viernes, 26 de noviembre de 2010

La canción



¡¡UN MOMENTO!! INSTRUCCIONES: DEN AL PLAY, POR FAVOR, JUSTO CUANDO INICIEN LA LECTURA DEL TEXTO, HAGAN LUEGO UNA LECTURA A RITMO MÁS O MENOS NORMAL Y A VER SI, MÁS O MENOS TAMBIÉN, ME HA SALIDO EL EXPERIMENTO. AH, Y COMIENCEN LA LECTURA TRAS LA PUÑETERA PUBLICIDAD ESA QUE CASI SIEMPRE SALE. BESITOS.

*********************

Qué canción tan dulce…me decías sobre el balanceo de una mecedora cuyo vaivén era un ir y venir entre el sol y la sombra. La voz del Boss cantando My Hometown te hacía tan feliz como la llamada inesperada de un viejo amigo, beber una copa color atardecer o subrayar sobre un libro frases que siempre te proponías no olvidar.
Yo me levantaba, me dirigía hacia el equipo de música y ponía esa canción, esta canción, tu canción. El aire circundante era entonces un aliado capaz de desenredar la amalgama que los recuerdos habían formado tras de ti, so tu mirada extendida y rasante hacia otros tiempos, otros días que pasaron por ella, por la misma mirada que siempre se perdía escuchando My Hometown.
¿Cómo atraparte ahí? ¿De qué modo llegar al final de lo que miras y eres? Rendido ante la imposibilidad de recorrerte, siempre optaba por el silencio. Y era mi silencio un silencio de humo o papelera vacía, de agua estancada o folio en blanco, sin que la escritura hubiera pasado aún por él deshaciendo su silencio albor, su silencio tan ofrecido como el mío en un intento ora inútil, ora desesperado, por ser elocuente, oíble, tocable.
Yo creo que acertaba, que agradecías mi palabra callada mediando entre tu nostalgia y este presente tuyo que soy yo. Que era: pretérito imperfecto. Como casi todos los pretéritos. Quizá te quedaste aquella noche, la primera de una serie numérica que mi cabeza siempre considera insuficiente y mi corazón necesaria, porque yo sabía callar cuando tú lo hacías. Y agradeciste el gesto haciendo el amor conmigo en aquella noche, la primera de tantas, que mi cabeza siempre considera necesaria y mi corazón insuficiente.
Nunca supe, en verdad, si tu amor hacía mí era un acto de gratitud, de renuncia o de necesidad. El mío, mi amor a tus manos desnudas y a tu cuerpo vestido, o al contrario, era un amor pusilánime: te amaba porque descubrí que me daba miedo el mundo sin ti. Y has de saber que nunca tuve voluntad ni condición de héroe. La mayor heroicidad (confundida por mis amigos con la palabra habilidad) que he conseguido hacer en la vida ha sido abrir una nuez sin romper su cáscara. Me sucedió en una ocasión. Luego, durante el resto de mi vida, en las demás ocasiones, he ido por el mundo con la mirada puesta más en mis pasos que en el horizonte. Y déjame que te cuente un secreto: no me gustan las nueces.
¿Acaso me equivoqué? ¿Acaso esperabas palabras con textura de tierra firme cuando te ofrecía mi silencio aéreo, aquel silencio incisivo sin quererlo, tan infantil como un niño que no sabe solucionar el entramado ideado por un adulto para envolver un caramelo? Sí, cabe la posibilidad de que cometiera ese error. El error, errar, no es un enigma dentro de la ecuación de mi vida, no es una x que haya de ser desvelada. Es una premisa plenamente asentada. Me sucede luego, qué le puedo hacer, que se me tornan anárquicas las Leyes de la Lógica y llego a conclusiones inusitadas, no moldeables, tan extrañas que siempre me parece que son las conclusiones, o la vida, de otro que no soy yo. Algún día de estos preguntaré a mi vecino, al expendedor de billetes de metro o al poeta transigente por si acaso son las de alguno de ellos. No quiero nada que no sea mío.
Es por eso que nada tengo.
Ayer compré una bolsa de nueces que he vaciado sobre la bandeja que uso como centro que decora la mesa del comedor. Hacía frío mientras atardecía. Me tomé una copa de aquel mismo color de la tarde y puse en el equipo de música esa canción, esta canción, tu canción. Encontré entonces tu mirada perdida dentro de mi pasado perdido. Pretéritos imperfectos. Recordé lo que no puedo olvidar: tus pechos con dureza y sabiduría de estalactitas, mis silencios acordes con mi falta de palabras, los resfriados contagiados y compartidos, tus libros subrayados, mis pies sobre una alfombra que nunca te gustó.
Pero la canción, como todo, concluye. Miro a mi alrededor. Sigo igual: cubierto de silencios, algo cobarde y con frío. Me pondré a practicar con las nueces. Talvez lo consiga de nuevo. De ser así, haré una fotografía de la cáscara no partida y sin embargo abierta. Es una forma más, como pudiera haber sido cualquier otra, de hacer algo tras haberme rendido ante la imposibilidad de recorrerte.
Y callo. Y enciendo la calefacción. Y continúan las nueces sin gustarme. Y vuelvo a escuchar esa canción, esta canción, tu canción.
La canción que siempre empieza. La misma canción que ahora, conforme terminas de leer, también va concluyendo, aminorando su volumen…tu canción.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Destino final



