Por imperativo laboral, contra el hábito, Lola y yo no trabajamos juntos en la tarde de ayer: a ella le tocó trabajar, a mí descansar (hoy será al contrario). Esto me permitió estar toda la tarde con mi hijo Domingo (Adela se quedó con su abuela).
La comenzamos viendo una película que a mí terminó entusiasmándome y que a mi gordito, por momentos (los momentos en que no me estaba dando la vara), también: Vicky el Vikingo.
Nos arreglamos luego, a eso de las cinco, y nos fuimos al parque. Una vez allí, llamé a la abuela para que viniera con mi reina. Me vio la pequeña desde lejos, vino hacia mí como en un anuncio de esos en que dos amantes corren al encuentro por la orilla del mar y, al llegar a mi altura, pasó de largo corriendo hacia el columpio en el que ya estaba su hermano. En fin.
De todos modos, no quedó mal la escena: Adela se dio cuenta del estado depresivo en el cual había quedado su padre y, antes de llegar al columpio, dio media vuelta y, entonces sí, se tiró en mis brazos para darme sus indescriptibles besos de amor, que así hemos dado en llamarlos. Un buen rato de parque y columpios con ambos. Como de esos ratos muchos no tengo, nuevamente por imperativo laboral en mi caso, por colegial en el de ellos, los saboreo desgranando cada segundo que pasa. Cuando Adela ríe, yo sé qué es lo que merece la pena en la vida.
La abuela tenía un compromiso, se fue con la niña y Domingo y yo volvimos a quedar solos sobre las siete de la tarde. ¿Qué hacemos, chiqui? ¿Damos un paseo?, ¡Vale! ¡Y hablamos!, Claro, chiqui, y hablamos…
Así que comenzamos a caminar. En todos los escaparates se detenía el señorito, de todo tenía una pregunta y yo, al menos hasta ahora, para todo tengo una respuesta.
Mis paseos siempre tienden a un mismo lugar: una librería que me queda más o menos cercana. Hasta allí llegamos. No puedo comprar libros en estos días porque pronto están al caer los regalos navideños y todos (todos los que tienen a bien pensar en mí a la hora de un regalo) saben que son los libros los únicos detalles envueltos que verdaderamente me ilusionan. Así que, para no fastidiar, me fastidio yo sin comprar mientras espero que vayan cayendo. Por no adquirir alguno que luego me vaya de nuevo a encontrar, es obvio. Lola me tiene absolutamente prohibida la compra de libros en diciembre. Sí cayeron un par de coches (para Adela tenemos que comprar otro, papi, que si no llora) en miniatura que eligió Domingo. Coches de la Guardia Civil elegidos por él sin influencia alguna por mi parte. Ni para bien, ni para mal.
Frente a la librería, hay una floristería. Parece que vivo en París, ¿verdad? Allí entramos a comprar una bellísima Flor de Pascua, que aún no teníamos este año. Y camino de vuelta a casa.
Un camino lento porque Domingo, aprovechando que su padre tiene algo de experiencia radiofónica, se empeñó en que fuera retransmitiendo, según maneras de la radio deportiva, sus hazañas por un pequeño borde saliente de una valla de un colegio que, si bien tendría unos veinte metros de longitud, su buen cuarto de hora nos llevó dejarla atrás. A todo esto, el contacto telefónico con Lola jamás fue olvidado. Un contacto telefónico casi adolescente, la verdad.
Entramos en casa sobre las ocho y media de la tarde. Baño al niño. Lo dejo estar a sus anchas en la bañera un buen rato. Lo saco y lo seco. Le hago una foto recién peinado para enviarla al móvil de la madre y hacerle, de ese modo, menos tediosa la jornada laboral. Le preparo la cena. Se la doy yo porque está muy cansado (Domingo es de siestas de tres horas y hoy no la ha tenido). Le digo que me espere en el sofá, que me voy a poner el pijama. Y así, en pijama los dos y calentitos en la estufa, Domingo se queda dormido sobre mi brazo a las nueve y media de la noche.
