martes, 23 de agosto de 2011

El Tato y Juan "el Manteca"



Ya sé, querido Tato, que te diste cuenta enseguida, nada más ver cómo crucé el umbral de la taberna con narcosis en mis piernas y el gesto tan abatido como el de un adolescente que acaba de leer el contenido hierático y devastador de su primera carta de desamor. Lo sé porque, al llegar a tientas y por inercia a la barra, me lanzaste una mirada a medias entre el sigilo y la misericordia, te acercaste con una copa de lo primero que te vino a la mano y, tras comprobar que no era el líquido desatascador, me la diste diciéndome con timbre de confesionario....parece mentira, Manteca, cómo has podido enamorarte de nuevo si prometiste no hacerlo desde que aquella mujer te dejó un enigma en los bolsillos y el sabor perenne en los labios de su sudor tenue y salado, de su piel libre, desnuda y sin remisión.

Yo intenté responder poniendo algo de orden entre las pocas letras del alfabeto que aún me soportan, pero traía en la lengua restos de chatarra que me impidieron hablar. Cuando tomé el primer trago supe que necesitaba más un reciclado que una terapia. Me había sentado en uno de los taburetes ahumados que sobreviven en tu taberna tras el paso de tantos sueños descarnados por ella y sólo podía pensar en su marcha sin equipaje ni palabras, en su adiós sin fisuras ni nostalgia y en mi aspecto destartalado o erial. En silencio te agradecí, querido amigo, que al fin decidieras quitar hace un par de meses el único espejo que había en la taberna sólo porque entraban tipos infelices que no se reflejaban en él y se marchaban sin pagar. Si me hubiera asomado al precipicio fúnebre de aquel espejo que goteaba taima y azogue, habría roto a llorar como lo que soy: un niño aprendiz o un hombre incapaz.

Y no, Tato mío, colega de noches lucífugas, trampas deslavazadas y confidencias con grietas, eso no. Llorar no. No permitas que eso me suceda nunca en tu taberna. Dame de beber hasta que pierda lo últimos hilos de mi razón superviviente bajo candilejas, háblame de los viejos tiempos o cuéntame qué proyectos vas dibujando con tiza para que la taberna no pierda el humo que la ennoblece y los desconchones que atrapan su luz. Inventa lo que quieras, lo primero que se te ocurra, lo que pase por el alambique de tu cerebro en primer lugar, pero no me dejes llorar en público, querido amigo. Hay mujeres que no me lo perdonarían o que me confundirían con ese otro que también soy y que siempre llevo oculto.

Llorar no.

Aquella mañana, nada más despertar, supe que ella no volvería porque el silencio me cercaba como un necrófago y el sol había pasado de largo al ver mi balcón abierto de par en par. Me había dejado un beso en caída libre hacia la almohada y el alma llena de pena. Hace muchos años, tantos como lunas cercenadas corren por mis venas, que no estaba así, querido Tato...con el alma llena de pena.

Y no sé, amigo mío, si tanto tiempo enrocado será para mal o para peor. ¿Se pierde práctica o se gana en tranquilidad? Malditas incógnitas, son como puñales esquinados en la garganta. Dame una copa de algo que me haga un agujero en el estómago, me ahogo, necesito que circule aire por mi interior.

Pero no pasará nada, ¿verdad, colega? Sabemos de sobra qué es estar en una trinchera y asomar la cabeza. Por eso la tenemos tan perdida como las balas que a veces nos zumbaron en los oídos y nos rozaron el corazón. No nos ha ido mal. Incluso en los peores momentos hemos hecho justamente lo que no debíamos hacer. Así que todo lo voy viendo con mayor claridad...

Cada noche rezaré por lo prohibido y dejaré entonces que la vida vaya tejiendo su labor. Volveré a la taberna y me intubaré vinos que continúen el proceso febril de mi desfloración. No sé si he olvidado quién soy o que nunca he sido. Si es lo primero, le veo difícil solución. Si fuera lo segundo, me tranquilizaría en el acto y tiraría mi documento de identidad por el alcantarillado municipal. Nada y todo merece la pena. Me pegaré a la espalda de la noche. Practicaré la conjugación de verbos irregulares al caminar y continuaré amaneciendo en tu taberna mientras jugamos a los dados y nos reímos del azar y olvido quién soy y recuerdo al que nunca fui y sumo y resto y canto bajito y tú buscas el compás y hablamos de la vida y nos tomamos otra copa y vuelven los dados a chocar y todo continúa y todo permanece y...

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante texto.Siempre leo tus entradas aunque no lo creas.Me emocionas con tus palabras,aunque no sea tu chica favorita.

Anónimo dijo...

Por unos momentos he sentido esa copa rota, llevandomela a los labios, menos mal que entrabas por la puerta del bar. que bueno eres tio, un abrazo

Paloma Corrales dijo...

Desolador como un silencio oscuro con contrato indefinido, y sin embargo tan cercano al alma como tu escritura. Como tú.

Besos, una jartá.

Er Tato dijo...

No te veía así desde que Marlene vendió el bisón que le regalaste para fugarse a Tetuán con el párroco de su pueblo.

¡Qué noches las de aquellas tristezas radiantes, amigo mío! Pero tienes razón, pega tu espalda a la noche y no hagas demasiado ruido. Dos damas nos observan sobre sus lechos blancos de hueso. Pareja. Te toca...

Un abrazo, artista

rojadama dijo...

Genial, como siempre Juanma; a mi me gustaría que me cundieran los días como a ti, pero no paso de normal aburrida. Besos

rojadama dijo...

Genial, como siempre, besos

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Hacía tiempo que no me topaba con Juan el Manteca, feliz reencuentro ha sido para apreciar, en mucho, tu forma de escribir.
Un abrazo

María Socorro Luis dijo...

Dulces y hermosas tristezas las del desamor.

Qué lindo compartir tus monólogos...