Por gustarme más la forma que el contenido (de literatura hablo) tengo menor dificultad para armar un texto que para pensarlo. Es por eso que acepto retos literarios y que, cuando no los tengo, los provoco. Mi querida Té (autora del blog http://www.teresapuig.blogspot.com) escribió en su última entrada esta frase: "Hoy sólo sé que la melancolía, en el fondo, es como una tristeza que no duele". Leer esta frase y saber que escribiría el texto que aparece abajo fue todo uno. Le pedí un permiso que yo sabía que no era necesario.
Visiten ese blog de mi chica favorita, no se arrepentirán. Le tengo a Té un cariño imprescindible, los dos besos que tenemos por costumbre me renuevan. Le gusta comerse la vida, yo creo que lo consigue, aunque a veces ella no lo vea así. Pero son cosas que yo creo. Té es una persona de esas que nos rozan con mayor intensidad que otros que nos tocan. ¿Se nota que la quiero mucho, que la querré siempre? Eso es lo que hay...
*************************
Despertó de pronto en medio del océano de la madrugada. Lo encontró calmado al abrir los ojos.
Estaba bien, había dejado de dolerle la cabeza y el corazón parecía latir con normalidad. Si acaso es posible que un corazón lata con normalidad, pensó. Estaba soñando, pero el sueño no llegó al final. Si acaso es posible que los sueños tengan un final, pensó también. Sólo es posible que un sueño concluya cuando el corazón consigue latir con normalidad, anotó en la libreta que había comprado hace unos días sólo porque le gustó el color de luna nueva de sus tapas.
Encendió la luz. Tal vez encender la luz sea una necesidad, pensó. Se tocó los brazos, la cara, sus piernas. La piel tiene la misma textura de la soledad, pensó también. Es necesario encender una luz para comparar texturas, anotó en el pequeño cuaderno color de luna nueva que había comprado sólo porque cabía en el bolsillo de sus vaqueros.
Abrió un libro. “Máscara sin memoria, líbrame de parecerme a aquel que me suplanta”, leyó. Caballero Bonald. ¿Somos lo que parecemos ser?, pensó. Nunca he sido el que tú creías que yo era porque tú creías que yo era lo que parecía ser. Soy, he sido, un ensayo, anotó en el cuaderno de luna nueva con tamaño de bolsillo que había comprado sólo para escribir alguna nota.
Encendió un pitillo. No me gusta fumar, pensó. Exhaló una bocanada que le supo a despecho y otros besos. Tardé años en aprender a coger un cigarrillo sin parecer un adolescente iniciático y hormonal, pensó de nuevo. Nunca me ha preocupado llegar a tiempo porque siempre supe que eso no era posible, por eso aprendí a fumar, escribió en la luna nueva que cabía en sus bolsillos, entre otras notas que había comprado sólo porque le gustaba pensar que las había escrito él.
La echó de menos. Los sueños no llegan al final, tampoco el amor. Mejor así, pensó. Sólo tiene valor aquello que no concluye. El final de un amor supone que ese amor no llegará hasta el final. Paradojas. Hay que valorar el texto que concluye en un renglón cortado, como si hubiera caído a un abismo su autor. Paradojas. Soledades. Madrugadas. El reloj marcaba una hora a la que dio de lado. Al fin y al cabo, no es más que un reloj, no hay que hacerle mayor caso, pensó. El silencio era un analgésico. La oscuridad una buena compañía. La echaba de menos, sus caricias eran una lengua nueva que él quiso aprender a descifrar. Ahora sólo le quedaban restos de sílabas sueltas que era incapaz de hilar. Sabe bien que tardará años en volver a aprender a hablar. Quizá comenzada la mañana sea el mejor momento para empezar.
Hoy sólo sé que la melancolía, en el fondo, es como una tristeza que no duele. Y se quedó dormido pensando que tenía que anotar esa frase sobre la piel de una luna nueva, ya bajo el sol, tras haber navegado por un océano calmado que lo llevó a una isla que fue su final. El principio.
Estaba bien, había dejado de dolerle la cabeza y el corazón parecía latir con normalidad. Si acaso es posible que un corazón lata con normalidad, pensó. Estaba soñando, pero el sueño no llegó al final. Si acaso es posible que los sueños tengan un final, pensó también. Sólo es posible que un sueño concluya cuando el corazón consigue latir con normalidad, anotó en la libreta que había comprado hace unos días sólo porque le gustó el color de luna nueva de sus tapas.
Encendió la luz. Tal vez encender la luz sea una necesidad, pensó. Se tocó los brazos, la cara, sus piernas. La piel tiene la misma textura de la soledad, pensó también. Es necesario encender una luz para comparar texturas, anotó en el pequeño cuaderno color de luna nueva que había comprado sólo porque cabía en el bolsillo de sus vaqueros.
Abrió un libro. “Máscara sin memoria, líbrame de parecerme a aquel que me suplanta”, leyó. Caballero Bonald. ¿Somos lo que parecemos ser?, pensó. Nunca he sido el que tú creías que yo era porque tú creías que yo era lo que parecía ser. Soy, he sido, un ensayo, anotó en el cuaderno de luna nueva con tamaño de bolsillo que había comprado sólo para escribir alguna nota.
Encendió un pitillo. No me gusta fumar, pensó. Exhaló una bocanada que le supo a despecho y otros besos. Tardé años en aprender a coger un cigarrillo sin parecer un adolescente iniciático y hormonal, pensó de nuevo. Nunca me ha preocupado llegar a tiempo porque siempre supe que eso no era posible, por eso aprendí a fumar, escribió en la luna nueva que cabía en sus bolsillos, entre otras notas que había comprado sólo porque le gustaba pensar que las había escrito él.
La echó de menos. Los sueños no llegan al final, tampoco el amor. Mejor así, pensó. Sólo tiene valor aquello que no concluye. El final de un amor supone que ese amor no llegará hasta el final. Paradojas. Hay que valorar el texto que concluye en un renglón cortado, como si hubiera caído a un abismo su autor. Paradojas. Soledades. Madrugadas. El reloj marcaba una hora a la que dio de lado. Al fin y al cabo, no es más que un reloj, no hay que hacerle mayor caso, pensó. El silencio era un analgésico. La oscuridad una buena compañía. La echaba de menos, sus caricias eran una lengua nueva que él quiso aprender a descifrar. Ahora sólo le quedaban restos de sílabas sueltas que era incapaz de hilar. Sabe bien que tardará años en volver a aprender a hablar. Quizá comenzada la mañana sea el mejor momento para empezar.
Hoy sólo sé que la melancolía, en el fondo, es como una tristeza que no duele. Y se quedó dormido pensando que tenía que anotar esa frase sobre la piel de una luna nueva, ya bajo el sol, tras haber navegado por un océano calmado que lo llevó a una isla que fue su final. El principio.