mesa: tu jugada fue imbatible, la mía era un farol apagado. “No sé si algún día estaré enamorado de ti”, fue mi apuesta. “La veo y la doblo”, fue la tuya.

¿Sabes? Me parece que algo se está rompiendo, que al fin voy a poder hablar. En fin: escribir es mi forma de hablar. Quizá se trate de un parto. Eso es siempre buena señal.

Voy a pensar en ello. Y prometo escribirlo con tranquilidad.

Noto que hay menos ruido en mi corazón.

Te quiero.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Extracto de biografía escrito con demasiadas prisas, quizá por el dolor



Una vez supe que existías, quererte fue tan sencillo como inevitable. Lo difícil fue aquello: descubrir tu existencia. No te faltaron esfuerzos, siempre empecinada en mostrarte y demostrarte. Pero ya sabes que yo estaba endemoniado, que el tipo que andaba por las calles (“recurso de todos los que sufren”, según Victor Hugo en “Los Miserables”) con mi carnet de identidad en la cartera no era yo: era otro cada vez más alejado, de ti y de todo. Pero llegó aquella mañana definitiva en la que sin dormir tras una noche que recuerdo como la más difícil e imposible de mi vida…sí, aquella noche de drogas blancas y alcoholes envenenados, sí, aquella noche en la que tú no estabas y de la que sabes más que yo…te busqué tras un teléfono, en una cabina de un bar en el que entré no sé si para curarme o para morir, definitivamente morir.
Me salvó tu palabra a medias entre el enfado y el amor, tu voz al otro lado de la línea, tu número de teléfono que, a pesar de todo, nunca olvidé. Nunca estuve del todo perdido, ¿verdad?, nunca permitiste que eso pasara aunque me dejaras volar sin motor, sin combustible, sin viento, sin paracaídas, sin red, sin ganas de dejarme volar.
Me salvó tu palabra y luego, sólo media hora después, me salvó tu presencia, tu estar a mi lado, dura, sin concesiones, tragándote todo el dolor para que el mío fuera menor, pero sin mimos, sin consuelos. Me querías como a nadie quisiste jamás, es cierto, pero no estabas dispuesta a ser derrotada por esa máquina de devastar que yo era. En la que me estaba transformando. Bien sabes, supiste, que no era yo.
Fue entonces cuando descubrí tu existencia. Luego tardé un poco en saber que te quería como jamás lo hice, pero ya fue más sencillo. Tanto como inevitable.
Como inevitable, aunque difícil, será escribirlo todo algún día.

jueves, 24 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD



Un puñetero virus, de esos en los que se recomienda tener cerca un cuarto de baño, me impide escribir una entrada navideña en condiciones (todas las que me han salido fueron una...cagada) y, sobre todo, visitaros para corresponder a cada una de vuestras entradas (lo siento, de verdad). Tengo el cuerpo, desde hace ya un par de días, como si me hubieran pisoteado un par de elefantes.

Dicho lo cual, queridos habitantes de bloguilandia, mi deseo es obvio:

FELIZ NAVIDAD PARA TODOS

viernes, 18 de diciembre de 2009

Entrada número cien.



He aquí mi entrada número cien. La tenía pensada desde hace tiempo, con ciertas dudas que finalmente han sido derrotadas. Pero coincide esta entrada con la idea que proponemos esta semana desde La Radio de los Blogueros: escribir en el blog sobre el final de las cosas, las sensaciones que nos deja un final, cualquier final.
Juan “El Manteca” acaba de escribir la suya. Lean aquí y acompáñenlo, que está solo en Navidad.
Y yo escribo la mía, numerada como cien. La hago coincidir con la que tenía pensada. Hace algunos meses, el escritor Andrés Pérez Domínguez nos decía en su blog que acababa de poner la palabra “fin” en su novela “El violinista de Mauthausen” (novela fascinante que, posteriormente, fue galardonada con el Premio de Novela Ateneo de Sevilla). Contaba Andrés que, como es un escritor raro que ni fuma ni bebe, celebraba el momento recostado en una silla, los pies sobre su mesa y escuchando feliz el sonido de la impresora imprimiendo uno a uno aquellos folios que, insisto, nos han dado una novela deslumbrante (háganme caso, lectura recomendable y, por tanto, recomendada).
Ahora que finaliza el año, entro en el que será uno de los más importantes hasta ahora en mi vida: la novela que saben voy escribiendo también tendrá su fin en 2010. Avanza lenta y segura. Ignoro si algún día la tendrán entre sus manos. Ojalá fuera así. Pero no tiene uno edad para engaños y sé con claridad que eso es casi imposible. La novela puede no tener calidad. La novela puede tenerla y no servirle para nada. Y el caso es que no sé si me da igual escribir sólo para que me lean los amigos. Supongo que no. La escritura sólo tiene sentido cuando es leída por los demás, mucho mejor cuantos más sean. No sé si me da igual: también tengo claro que se trata esencialmente de un sueño a cumplir y que, con eso, ya me va bien.
¿Qué haré cuando la finalice? ¿Cómo lo voy a celebrar? En un primer momento no tengo dudas sobre eso: con música alta, bailando y en soledad. Luego, ya me conocen, daré un beso a Lola. A quien, obviamente, estará dedicado el libro. Y, bueno, como yo sí fumo y bebo, un pitillo y una copa de vino también aparecerán.
Mi entrada número cien es propiamente la que aparece tras los asteriscos de aquí abajo. No encontré nada mejor que darles a leer la que es primera página de la que será mi novela. Permítanme que nada les cuente sobre ella salvo una aclaración, por aquello de que no haya confusiones antes de tiempo: el argumento de la novela nada tiene que ver con sucesos paranormales o paranoias templarias que tanto abundan en las librerías. Es una novela sencilla sobre la vida. Y sobre la muerte. Escrita, sin trampas ni cartón, por un hombre muerto. ¿Cómo es posible eso sin caer en el espiritismo, en la ciencia ficción o el esperpento? Ah,…
Que os quiero mucho a todos. Entrada número cien. El principio del fin…

