Las palabras, sí, pueden herir. Acabo de saber que mi futuro hijo será una niña. Estoy feliz, soy feliz, quería una niña. Un embarazo está lleno de lugares comunes, todos decimos siempre lo mismo: "no te pongas tacones", "no comas jamón", "si la cara de la madre es así es niña y si es asá es niño", bla, bla, bla. Y el lugar común más frecuente, que es donde voy: "da igual que sea niño o niña, lo importante es que venga bien". Por supuesto que es importante, sobre todo por el bebé, porque nosotros, los padres, lo querremos de cualquier modo. ¿O no?
Pero las palabras son peligrosas. ¿Qué pasa si no "viene bien"? ¿Qué significa eso: que "viene mal"? ¿Con defecto de fábrica, digamos? ¿Un niño que nace, por ejemplo, con Síndrome de Down o con alguna discapacidad es un niño que ha venido mal? Que alguien me lo explique bien antes de que me cabree, por favor. Es más, ni siquiera estoy de acuerdo en que unos padres tengan que redoblar su esfuerzo cuando el bebé nace con alguna discapacidad: el esfuerzo de unos padres, al ser infinito, es siempre suficiente. Pensar así es discriminar a un niño antes de que nazca.
Los niños, por cierto, no vienen: llegan. Y lo hagan como lo hagan, nos inundan con su luz. Se dice que un niño recién nacido ve la luz, pero no, la luz la vemos nosotros cuando aparecen. Lola y yo veremos la luz de Adela dentro de unos meses.
Ah, que la niña viene bien...tranquilos todos.