A veces, en libros cuyo título ya olvidé, pude leer que amar es un acto absoluto de egoísmo. Decimos “yo te amo”. Se impone ese yo humano, demasiado humano, con la finalidad de descartar cualquier otra presencia y, así, llevar mejor la lucha contra los miedos y la soledad, contra los sueños empeñados en parecerse demasiado a la realidad o contra el paso implacable, en ocasiones cruel, de los días y los años, del tiempo y la edad.
Hoy, sin embargo, he decidido dar de lado a todas mis lecturas, cerrar los diccionarios y olvidar la educación que he recibido tanto en la cuna como en la mesa. Quiero hacerlo para escribirte como si fuera un recién nacido apenas balbuciente y sin conciencia contaminada, para encontrar palabras amables que aún no hubiera podido conocer y rodear tu silencio claro con sigilo y zalamería. Sentarme entonces tranquilamente, mientras vigilo que no se produzca una rebelión de adjetivos sin utilidad o pronombres personales que dejo aparcados, a contemplar cómo madura tu cuerpo en lo que pasa la vida, que sólo es eso que transcurre a tu alrededor. En conversaciones con amigos que me piden una explicación, justifico cada uno de mis pasos en el mundo porque todos buscan la cercanía de tus manos, estar a tu lado para observar los gestos que haces como si tuviera la intención de dibujar cada uno de tus movimientos, guardar en los huecos puros de mi memoria tu olor de mujer sabia, indagar en la profundidad natural de tu mirada hechicera y egipcia para tener la sensación, infantil e inocente, de que podría descubrir tus secretos con facilidad. Cierro los diccionarios e imagino que tú sales a la calle y yo me asomo a una ventana, a verte pasar. Sí, cierro los diccionarios para evitar hablarte con palabras que habitan en los lugares comunes, en las zonas muertas del idioma, para dejar mi mente limpia de gramáticas o cosas y sólo pensar en el poder de tu cuerpo blanco iluminando la oscuridad de mi habitación, para abrir mi colección de besos pequeños, noches en vela y utopías inverosímiles y decirte quién soy, cómo soy, por qué cierro los diccionarios cuando entras en casa y cuáles son las razones que tengo para no ser perezoso al sonar el timbre del despertador. Toda mi vida anterior a tu presencia nueva, como una deflagración que me cogió desprotegido, fue papel mojado desde el instante en el que nos dio por ahogarnos en el fondo abisal de un cuenco de vino y proclamar luego, en mitad de campos y carreteras, como en un susurro desbocado que ni quisimos ni supimos ni pudimos domeñar, que ni siquiera la Muerte, a pesar de esa imposición digna de la mayúscula, tendría la fuerza suficiente para podernos separar.
Creo recordar que yo ya existía antes de ti, de tu llegada a mis ojos cansados quiero decir. Pero, si así fuera, no me importa demasiado. Tiré a la basura, junto a restos de comida precocinada y poemas que nunca llegué a concluir, los calendarios que colgaban de las paredes de mi casa, con sus fechas enmarcadas en círculos rojos para que no se me olvidara el aniversario de algo o una cita puntual, con sus lunas que crecen o menguan en complicidad con los caprichos de la pleamar, con sus refranes absurdos del mes y algún que otro año que la prudencia me aconsejó olvidar. ¿Hay, entonces, un antes y un después de ti? Ni lo sé ni me importa. Esas preguntas son propias de novelas mediocres y películas de un domingo en sobremesa con té y pastas, surgen por inercia cuando el aburrimiento encuentra un lugar donde estar. No es mi caso, querida Lola, desde que entraste en mi vida como una inundación inesperada y torrencial, sin que me dieras tiempo a anunciarte que no sé nadar, que podría morir si no hallaba dónde asirme, sacar la cabeza y, aunque sólo fuera durante un par de segundos, detenerme a respirar. Pero venía contigo la sorpresa sin remisión de tu cintura navegable, de tu agua calma con orillas para pisar tierra y descansar. Acudí a tus brazos como un náufrago desorientado que necesita, casi implora, un beso que le limpie la sal sobre las heridas, una palabra que fuera ungüento, un poco de piedad, algo de calor, el roce con otra piel para continuar sintiéndose hombre y que amaine la soledad. Dejar atrás, de una vez por todas, tanto duermevela sin el consuelo de un cuerpo al lado que sí duerme, ese refugio de quienes como yo, querida Lola, no pueden ocultar los estragos provocados por los deseos no cumplidos y la consecuencias ridículas de un carácter dominado por la pusilanimidad.