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Estoy muerto.
No puedo comenzar esta relación de mis desdichas con palabras que conformaran frase distinta. En fin, sí que puedo, claro que puedo, bastaría con elegirlas. El escritor, frente a las palabras que, con el uso, apresa en un papel, es libre o, al menos, debe intentar serlo si pretende formar parte de la nómina de personas cuyo nombre merece ese oficio. Rectifico, entonces. Vuelvo a comenzar. Antes, sin embargo, le pido disculpas por la pérdida de tiempo que le ha supuesto la lectura de estas frases iniciales que puede, sin reparo, almacenar en el lugar que tenga usted acondicionado para todo aquello que deba quedar al cuidado del olvido. Son frases inútiles, de nada le valdrán para bandearse en la vida citándolas o extrayendo algún aprendizaje de ellas. Ni siquiera pueden presumir, estas frases, de excelencia poética, honrado será reconocerlo. En cualquier caso, tampoco le dé muchas vueltas ni se preocupe en demasía: han sido pocos los segundos que ha gastado hasta llegar justo aquí si los comparamos con otras medidas del tiempo sobre las cuales, si comenzara a contarle, no pararía jamás…Pero, qué hago, continúo escribiendo sin decir nada. Por este camino, lo que por ahora es un pecado venial, se convertirá en culpa imperdonable. Ya concluyo. O, bueno, ya comienzo. Me dejo llevar sólo un poco más, hasta que concluya esta página y la que llevará el número dos pueda, y deba, ser considerada la primera. Al fin y al cabo, las palabras iniciales que ha leído conforman la primera, que no única, verdad de este libro.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Vamos a andar...



Llevo una hora dando vueltas por él, reconociéndome en sus rincones, bebiendo de todo lo que me ha dado, recordando más que olvidando, sintiendo más alegría que pena u odio, que también aparecieron en alguna ocasión. Llevo una hora dando de lado a otros quehaceres, tanto domésticos como literarios, que me están esperando: un zumo de naranja, loza por fregar, una cama por hacer y una novela para continuar. Llevo una hora rondando por mi vida, saludando a viejos amigos (que amigos, así escrito con todas sus letras, son considerados por quien escribe, un servidor de todos ustedes…un amigo), recuperando sus opiniones siempre tan benevolentes, tan agradecidas, tan comprensivas. Llevo una hora de repaso como si me quedara una hora para un examen, que nunca fui un buen estudiante, qué le vamos a hacer. Llevo una hora de sonrisas y lágrimas, una hora, por tanto, que un pelín cursi me ha quedado, sí, qué le vamos a hacer. Llevo una hora fumando, soy un fumador bastante raro: asocio ese hábito a otro, sólo fumo (casi, casi) cuando escribo. Nunca bebo, sin embargo, al escribir. En las ocasiones en que así fue salieron escritos incapaces de pasar la revisión que luego, con resaca y migraña, quise llevar a cabo. Llevo una hora escuchando música y leyendo.
Escribir, esa es la clave, ahí está la magia que siempre quise llevar y traer a mi vida. Escribir. Buenos amigos me dicen que sea más sencillo. Tienen razón. Pero no siempre les hago caso. La escritura a veces toma vida propia en mis dedos, se divierte por su cuenta y yo, que soy un chico fácil, me dejo llevar. Hago trampa, hora es de reconocerlo: me empeño más en la forma que en los contenidos porque los contenidos se me atragantan. Asignaturas pendientes, para eso está uno vivo: para aprobar a pesar de no haber sido nunca un buen estudiante. En la carrera me aprobaron algún que otro examen sólo porque estaba bien escrito. En fin, ignoro dónde tengo guardado el título.
Quiero de ti una escritura que se muera de sencilla, me dice desde siempre (desde siempre, compartimos edad y pañales) mi querida Adela –mi hija lleva su nombre, y lo hace por ella-. Pero no lo logra siempre el escritor, tan enredado en la imagen, en la frase, en los laberintos que le apasionan. (ahora vuelvo, voy a cumplir con esos menesteres…al menos con los domésticos).
Qué buenas naranjas, rotundas y dulces, me ha regalado mi padre, ese hombre al que le debo una entrada. Qué limpia y ordenada he dejado la cocina. Qué perfección en la cama (haciendo la cama, quiero decir). Llevo hora y media pensando en cada uno de vosotros, en todos los que por aquí habéis pasado. Esta entrada, que hace la número noventa y nueve de mi blog, va por ustedes.
Sus tres primeras entradas en condiciones, tras varios intentos descontrolados con los que comencé, están dedicadas a mi hijo (mi gordita no había nacido aún), a Lola y a la radio. Quedan claras mis pasiones. Hubo otra entrada que escribí sobre las veintitrés horas, mientras Lola lo preparaba todo para irnos a parir (sobre todo ella), esa misma noche, a quien luego fue Adela (febrero de 2009).
Y todas, absolutamente todas, están escritas porque vosotros estáis ahí, en casa o en el trabajo, donde sea, leyéndome al igual que yo os leo: con cariño, con gratitud. Mis queridos habitantes de bloguilandia, todo esto es posible por vosotros. ¿Cómo pagar semejante deuda? Mi casa, esta casa construida a base de olvidos y recuerdos, es la vuestra, no tendría sentido de otro modo. Entrada número noventa y nueve: gracias por vuestra compañía…va por ustedes, siempre ha sido así.

viernes, 11 de diciembre de 2009

viernes, 4 de diciembre de 2009