Al tibio amparo de la dos catorce nos sorprendió aquel amanecer deslenguado tras la pleamar, tras tus palabras de vino y mar y las mías como azumbre y sal, tras tu cuerpo dormido junto al mío cansado, tras cortinas que se nos olvidó echar y sobre el resto de preposiciones que íbamos acariciando antes de hacerlas encajar entre frases, cabe los besos dados, contra el frío vencido, según éramos incapaces de distinguir la noche de la necesidad.
Nos cogía cerca aquel hostal inundado. Acaso el que vinimos a inundar. Tubos de neón simulaban el color amarillento y usado de sus paredes. En la recepción, un tipo calmado que dormía con los ojos abiertos nos dio la llave de aquella habitación, la dos catorce, que tan lejos nos quedaba aún, a un par de minutos, a un par de pisos, a un par de cuerpos, los nuestros, aún vestidos, codiciosos, tan recientes que ni siquiera se habían descubierto, tan nuevos que parecían arcilla no endurecida, moldeable, moldeables los cuerpos que hace unas horas no se conocían, se ignoraban, se nutrían con otros cuerpos que luego fueron irrelevantes, inútiles, descartados.
Coincidencias. El mundo, la vida, es una ecuación irresoluble, un campo donde arraiga el azar, donde el destino es una excusa para que en la sobremesa se mantenga un clima, una conversación anodina que de la nada viene y a la nada va.
El azar. Cuáles han sido tus pasos antes de subir a aquel autobús cuyo destino era el mar. Por qué iba desocupado el asiento que estaba junto al mío. Dónde hemos estado hasta hoy, hasta hace un rato, hasta que pedimos la primera copa en el primer bar que vimos abierto, hasta que supimos que ambos fumamos y a ambos nos gusta reír más que llorar. A salvo aquel que suponía la estación final de un autobús sorprendente, no hay destino alguno que fuera un lazo inaplazable. Es el azar, sólo el azar, no más que el azar.
Somos hoy, tú y yo, en el interior cálido de esta habitación usada, el resultado de movimientos azarosos, inconexos, desgajados, unidos. Dónde estabas ayer. Por qué te he encontrado hoy dentro de un verbo conjugado en presente, qué libros te gusta leer y qué has pensado mientras yo te acariciaba, te descubría al fin, calmaba mi sed antes de que saliera el sol. Que el sol no da de beber.
Te miro dormida a mi lado. Hemos pasado la noche haciendo el amor y quizá nos conozcamos algo mejor. Estoy cansado y, sin embargo, no puedo dormir. Ni siquiera creo que quiera hacerlo. Miro sobre la mesita de noche el llavero que tiene grabado un número, el dos catorce, el que corresponde a esta habitación que te acoge desnuda y tranquila, suavemente despeinada, con olores húmedos que te rodean sin inquietarte, como mis brazos también procuraron.
Te miro y recuerdo aquella canción que tantas veces he cantado. ¿Seremos un triste amor mal nacido? ¿Llegaremos a ser condenados? ¿Quién eres? Dime quién eres…
¿Tenemos la misma edad? Imagino que despiertas y tardas un segundo en saber dónde estás, en reconocerme. Es normal: un segundo es todo el tiempo inmenso que ha pasado desde que nacimos hasta este preciso instante. Buscaré una sonrisa que te tranquilice.
Me he enamorado de ti y luchar contra el azar es tan innecesario como triste.
Tengo tiempo. Duerme. Ya me contarás.

