Aún no sabía que te iba a decir aquellas palabras que sonaron como un epitafio, que cogería el teléfono para advertirte que ya había acabado el acto, que pronto iba a verte, y que notarías por el tono de mi voz una tristeza que talvez tampoco aún sabía que tenía. Una tristeza barruntada en mi forma de vestir o de andar, al encender un pitillo o mondar una naranja.
No, aún no lo podía saber. De qué modo actuaríamos si conociéramos con anticipación las consecuencias de nuestros actos: “ninguna de nuestras palabras o actos son gratuitos”, había dicho el escritor hacía apenas media hora. Había pasado, en un rato, de la ilusión que todos dicen que contagio a la tristeza que sólo tú notas y cuidas…esa tristeza de la que sólo tú me salvas.
El acto comenzaba a las ocho y media de la tarde. Pero yo, hombre de puntualidades y otras carencias, había llegado a las ocho menos cuarto. Y no era el primero. Me di una vuelta por el hotel. Era la segunda vez que entraba en él y eso me hacía caminar con mayor seguridad que la primera, en la que estuve algo asombrado, algo niño mirando techos, salones, puertas. Me gusta ese hotel, el Alfonso XIII, una de las señas de identidad de esta ciudad que es nuestro lugar en el mundo. A las ocho en punto nos anunciaron que podíamos entrar. Me senté en las primeras filas, en la quinta quiero recordar. Las dos primeras estaban reservadas, supongo que para los organizadores, los amigos. Constato luego que también para algún que otro arrogante, esas personas que caminan por el mundo pensando que todos nos fijamos en ellas, y ponen caras interesantes, gesticulan con seguridad, como dominando el espacio y controlando los tiempos. Allá ellos.
Es puntual el escritor. Ocho y media de la tarde. Pasa a mi lado. Estoy viendo, a cincuenta centímetros, a un mito literario. Soy mitómano, tú lo sabes. Tú lo sabes todo de mí. ¿Sabías que yo existía antes de conocerme? A veces pienso que sí, que cuando me viste por primera vez hace diez años (y pensaste, con razón, que yo era un niñato) ya sabías que me iba a acercar a ti en el instante preciso en que lo hice para preguntarte no sé qué cosa. Ahí comenzó todo, algún día lo escribiré. Es una deuda que tengo contraída con mi lenguaje, es un modo, el último, de espantar fantasmas que ya no existen. Algún día escribiré sobre ti, te escribiré.
Habla Fernando Iwasaki, organizador. Sus palabras son tan cálidas como su acento peruano. Se le nota emocionado, anuncia brevedad y la cumple. Su discurso, dos veces bueno.
Cede su palabra al escritor, a mi escritor, a quien más he leído, quien más me ha emocionado sólo con un libro, sólo con una frase o un párrafo. Presenta Antonio Muñoz Molina su última novela, “La noche de los tiempos”. Yo la llevo, sólo principiada, para que luego me la firme. Sus palabras son cercanas, certeras y, para mí, memorables. Aún no podía saber, tampoco, que al día siguiente leería crónicas en los periódicos y que pensaría en quién las ha escrito, en qué estaría musarañeando (mi ordenador señala al gerundio como incorrecto. Mi ordenador no ha leído a Umbral, él se lo pierde) mientras Muñoz Molina hablaba, por qué esas crónicas estaban escritas desde antes de la presentación del libro.
Concluye Antonio (así me dirigí a él más tarde, pero aún no lo sabía, ni siquiera sabía si me saldrían más de cuatro palabras seguidas y articuladas. En mi imaginación había pensado que Antonio me preguntaba por qué quería que me firmara su libro. Y llevaba una respuesta preparada: en mi casa, el primer frigorífico también estuvo durante años en el comedor, y no en la cocina, al lado de la televisión. Él y yo nos entendemos en esto). De las cinco preguntas que hace el respetable (multitud, por cierto) sólo me interesa la última: en el libro aparece una primera persona del singular algo desconcertante. Muñoz Molina confiesa que ésa es una de las claves: un uso del verbo necesario para no hacer trampa ni mentir. No lloro en ese momento porque los hombres no lloran. Sí lo hace, en cambio, el niño que soy, ése que se parece tanto a mi hijo.
Estoy frente a él. Le doy las buenas noches, el libro y mi nombre. Sonríe, me pregunta si Juan Manuel soy yo. Le digo que sí, obviamente: “La noche de los tiempos está cordialmente dedicada a Juan Manuel, en una bella noche de Sevilla. A. Muñoz Molina. Noviembre 2009”.
Evito conversar con él, preguntarle algo. La fila de admiradores esperando firmar es muy larga, no ha lugar al entretenimiento ni a querer destacar. Es absurdo.
Salgo a la calle y, aunque sé que voy a meter mi mano en el bolsillo de la chaqueta para buscar el móvil y llamarte, todavía ignoro mis palabras, aún no sé la tristeza que se acaba de instalar sin que le haya dado tiempo a abrir las maletas. Viene con mucho equipaje, la puñetera. “Ya voy para allá, chiqui”, “¿Qué tal todo, bien, te ha gustado?”, “Cómo no, ha sido maravilloso”, "¿Y por qué estás tan triste?”…y es entonces cuando la veo junto a mí, a la tristeza mirándome orgullosa y con sorna..."estoy triste porque me moriré sin haber escrito un libro”.
“Déjate de tonterías y vente ya, que tengo ganas de verte”…algún día escribiré sobre ti, Lola. Deja un hueco en tus manos para todas las palabras que te debo.
