El fallecimiento de Paul Newman ha reducido, de modo dramático, el número de hombres guapos que había en el mundo, lo ha dejado a la mitad. Con la marcha de Paul, me he quedado yo solo. Es una tremenda responsabilidad, pero no crean que me tiembla el pulso o que no puedo dormir. Pasar de ser número dos a número uno es algo que me motiva, aunque haya sido un ascenso provocado por la pérdida, tan triste, de mi colega.
Paul y yo nunca nos hicimos la competencia. Él siempre fue un buscavidas al que no le importó el color del dinero, forjó lo que llamaron la leyenda del indomable apagando un coloso en llamas con la misma naturalidad con la que cuidaba gatas sobre tejados de cinc. Nos gustaba coincidir en vacaciones para organizar lo que, para nosotros, era el golpe: timábamos a estafadores malvados que así lo merecían. Este año, aunque aún no habíamos decidido la víctima ni nos faltaban candidatos, íbamos a dar nuestro golpe en Sevilla, en la Casa Grande. El plan aún tenía flecos sueltos: tras la fechoría (que sería poco más que una travesura, no me mal interpreten), él quería huir aprovechando la velocidad del metro-tren-centro-tranvía, o como se llame, pero yo le decía que eso sería nuestro particular camino a la perdición. Lo llamé al móvil y le dije: “Mira, Paul, lo mejor es que salgamos pitando por la calle Zaragoza, bajemos por Reyes Católicos, crucemos el puente y nos perdamos por Triana. Búscalo todo en el Google, ya verás que es un buen plan. Y luego, ya a salvo, nos tomamos una cervecita en la calle Pureza o en Pelay Correa. O unas sardinitas en el chiringuito de la calle Betis, que te va a gustar”.
¿Sabes, Paul? Cuando vea sobre Sevilla el azul de su cielo, recordaré tu mirada. Te voy a echar de menos, viejo amigo, siempre me gustó pensar que tú y yo éramos algo así como dos hombres y un destino.
Paul y yo nunca nos hicimos la competencia. Él siempre fue un buscavidas al que no le importó el color del dinero, forjó lo que llamaron la leyenda del indomable apagando un coloso en llamas con la misma naturalidad con la que cuidaba gatas sobre tejados de cinc. Nos gustaba coincidir en vacaciones para organizar lo que, para nosotros, era el golpe: timábamos a estafadores malvados que así lo merecían. Este año, aunque aún no habíamos decidido la víctima ni nos faltaban candidatos, íbamos a dar nuestro golpe en Sevilla, en la Casa Grande. El plan aún tenía flecos sueltos: tras la fechoría (que sería poco más que una travesura, no me mal interpreten), él quería huir aprovechando la velocidad del metro-tren-centro-tranvía, o como se llame, pero yo le decía que eso sería nuestro particular camino a la perdición. Lo llamé al móvil y le dije: “Mira, Paul, lo mejor es que salgamos pitando por la calle Zaragoza, bajemos por Reyes Católicos, crucemos el puente y nos perdamos por Triana. Búscalo todo en el Google, ya verás que es un buen plan. Y luego, ya a salvo, nos tomamos una cervecita en la calle Pureza o en Pelay Correa. O unas sardinitas en el chiringuito de la calle Betis, que te va a gustar”.
¿Sabes, Paul? Cuando vea sobre Sevilla el azul de su cielo, recordaré tu mirada. Te voy a echar de menos, viejo amigo, siempre me gustó pensar que tú y yo éramos algo así como dos hombres y un destino.
5 comentarios:
Me habría gustado mas conocer a Marlon Brando. Ese tío tuvo que ser genial, un canalla pero con clase.
Lástima que se estén apagando tantas estrellas de Hollywood. Y lo peor es que sus huecos lo están ocupando las Paris Hilton y Britneys Spears de turno.... Cualquier tiempo pasado...
Saludos.
Una entrada muy sentimental. Me ha gustado mucho.
Vuelvo a repetirte que me encanta tu estilo a la hora de escribir.
Ahora bien... creo que de los hombres guapos solo se fue un tercio... creo que no os acordasteis de mi que hasta entonces era el tercero en discordia.
Coincido contigo. En pocos hombres se da esa mezcla de recia virilidad en los rasgos y, a la vez, de pureza y perfección. Un abrazo
Ciertamente esas estrellas que nos hicieron soñar están cayendo, es la ley de la vida, y algunos apuntan pero les queda por hacer...
Antonio
Va a parecer que soy reiterativa, pero es que me sorprende mucho como escribes.
Durante la lectura, toda la lectura, no he parado de sonreír.
Creo, adivino, que esa era tu pretensión.
Antonia J Corrales
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