jueves, 29 de abril de 2010

martes, 20 de abril de 2010

Pasen, pasen...



He aprendido que son las cosas quietas
las que evidencian mi razón de cada día

Caballero Bonald

Escribo sentado sobre la ausencia, sobre recuerdos y olvidos, entre libros que me dan la mano y palabras que procuro atrapar. Escribo aquí, en vuestra casa, tras tiempo sin hacerlo, tras tiempo sin dejarme ver, sin deciros a cada uno lo que pienso sobre lo que escribís (que sigo leyendo todos los días). Mis compromisos literarios ya no tienen vuelta atrás, en ellos estoy, sobre ellos también escribo, con ellos me voy alimentando, gracias a ellos respiro desde las siete de la mañana hasta que mis ojos imploran descanso, ya entrada la madrugada que acoge al sueño de mis niños, al sueño de Lola a mi lado, a mis sueños por los que lucho.

Mis compromisos literarios. Son conmigo mismo. Son, por tanto, ineludibles, irrenunciables, maravillosos compromisos. No hay vuelta atrás. Vivo desde siempre para escribir. Sólo dejaré de hacerlo el día que haya muerto. Pediré, algún momento antes, papel y lápiz. Tal vez no pueda manejarlos, quién sabe. Pediré a Domingo o a Adela que transcriban mi dictado: “Lola, llego aquí, al final de mi vida, con la certeza de seguir queriéndote. Ahora, y no antes, sé que fue para siempre desde el primer día”.

Dejemos la tragedia y el cine. Aún debe quedar mucho tiempo para eso. Espero que, al menos, tanto como el que llevo hasta aquí. Cuarenta años. Justos. Exactos en el día de hoy, veinte de abril de 2010. Miro atrás para descubrir lo que he aprendido: las cosas quietas evidencian mi razón de cada día. Tanto movimiento hubo, tanta alegría y tanto momento desgarrador, tanto peligro y tanta locura, tanto de lo que no me doy cuenta por la sencilla razón de que se impone el miedo…el miedo a pensar, a recordar, a olvidar, a verme, a encontrarme con un desconocido que cojea al andar: los fantasmas…Tanto ha pasado y tanto debe pasar. Pero son las cosas quietas las que, obvia y casi redundantemente, se quedan conmigo, me acompañan mientras intento acomodarme al devenir del mundo. Lo que es, es. De la nada, nada sale. Maravillosos griegos. Nada hice que no naciera de una razón, que en algo no se sustentara aunque yo no lo supiera, aunque acaso siga sin saberlo. Enredaderas, maleza, lágrimas, siempre hay obstáculos que impiden una mirada limpia y eficaz. Jamás me preocupó lo que no es, supongo que ni siquiera llegué a pensar en ello. Sólo sobre lo que es he dirigido y dirijo mis pasos. Si fuera tan sencillo, ¿verdad? ¿Nunca luché por lo que no es con la intención de conseguir que fuera? Maldita conjugación de verbos. Sí, claro que sí luché por ello. Más veo ahora que tengo razón, lo que parecía que no era sí era algo: era lo imposible.

Dejemos la filosofía de andar por casa en zapatillas. Si eso fuera posible, que no lo es en mi caso. A andar con zapatillas, me refiero. Las cosas quietas evidencian mi razón de cada día. Las manos de Domingo alborotando el aire que lleno con historias que le cuento. Las manos de Adela limpiando mi cara con unas toallitas. Las manos de Lola acariciando el deseo con que mis manos la tocan. Las cosas quietas. Poco más es lo que me importa. Las evidencias.

¿He llegado hasta aquí conservando al idealista que fui o ha vencido el realista empecinado que solemos llevar dentro, ese tipo que es un mecanismo de defensa? Lo ignoro. He llegado hasta aquí sin respuestas. Mejor, más tranquilo, más feliz. Hay respuestas que hieren, otras decepcionan, otras son certeras, sí, tanto como aburridas. Prefiero vivir entre interrogaciones antes que hacerlo entre “eurekas”. Es una opción elegida, no es más que eso.

Nunca hice caso, ni tengo la mínima intención de hacerlo, a quien me dijo que tenía que asentar la cabeza. Cumplo cuarenta años, me parece que voy teniendo uso de razón.

viernes, 16 de abril de 2010

viernes, 9 de abril de 2010