viernes, 20 de marzo de 2009

Comienzos

Por gustarme más la forma que el contenido (de literatura hablo) tengo menor dificultad para armar un texto que para pensarlo. Es por eso que acepto retos literarios y que, cuando no los tengo, los provoco. Mi querida Té (autora del blog http://www.teresapuig.blogspot.com) escribió en su última entrada esta frase: "Hoy sólo sé que la melancolía, en el fondo, es como una tristeza que no duele". Leer esta frase y saber que escribiría el texto que aparece abajo fue todo uno. Le pedí un permiso que yo sabía que no era necesario.
Visiten ese blog de mi chica favorita, no se arrepentirán. Le tengo a Té un cariño imprescindible, los dos besos que tenemos por costumbre me renuevan. Le gusta comerse la vida, yo creo que lo consigue, aunque a veces ella no lo vea así. Pero son cosas que yo creo. Té es una persona de esas que nos rozan con mayor intensidad que otros que nos tocan. ¿Se nota que la quiero mucho, que la querré siempre? Eso es lo que hay...
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Despertó de pronto en medio del océano de la madrugada. Lo encontró calmado al abrir los ojos.
Estaba bien, había dejado de dolerle la cabeza y el corazón parecía latir con normalidad. Si acaso es posible que un corazón lata con normalidad, pensó. Estaba soñando, pero el sueño no llegó al final. Si acaso es posible que los sueños tengan un final, pensó también. Sólo es posible que un sueño concluya cuando el corazón consigue latir con normalidad, anotó en la libreta que había comprado hace unos días sólo porque le gustó el color de luna nueva de sus tapas.
Encendió la luz. Tal vez encender la luz sea una necesidad, pensó. Se tocó los brazos, la cara, sus piernas. La piel tiene la misma textura de la soledad, pensó también. Es necesario encender una luz para comparar texturas, anotó en el pequeño cuaderno color de luna nueva que había comprado sólo porque cabía en el bolsillo de sus vaqueros.
Abrió un libro. “Máscara sin memoria, líbrame de parecerme a aquel que me suplanta”, leyó. Caballero Bonald. ¿Somos lo que parecemos ser?, pensó. Nunca he sido el que tú creías que yo era porque tú creías que yo era lo que parecía ser. Soy, he sido, un ensayo, anotó en el cuaderno de luna nueva con tamaño de bolsillo que había comprado sólo para escribir alguna nota.
Encendió un pitillo. No me gusta fumar, pensó. Exhaló una bocanada que le supo a despecho y otros besos. Tardé años en aprender a coger un cigarrillo sin parecer un adolescente iniciático y hormonal, pensó de nuevo. Nunca me ha preocupado llegar a tiempo porque siempre supe que eso no era posible, por eso aprendí a fumar, escribió en la luna nueva que cabía en sus bolsillos, entre otras notas que había comprado sólo porque le gustaba pensar que las había escrito él.
La echó de menos. Los sueños no llegan al final, tampoco el amor. Mejor así, pensó. Sólo tiene valor aquello que no concluye. El final de un amor supone que ese amor no llegará hasta el final. Paradojas. Hay que valorar el texto que concluye en un renglón cortado, como si hubiera caído a un abismo su autor. Paradojas. Soledades. Madrugadas. El reloj marcaba una hora a la que dio de lado. Al fin y al cabo, no es más que un reloj, no hay que hacerle mayor caso, pensó. El silencio era un analgésico. La oscuridad una buena compañía. La echaba de menos, sus caricias eran una lengua nueva que él quiso aprender a descifrar. Ahora sólo le quedaban restos de sílabas sueltas que era incapaz de hilar. Sabe bien que tardará años en volver a aprender a hablar. Quizá comenzada la mañana sea el mejor momento para empezar.
Hoy sólo sé que la melancolía, en el fondo, es como una tristeza que no duele. Y se quedó dormido pensando que tenía que anotar esa frase sobre la piel de una luna nueva, ya bajo el sol, tras haber navegado por un océano calmado que lo llevó a una isla que fue su final. El principio.

lunes, 16 de marzo de 2009

De amores, deseos y palabras...