¿Destino o azar? Ni lo sé ni me importa. La vida sólo es azar que más tarde, en nuestra fábrica cerebral por módulos o en el estómago animal, digerimos para decir que obra el destino. Supongo que ambos, destino y azar, concordaron como dados trucados dentro del mismo cubilete en la tirada que trajo tu nombre a mi vida, yo que no soy jugador y que pasaba el tiempo ordenando hojas en blanco que después guardaba en el fondo triste de un cajón. Sobre ellas, querida Lola, me he puesto a escribir una carta que te entregaré dentro de unos minutos, cuando regreses del trabajo a esta casa que compartimos y todo se vuelva a llenar de tus manos que se abren con lentitud de flor, cuando te acerques y tu cuerpo sea para mí una envoltura de calor que destila mi amor líquido, derramado en estas líneas, cuando asomes tras la puerta y tu luz impere sobre lo que tengo y lo que pienso, cuando el eco de tu voz irrumpa en esta carta y la haga temblar.
A veces, en tiempos donde mi vida devino en campo de batalla y una verdad podía ser arma mortal, he recurrido a la mentira argumentando que era una trinchera, en lo que llegaban días de paz. Pero nunca fue necesario contigo, tampoco podría haberlo hecho. Incapaz de mentirte, querida Lola, confieso rendido a ti, ante el poder de tu caricia amable, bajo tu sabiduría almacenada con orden y magia, cabe tus ojos sosegados, con la escritura original que recupero de mis primeras clases en los colegios, contra vientos que me impidieron caminar, de cierto, desde la genética que me conforma y me hace, en el olvido de amantes ya diluidas, entre versos leídos con desgana, hacia tierras que nunca he pisado, hasta que mis fuerzas me hagan caer como una declinación en desuso, para que conste ignorando acta notarial, por la música compartida como si fuera un juramento, según iré envejeciendo, sin aspavientos ni alharaca, so pretexto para continuar luchando, sobre la memoria de amigos y sombras que duermen y tras espejos con azogue aburrido, confieso, decía, que te quiero de modo irrenunciable, que debo agradecer tu llegada como una preposición nueva que me permitió, al fin, unir con sentido todos los verbos conjugados a lo largo de mi vida.
Estas palabras, esta carta, es futuro en tus manos y será presente cuando leas justamente este párrafo que para ti será lo que escribí hace unos minutos y para mí es lo que voy escribiendo justamente ahora. En este párrafo que elijo fuera del tiempo escribo un te quiero que tú leerás cuando llegues aquí, a este delta en el que me he convertido tras pensar y recorrer los ríos de tu cuerpo, silente en espera de que concluyas tu lectura siempre agradecida, levantes la cara y entonces te pueda besar. Desemboco en el mar de metáforas que me has regalado, vengo de sortear meandros barrocos y partir selvas por la mitad, te hago el amor, o me lo haces tú, y todo se transforma en oleaje calmado o lluvia implacable, vertical y necesaria, simulacro bíblico de diluvio sobre tu cuerpo, o sobre el mío, o sobre algo para lo cual aún no tengo suficiente literatura y que escapa a las dimensiones de tu cuerpo y el mío, de dos cuerpos unidos que ya no somos nosotros, abandonados, dulcemente heridos, cubriendo urgencias y forjando recuerdos que algún día recogeremos para reír, conjugando el infinitivo de amar en sus tres tiempos, te amé al conocerte, te amo porque te conozco, te amaré porque quiero seguir conociéndote, nosotros que dejamos de ser sencillamente para estar, mudamos el verbo como un modo absoluto de renuncia, como si con ello mudáramos la piel y esa mutación nos hiciera aliados, amigos, amantes, tu luz en la oscuridad que yo era, mis sueños en tu realidad sencilla de gestos claros, tu forma de andar enderezando la torpeza de mis pasos, mis versos cayentes por tus brazos, tus piernas, tus pechos dentro de la misma mano que escribe versos resbaladizos, arraigados a la imagen que me sobrevuela en modo rasante, tu imagen perfilada y precisa como un boceto al punto de concluir, tu imagen cuando eres niña dormida y cuando despierta la mujer que me da un beso y los buenos días, tu imagen que ya es materia prima en mis poemas, barro que persigue un punto adecuado de cocción, tu imagen sin interferencias en mi retina recién estrenada, la imagen que quiero última el día que tenga que ser, la tuya, mujer de poso con buen augurio en la maraña de destinos y azares que nos van conformando, mujer en celo o reposo de lecturas a media luz, mujer que escucho para aprender, que cuido y me cuida, que peino y me peina, que lavo y me lava, que amo y me ama, imagen fijada en daguerrotipos que no será capaz de dañar el sol, tu imagen en fotografía acariciando a una gata que tiene mucho de lo que tú eres, o tú mucho de la gata, y que quizá por eso me encontraste por los tejados, donde ahora intento recordar si yo vivía antes de ti.
De tu llegada a mis ojos cansados, quiero decir.
19 comentarios:
Amor entre preposiciones antesala de verbos y subordinadas. ¡Como te gusta jugar con el lenguaje, canalla! Vete desnudando para cuando llegue Lola...
Un abrazo
Mi señor Juanma, no sera necesario desnudarse porque mas desnudez no cabe entre esos sentimientos.
Leido avidamente, casi sin dejar tiempo para ir asimilando las palabras y devorando cada linea, me deja con un escalofrio envidioso y un nudo en el corazon que no desaparecera con prisas.