lunes, 15 de noviembre de 2010

De los sueños y la Voluntad III



Cuando ambos coinciden, los sueños y la Voluntad, digamos que se nota, que se ven resultados, que las horas no pasan inútiles, que cunden y todo eso. Y en ello estoy desde hace un par de semanas: haciéndolos coincidir. Algún día, ignoro si lejano o no, tendrán esa coincidencia entre sus manos. En ello pongo mi empeño y empeño mi palabra.
Sin embargo, le gusta a uno dejarse llevar. Hablo por teléfono con mi querida e imprescindible Marisa, a quien considero mi hermana, de quien no tengo palabras para explicarles cuánto llego a quererla, y me dice que a ver cuándo actualizo mi blog…ahora que ella se ha sumado a mis lectores voy y la dejo, digamos, algo tirada.
Como me gusta cumplir sus órdenes, aquí estoy. Desde temprano, me he puesto al día en la mayoría (no sé si todos) de los blogs amigos y ahora, una vez cumplido ese placer, me siento en este salón de mi casa, que es la de todos, por aquello de escribir. Y escribo, como siempre.
Sospecho que mi Voluntad se ha dado por aludida en las dos entradas anteriores que ella ha protagonizado. Ha pagado lo que tuviera que pagar allí donde vacacionara (el ordenador subraya incorrección en el uso de ese verbo. Se equivoca. También lo hará si escribo vacacionase. Efectivamente) y se ha venido conmigo. Y aquí la tengo, instalada. Y yo, agradecido.
Mis sueños me preguntan que quién esa señora que, recién llegada, se ha tomado tanta confianza que abre el frigorífico sin pedir permiso y zapea a su antojo. Yo les digo que no se preocupen, que es buena amiga a quien no tengo el gusto de conocer. Sorprendidos por semejante respuesta, que roza con la estupidez, les sonrío y aclaro. O añado: a quien no tengo el gusto de conocer en profundidad, pero todo se andará. Me cae bien.
Anoche, mientras en el duermevela tertuliaba con mis sueños, charlaba con ellos y discutíamos sobre cada uno de sus pros y sus contras, entró mi Voluntad en el dormitorio y me obligó a levantarme. Cuando le pregunté qué quería, si necesitaba algo, si tenía frío y venía a acostarse conmigo, si podía ayudarla de algún modo, me dijo que no, que estaba bien, que en verdad estaba perfectamente y que eso significaba que había que aprovechar el momento. Me obligó a levantarme y juntos superamos las cien páginas de algo que voy escribiendo. Más o menos un tercio del total, calculo.
En las dos entradas anteriores dedicadas a los sueños y voluntades, concluí confesando que ignoraba hacia dónde me llevaban aquellas palabras escritas prácticamente sin pensar. No puedo concluir ésta del mismo modo: aquellas dos eran un llamado que ahora ha devenido en real. Imploraba, acaso sin saberlo, la ayuda de mi Voluntad tan frágil en apariencia, tan viajera y vagabunda. Y sí, ha acudido. Por aquí anda, un tanto mosqueada desde hace unos minutos porque vuelvo a escribir una entrada en mi blog. Algo para lo cual ella no ha venido. Se tendrá que joder (con perdón): mando yo. El blog es tan irrenunciable como lo son mis blogueros. Mando yo, no hay más que decir.
Tras superar las cien páginas, los sueños me llamaron. Nos miramos mi Voluntad y yo y acordamos que estábamos algo cansados. Nos fuimos a la cama. Mis sueños le gastaron bromas a mi Voluntad. Parece que comienzan a llevarse bien.
Creo que fui feliz soñando que mi Voluntad soñaba con sueños que yo sueño cuando sueño que sueño con alguno de los mismos sueños con los que mi Voluntad sueña cuando yo sueño que Ella sueña con sueños…
Y el caso es que continúo feliz.