Llamo a Lola. Charlo tranquilamente con ella. Quedan tres horas para que llegue a casa, donde aparecerá tras haber recogido, dormida ya, a mi querida Adela, mi reina.
Cojo un libro que estoy releyendo con devoción: “Filomeno, a mi pesar”, de ese escritor enorme que llamose Gonzalo Torrente Ballester. Hace algunos días, Antonio Muñoz Molina (otro enorme) escribía en su blog que le pedimos a la literatura que nos dé algo más que literatura. Inesperadamente, el libro mencionado de Torrente Ballester me dio este párrafo: “Imaginé que, cuando se es hijo de un padre de los corrientes, ni senador, ni viudo, ni hombre importante, el padre nos lo da todo hecho, con un pequeño margen de libertades que se emplea en pillerías veniales, y sólo cuando se acaba la función del padre empieza la verdadera libertad, que consiste en hacer lo que uno desea, pero sabiendo previamente lo que puede y lo que debe desear”.
Dejando aparte esa gran definición de la libertad (de la única posible una vez asentamos que la libertad es imposible), me pregunto cuándo concluirá mi función de padre, si habré sabido darle a mis hijos lo que sin pedir me piden. Si sabré hacerlo bien y, por tanto, si lo habré hecho bien.
No lo sé. Dejo de planteármelo casi inmediatamente. Abro un vino. Me pongo una copa. Sigo leyendo hasta que llega Lola, quien se alegra al ver la Flor de Pascua sobre la mesa. Adela viene dormida en sus brazos. Las miro. En mi retina aún quedan restos de lo que he sido durante toda la tarde: un niño libre y feliz.
Mi memoria es lo suficientemente bondadosa como para permitir que, en su interior, cohabiten y coincidan, beban y duerman juntos, los olvidos imposibles y los recuerdos necesarios. O viceversa: los olvidos necesarios y los recuerdos imposibles. En cualquier caso, soy poco más que lo que nace de la conjunción de ambos.
martes, 14 de diciembre de 2010
Una tarde distinta
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18 comentarios:
Inmejorable crónica de un día en que no te pasó nada pero te pasó todo. Lo del columpio, genial.
Lo estás haciendo bien, J. Lo que yo te diga.
Ridao: gracias, R. de mis entretelas. Si tú lo dices yo me lo creo. Y quedome tranquilo. Abrazos.
Menalcas: tú sabrás por qué lo hiciste, querido amigo. A eliminar ese comentario tan generoso y maravilloso que habías escrito me refiero. Un fuerte abrazo, desde los columpios compartidos.
Ha sido una delicia leer esa tarde de amor entre columpios. Te quedan muchas tardes por saborear. Luego pasado el tiempo queda un regusto aún más dulce. Luego pasado el tiempo, un día te das cuenta que sin haber dejado de ser padre, ellos han dejado de ser hijos a la manera habitual. Cada día reclaman menos tu atención, no necesitan que les empujes el columpio, ni que les leas un cuento antes de dormir (yo lo hago cada noche con mi pequeño con Lucas. Te das cuenta que nunca dejarás de ser padre aunque los paseos ya no retransmitan azañas, sino laaaargas charlas con una gran dosis de si te escuchan o están pensando en las musarañas. Pero te aseguro que cuando llega el día en el que se hacen su propia cena, incluso la tuya, cuando te piden consejo de mutus propio, cuando son ellos los que te ofrecen su ayuda, entonces, entonces piensas que algo has hecho bien seguro. Piensas en esas tardes de amor y les amas aún más si cabe. Perdona, es que me pusiste nostálgica o será la navidad, o será que mis hijos mayores ya son muy mayores y me parece que el tiempo no puede haber pasado tan deprisa.
Ojalá nos sigas regalando muchas tardes como ésta.
Un beso a los cuatro (a la abuela también, (qué sería de mi sin ella) y mis felicitaciones otra vez.
juanma, lo eliminé porque no estaba bien aprovechar tu entrada para hablar de mi, lo siento. Solo decirte que me has llevado a un tiempo en que yo también me sentía niño jugando con ellas. Y un consejo aprovecha esos momentos porque son únicos y tal vez lo mejores, y si tienes que ponerte enfermo una tarde de vez en cuando, hazlo. Un abrazo y gracias por estar por ahí.