¡Que suerte la de "su Lola"!
Que corto el relato. Te lo digo en serio. Cuando las palabras reflejan los sentimientos hacia ella, son pocas. Me empaparé de tu carta para, cambiando "Lola" por su nombre, intentar decirle lo que siempre he querido decirle y por torpeza no he podido.
Gracias y un fuerte apretón de manos.
Suscribo lo que han dicho Er Tato y maile y además te diré que si le hubieran o hubiesen puesto un monumento en el centro de Sevilla a TU AMADA LOLA no luciría más que las estrellas que brillan en tus palabras, Juanma.
Que torrencial...a mí tampoco me daba casi tiempo de ir metabolizando tanto atinado sustantivo, ni tanta magia, ni tanta luz.
Besos para los dos.
En estos tiempos donde todo es fachada y poco importa la decoración interior, donde las cosas del corazón se hablan con el médico y suenan a hipertensión y a colesterol, tú nos muestras tu gran amor, y yo me emociono (ya es una costumbre contigo).
Eres increíble.
Besos para ti y la protagonista de tu memoria.
Ese amor que te brota de las palabras. En ti es entrega, la entrega más absoluta, la negación del ser «yo» para ser siempre «nosotros». Escribes unos hermosos sentimientos que te describen mejor que mil tomos de biografía... Ese desear expresarlo, ese desear compartirlo, esa ausencia de rubor te describe mejor como hombre, como persona. La satisfacción que debe sentir quien amas cuando te mira a los ojos y se ve en ellos. Todo en ti me gusta, Juanma y me encantas. :D
Juanma, a mi me dices tú eso y te pongo un piso con un puñao de cerrojos pa que no te escapes nunca.
Me gusta cada día más como escribes y lo bien que sabes expresar tus sentimientos en el papel.
Un abrazo y felicidades a Lola por tener a un tío que la quiere de esa forma.
Tato: no lo puedo evitar, compadre, no lo puedo evitar...Un abrazo.
maile: ¿prisas? dicen que hay quien las tiene. Seguro que no es su caso. Besos.
Naranjito: difícilmente me podrán decir algo mejor, amigo. Un abrazo.
Blimunda: bueno, querida mía, la magia te aseguro que no la puse yo. Me limité a copiarla. Besos.
Paloma: esto que me dices lo podría yo escribir tras cada uno de tus poemas. Es costumbre, también, emocionarme en tu casa. Besos.
Lola: sí, querida, parece que Lola me quiere bastante...aunque a veces soy muy puñetero. Cosas de ser un genio, ay. Muchos besos.
Rafael: estoy convencido de quiero igual que muchos otros hombres y mujeres, amigos. Y, como le he dicho a Lola, también soy un puñetero...Un abrazo.
¡¡¡Bien!!! Ha vuelto el rey del monólogo interior. Las palabras van golpeando incesantemente, pero con fuerza creciente, hasta que queda uno grogui. Impresionante.
Un abrazo.
¡¡¡¡Pero ¿qué ha dicho Lola, que ha dicho?...noooo...eso no....mejor...¿qué ha hecho Lola, que ha hecho...al leer esto?...¡¡¡¡
Besines
A veces me gustaría poder ver por un agujerito ciertas reacciones de los demás... sería pura poesía.
Fernando: gracias amigo. Vengo de leerte, absolutamente noqueado. Un abrazo.
mangeles y Leticia: mi Lolita se emociona mucho con lo que escribo, se mete en el texto y todo deja de existir durante unos minutos. A mí me gusta ver cómo me lee...no sólo lo que escribo. Besos.
Amar es un estado en el que se queda uno vacío, aunque bien alimentado nunca deja de brotar la esencia. Para nada egoista. Querer ser amado es otra cosa.
Tus reflexiones me harán pararme a pensar. Gracias.
Antonio
Una carta de amor labrada de expresiones perfectas, preciosas, solemnes. Más que carta parece un monumento a tu Lola.
Un abrazo.
¡qué hermoso llegar a unos ojos cansados que te reciban así! El texto es precioso, pleno de imágenes que evocan un amor que merece vivirse.
Un beso enorme
Rosas para la protagonista, aplausos para el autor-poeta, suaves caricias para los peques. Y un enorme abrazo que encierre a los cuatro.
Soco
Juanma, como siempre que hablas de Lola, me derrito al leerte. Me invade una envidia tremenda y una necesidad imperiosa de volver a vivir el amor con mayúsculas... pero eso nunca se puede buscar, si tiene que llegar, llegará.
Un abrazo
Antonio: muchas gracias. Un abrazo.
Parsimonia: jajajaja...mira, me ha gustado eso del monumento. Muchos besos.
Marisa: sí, ojos cansados y ya recuperados. Besos, querida mía.
Soco: todo recibido y repartido. Besos, de los cuatro.
Pizzar: sí, amiga, al parecer de nada sirve buscarlo. Tiene que llegar, el puñetero. Besos.
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