domingo, 30 de octubre de 2011

Mi colega y hermano Juanfran



Hoy, mis queridos habitantes de bloguilandia, me hace el trabajo mi amigo y hermano Juanfran, que ha publicado un libro de poemas (“Cabezabajo”, Edit. La oveja negra).

El Juanfran, mi Juan, enciende un pitillo a cualquier hora del día y bebe cerveza (bueno, a veces lo hace al contrario porque se me despista o porque va de poeta...enciende una cerveza y se bebe un pitillo tras otro), coge una servilleta de papel o saca un pequeño cuaderno y se pone a escribir.

Escribe sin más historia ni parafernalia mientras los demás, quienes estamos con él o sin él, seguimos a lo nuestro con los ojos de soslayo en sus letras.

Su mirada, entonces, se pierde en una tierra indomeñada de metáforas o imágenes entarimadas en una trastienda. Va escribiendo, va fumando, va bebiendo...cualquier día de estos una analítica médica de apariencia inocente le dará un nivel alto de colesterol en los versos y una acumulación de leucocitos amables, o de cualquier otra cosa, en sus manos que escriben, fuman y beben.

El viernes fui con mi Lola a la presentación del libro en el Palacio del Pumarejo (qué penita de edificio tan dejado, por cierto. Es soberbio hasta en su decadencia). Allí me reencontré con mi amigo y hermano Juanfran, con otros amigos y otros hermanos. Aproveché la coyuntura para golfear un rato esa noche. Con ellos a mi lado otra cosa no sé hacer ni quiero aprenderla.

Hace muchos años que mi amigo y hermano Juanfran se enamoró de mi amiga y hermana María (que para mí siempre ha sido la Pepa, pero bueno... La noche que vengo contando tenía una gastroenteritis que no se le quitó hasta que optó, con acierto, por dejar de beber Aquarius y pasarse a los botellines de cerveza). Se reencontraron y reinventaron justo en la noche de mi boda. Y ahí siguen los dos, entre poemas, fumando, bebiendo, queriéndose...y yo voy y los quiero a los dos también. Que siempre he sido muy cariñoso yo.

Mi Juan, que a todo esto viene la entrada, escribe así...


Hombres de ceniza

Aún en la tiniebla más encendida, ellos caminan con el óxido vencido de las farolas apagadas.

Huyen del amanecer que abre los postigos naranjas, llenando de cáscaras amargas los bolsillos de las calles.

Cuando el orden comienza a anudar corbatas, ya ensayan su voz partida de golondrina, impregnan el lento pañuelo del aire con gasolina robada.

Son hombres de ceniza, tienen sus historias el color del humo solitario. Sus miradas están cruzadas de trenes que nunca partieron, por eso la cicatriz como raíl de espanto que surca la risa sorda de su rostro.

El tiempo en sus manos es madera rascada hasta el infinito, una cerilla mojada que lamen los perros con sus encías atravesadas de paraguas rotos.

Derrumbados sobre los esqueletos de las iguanas, ruedan en la oscuridad que guardan tus ojos en el interior de una caja de fósforos.

6 comentarios:

Lola dijo...

No hay nada más maravilloso en la vida como tener amigos o "hermanos" como los tienes tú. Tienes mucha suerte. Ellos también.

Lola

adela dijo...

La mayor suerte de este tipo eres tú, Lola. No obstante, os quiero a los dos...y por supuesto a Juanfran, el genial poeta que siempre delira.

Juanma dijo...

"¿Este tipo?", ¿"No obstante"?...no entiendo nada.

Zero Neuronas dijo...

El gran Juanfran... ¡Qué recuerdos! Forma parte de mi primera adolescencia y, ¡cómo no! de mi vida, por mucho que haga años que no lo veo (aparte de un fugaz encuentro por una calle de Sevilla que no cuenta).
A la de ¡ya! me pongo a buscar su libro de poemas.
Gracias, Juanma.

Er Tato dijo...

¿En el Palacio del Pumarejo? ¡Coño, al laíto de la taberna! Mira que no pasarte con tus hermanos a tomarte un mostito y unas lasquitas de jamón... A lo mejor te hubieras topado con el Manteca.

Un abrazo, golfo

carmen jiménez dijo...

Un auténtico placer descubrir al poeta Juan. Felicítale de mi parte.
Un saludo compañero de letras.