Si a ser padre le pones sólo la mitad de corazón que te dejas escribiendo...ya me dirás tú cómo lo estás haciendo.
Hacía mucho que no iba al parque(los mios ya no lo hacen así)gracias por llevarme, Juanma. Y un beso.
Todo un clásico el ambiente musical para esta preciosa entrada,yo la asumo entre otras cosas como los cambios que a veces son para mejorar,un padre moderno que comparte momentos que otros se han perdido con sus hijos,las escenas entrañables un día como cualquier otro, pero diferente cuando media el amor y el compromiso,la compañía real y total en todos los sentidos.
Un abrazo padrazo!
Tu habilidad para desmenuzar los detalles de lo cotidiano los eleva a ritual. Eres fantástico.
Un beso.
Tu grandeza está en dar peso a lo liviano y levedad a lo pesado.
Fantástico traje casto y sencillo.
Besos puros a los cuatro artífices de tan bella estampa.
Una tarde normal, a Dios gracias
Un abrazo
Siento ser prosaico, porque es que a demás con este texto no pega, pero hijo uno es así a veces: has pasado del monólogo interior al género del guión cinematográfico. Y además es de puta madre. Soltura, siempre soltura en lo que escribes.
Fuera del terreno literario, aprovecha el momento, luego te querrán también -claro-, pero de otra manera. Los momentos en la vida de un hijo son irrepetibles.
Un abrazo.
A mí me parece que lo que se ve claramente entre estas líneas es la existencia de un un buen hombre y un buen padre. Eso es mucho.
Felicidades.
Carmen: recibirá ese beso la abuela. Gracias siempre por tus palabras. Besos.
Menalcas: me encantó aquel comentario y me encanta éste, créeme. Siempre gracias. Abrazos.
Blimunda: a ser padre, como todos los padres, le pongo una potencia infinita de mi corazón. Besos.
América: al lado de los pequeños, todo es entrañable, ¿no te parece? Besos.
Paloma: no sabes, querida mía, lo que me gusta lo de ritual...que uno es de costumbres que son así, rituales. Besos.
Mi querida Adela: mientras la escribía, sabía perfectamente que esta entrada es de las tuyas. Pues eso, Kundera duerme tranquilo, libre y feliz en los estantes. Besos.
Capitán: sí. Y rutinaria. Benditas ambas, la normalidad y la rutina. Un fuerte abrazo.
Fernando: aprovecho todo lo que puedo, querido mío. Eso seguro. ¿Abandono del monólogo? Ya verás, ya...Abrazos.
Olga: si eso es así, querida Olga, eso es para mí lo más. Gracias y besos.
Un niño libre y feliz, es el resultado de ese conjunto de hábitos llamado rutina. El carácter de distinto, lo otorgan los involucrados. Un padre emocionado, un hijo, hija, seguro entre sus brazos, el Amor, que nunca se expresa de la misma forma y cada vez nos hace tocar el cielo con las manos.
Para el resto, el tiempo tiene la palabra. En esas acciones que se repiten, día tras día, está la magia de la vida, de criar seres humanos que perseguirán por el resto de su existencia, esos sentimientos.
Besos, Besos, y más Besos Querido Juan Manuel.
Tierno, como son las cosas cuando son de hijos y padres. Como debe ser. Me dio mucha gracia lo de correr en camara lenta y con los brazos abiertos el uno hacia el otro. Mi hija y yo lo haciamos tanto que cuando vimos Madagascar (esa escena donde Martin y Alex corren a encontrarse, parodiando) empezamos a hacerlo llamandonos ella Martin, y yo Alex, o viceversa.
Me emociona.
Un abrazo,
Niño tienes ese algo que se reconoce en quien ama a los suyos y es amado por ellos. Eres un hombre afortunado. Pero no sólo eso: tienes ese algo de quien sabe hablar de lo que siente, sin rubor, apreciándolo y haciendo que otros lo aprecien. Besos miles
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