Ana enciende un pitillo. Mauricio deja caer su mirada sobre la calle, tras la cristalera que queda a su derecha. Han entrado en la cafetería para descansar y mirarse a los ojos, acaso por primera vez. Vienen de una noche en la que se han amado obviando el duermevela de la ciudad, sobre una tierra de metáforas en vuelo rasante, bajo sábanas que parecían evaporarse, asumiendo que hay palabras que no tienen poder y se rinden. Cayeron rendidas, las palabras, ante la urgencia de caricias primerizas, desconcertadas por la torpeza y el deseo, agazapadas por el sonido suave de un adagio a media luz, a media voz, a media altura. Se amaron sobre un lecho de palabras asustadas, conjugaron verbos que presumían, petulantes, de ser nobles infinitivos inamovibles, se adjetivaron al desnudarse, gozaron hasta perder la personalidad, nublar la idea y transformase en pronombres. Se rieron juntos de los complementos circunstanciales. Fueron un objeto directo. Fueron abrazados los sujetos. Los predicados cayeron en un engaño y dejaron de ser. Besados los núcleos, la palabra asumió su derrota.
Mauricio bebe un café solo, le pide sin palabras un instante a Ana. Escribe sobre un pequeño cuaderno, arrastra el bolígrafo traspasado por el idioma. Arranca la hoja igual que durante la noche había arrancado de su cuerpo, su alma, su mente, su corazón, toda la educación recibida. Ana lee: “La vida está llena de pequeñas verdades que son un encuentro lingüístico, el hallazgo de una palabra que nos conmueve el corazón. Una palabra en la acera o en el dormitorio, atrincherada con seguridad en su significado, que aparenta cordialidad y espera pacientemente, ordenada entra las miles del diccionario y sabedora de nuestra ignorancia, el momento sublime del descubrimiento. Confío en la palabra y acudo con frecuencia a salvar alguna ahogada en un cuenco de vino, al barro de los libros, a una gramática que tengo como terapia, que uso y trato con devoción. Confío en la palabra y ante ella me inclino, tras ella me oculto, le cuento mis secretos con otras palabras que también conoce, la arropo en las noches que está sola y hace frío, soy fiel y sabe bien, la palabra, que no puedo mentir. Cómo reconocer la palabra que buscamos, la que llega y nos susurra al oído una pequeña verdad, es cuestión que jamás trataron los tratados, ni los que versan sobre el asunto ni otros. Es cuestión, entonces, que queda a la discreción de cada cual, al estar atentos y preocupados, al azar de todo lo que pasa y la suerte que la vida, a cada uno, ha de deparar”.
Ana dobla el papel, lo guarda en su bolso, mira a Mauricio y Mauricio piensa que esa mirada debería estar prohibida. La vuelve a desear, sabe que será así para siempre. Es inevitable, piensa. Ana se empeña en su mirada, le pide que hable, quiere oír de nuevo su voz. Mauricio habla: “Es inevitable, Ana, sé que te desearé hasta el último día, hasta el momento en el que no pueda hablar”. “¿Y después?”. “Después ya veremos qué pasa. Tomemos el café y volvamos a subir. Quiero abrir el diccionario para buscarte en mi desorden alfabético”.

jueves, 12 de marzo de 2009

Confidencias


Quiero darte un beso, mi querida hermana.
No te muevas mucho, me han dicho que debo hacerlo con cuidado. Papá y mamá, a veces, piensan que no pienso, que no sé lo que hago. Es normal que lo crean así, yo no me enfado. Se esfuerzan tanto en entenderme que casi siempre lo consiguen, pero hay otros momentos en los que no logran hacerlo. También te pasará a ti, pero tú no te preocupes, son cosas de los mayores, aunque sean papá y mamá.
Ayer mismo, sin ir más lejos, papá y mamá estaban hablando y decían que yo tenía celos de ti. Me enfadé tanto que comencé a dar la lata y a querer estar encima de mamá cuando te estaba dando el pecho. Espero que vieras cómo te guiñé el ojo, era todo broma. ¿Cómo se les puede ocurrir pensar eso? ¿No tienen nada mejor que pensar? Sé que nos quieren a los dos igual. Cuando veas que me hacen a mí más caso que a ti, ten paciencia, están disimulando para evitar que yo tenga eso, celos. Lo mejor que podemos hacer, al final, es reírnos con sus cosas. Ellos no lo saben porque es mi secreto: desde que fui a verte al hospital, tú acababas de nacer, supe que una de mis misiones en el mundo sería cuidarte.
Quiero darte un beso, mi querida hermana.
Bienvenida a casa. ¿Sabes? Somos los dueños de todo lo que ves. Qué chiquitita eres. Ya irás creciendo. ¿No ves lo grande que estoy yo? Así te vas a poner tú. Y eres muy guapa, hermanita, te van a crecer los amores por mucho que papá cumpla su amenaza de poner cara de dar bocados gordos. Se pone así de tonto papá, ya lo irás conociendo. Se le gana con la mitad de media mirada. Bueno, al menos nosotros dos, y también mamá, no necesitamos hacer mayores esfuerzos. Lo que yo te diga: se pone tontito con nada.
Quiero darte un beso, mi querida hermana.
¿A que no te importa que use tu bañera para bañarme yo? Menos mal que papá y mamá sólo insistieron un día en que siguiera bañándome en la grande. Claro que con la que monté…se les quitaron las ganas. Es que me gusta más la pequeña porque juego mejor que en la grande. Aprovechando que los celos pasan por Valladolid me salí con la mía. Por cierto, me encanta estar encuerichi, que es una palabra que me ha enseñado papá y que me ha dicho que la escriba así, en cursiva. No sé si tú habrás heredado también este puntito exhibicionista, es comodísimo. Bueno, en verdad no es ninguna herencia: papá y mamá ya ves que no van así. Una pena: sería muy divertido.
Quiero darte un beso, mi querida hermana.
Y ya te voy dejando. Papá ha salido un momento a no sé qué y he aprovechado que mamá te está dando de comer para escribir. No pienso perderme la cara de pipilín (pipilín es papá, ya te contaré esa historia) cuando abra su blog y descubra que he escrito esto para ti. Muchas gracias por quedarte quieta mientras te di el beso que quería darte, no es más que el primero de un número tan grande de besos que te voy a dar que aún no sé ni contarlo. Por ahora, sólo cuento hasta el cinco. Pero creo que hay muchos más. Si no los hay, mal asunto. Recuérdame que le tengo que preguntar a papá si hay alguna palabra para decir que una cosa no se puede contar.
No te muevas, hermana, no quiero preocupar a nadie. Voy a darte un beso y me parece que van a aprovechar para hacernos una fotografía.