Mi memoria es lo suficientemente bondadosa como para permitir que, en su interior, cohabiten y coincidan, beban y duerman juntos, los olvidos imposibles y los recuerdos necesarios. O viceversa: los olvidos necesarios y los recuerdos imposibles. En cualquier caso, soy poco más que lo que nace de la conjunción de ambos.
lunes, 30 de noviembre de 2009
"La noche de los tiempos"
viernes, 27 de noviembre de 2009
La radio de los blogueros
Hola a todos, mis queridos habitantes de bloguilandia:
Hagan el favor de no ser tan remolones y enlacen, en cada uno de sus blogs, el de Juan "El Manteca". De ese modo evitarán ustedes que les tenga que dar la lata cada viernes recordándoles que ya ha escrito su columna semanal.
Esta tarde, en "La radio de los blogueros", o sea, aquí, hablamos de Maestros de la gran pantalla, grandes directores de la historia del cine.
"El Manteca", como acostumbra, ha publicado en su blog la columna que cerrará la tertulia de ese magnífico programa. Tras su lectura en directo, también colgará el mantequita el audio con mi voz intentando, sin conseguirlo, acercarse a la suya. Así que, si quieren, pasen...vean.
Besos para todos.
domingo, 22 de noviembre de 2009
La columna con mantequita...
Mis queridos habitantes de bloguilandia:
He aquí la que, hasta el momento, ha sido la peor columna del Manteca en lo que llevamos de temporada en "La radio de los blogueros".
Me lo ha confesado el propio Juan entre copas incontestables y otros secretos más calidos. Sé que era él quien me hablaba porque el tono de su voz es inconfundible, no porque lo estuviera viendo: el humo agolpado en la taberna del Tato impedía la nitidez ante todo intento de conseguir una visión.
¿Dónde he dicho que estaba esa columna con mantequita?, pues AQUÍ.
En fin, eso es lo que hay.
Besos derramados...
viernes, 20 de noviembre de 2009
Entrada dedicada al Tato (aunque parezca que no tiene nada que ver)
Esta tarde hablamos, de 19:05 a 20:00, en "La Radio de los blogueros" de Literatura. Nos acompañará Juan Antonio González Romano, el profe.
Juan "El Manteca" ya ha escrito la columna con la que concluirá la tertulia.
Si quieren leer esa columna no tienen más que pulsar aquí.
Y para escucharnos e ir dejando sus comentarios, pues aquí.
Os espero a todos en todos los lugares posibles.
Besos, besos, besos derramados.
lunes, 16 de noviembre de 2009
Primera carta del padre Juanma a sus ídolos
Bueno, ya veo que vais creciendo. Igual de guapos que cuando nacisteis, eso es cierto, pero poco a poco hacia arriba. Sobre todo tú, Domingo, que eres ya todo un hombrecito. Y tú, Adela, no me mires así, la edad es la edad hija mía, pero tú también creces manteniendo tu imagen de reina gitana. El mundo os espera. El mundo es esa cosa que aparece cuando salís a la calle. Saliva el mundo cuando os ve, pero no os preocupéis porque papá está preparado para comérselo a nada que intente rozaros con la intención de haceros daño. Eso es lo que hacemos siempre los padres.
Pero también tenéis que saber que ese mundo que intentará comeros retrocede cuando se encuentra con alguien que pretende hacer lo mismo: comérselo. Así que ése es el secreto: hay que darle bocados gordos a la vida, exprimirla, llegar hasta el final sabiendo que la hemos doblegado, que no pudo con nosotros, que hemos vivido. Mi consejo, el único, es el de siempre, el que tantas veces os he dicho ya: no hagáis caso a quien os diga que alguna vez hay que sentar la cabeza. Es mentira eso, hacedle caso a papá. Eso sólo os convertirá en adultos aburridos y domeñados. No, no os dejéis llevar por la corriente y aprended bien a nadar, por si hay que hacerlo a la contra o solamente porque es más divertido. En la vida hay que dar brazadas y abrazos.
Mamá y papá os dieron la vida, eso también es cierto. Pero bueno, aunque aún no entraré en detalles (no tardaré mucho), debo deciros que tampoco es algo extraordinario. Digamos, por ir abriendo boca, que para papá y mamá no fueron un sacrificio todos los intentos que llevaron a cabo para eso, para que algún día fuerais una realidad. Ya me contareis, ya. O bueno, ya lo adivinaré en vuestra mirada cuando os llegue la ocasión. El mérito, por tanto, es vuestro: sois vosotros dos los que nos habéis dado la vida a nosotros. Lo que yo era antes ya podéis leer que siempre se debate entre los olvidos y los recuerdos, pero lo que soy ahora, con vosotros sobre la faz de la vida, es puro presente, pura diversión, puro goce de los sentidos con cada uno de vuestros movimientos y palabras. Sí, Domingo, ya sé que tú hablas perfectamente y aún no lo hace tu hermana. Pero dice pa…pa…pa…pa…pa…ésa es su forma de comunicarse. Y lo hace igual que tú: con precisión.
Y ya os voy dejando, mis queridos niños, mis dos mitos, mis dos ídolos, que cada uno tiene su quehacer. Tú, Adela, acompaña a mamá, que tiene que salir. Y a ti, Domingo, te estoy viendo ahora mismo a través de Internet. Sí, tu guardería tiene una cámara y me paso toda la mañana viéndote. ¿Por qué estás casi siempre solo y a tu bola? Eres como tu padre, cariño. Por ese camino, no te quepa duda, terminarás enamorándote de una mujer (o de un hombre) excepcional. Tanto como lo es tu madre.
martes, 10 de noviembre de 2009
Juan "El Manteca"
Pueden leer, si así lo desean, la opinión de Juan "El Manteca" sobre "Erotismo y sexo"
Saludos y, como siempre, gracias a todos.
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