Me gusta la madrugada, pero no me gustan los caramelos de miel.
Me gusta la noche cuando la noche llega a ese momento en el cual consigue textura de pomada y ritmo de parpadeo, de pulso débil, de cuartilla desdoblada sobre la que me pongo a escribir. Es entonces cuando todo adquiere una tonalidad de vino taimado, un sabor a cicatriz abierta o a mermelada agria, un tacto caduco y un olor a flor recién cortada en la penumbra fría de un jardín casero, público o elemental.
Pero no me gustan los caramelos de miel.
Me gustan las horas altas de la madrugada felina, sus habitantes desheredados, quienes ocupan una baldosa lucífuga en mitad de una acera y deciden obviar los acontecimientos del mundo, los sueños domeñados o civilizados, las esperanzas fértiles, las manos dentro de bolsillos que guardan restos de monedas, botones descosidos y palabras sueltas de consejos sensatos a los que jamás hicieron caso.
Pero no me gustan los caramelos de miel.
Me gusta transitar por calles preñadas de luna nueva o creciente, doblar esquinas que no conducen a lugar alguno, tomarme algo de una botella cualquiera en cuya etiqueta no aparezca como componente el agua, abrigarme con bufandas desiguales y sin etiqueta, aminorar el paso si ha bajado esa niebla con consistencia vegetal entre la que se ocultan putas desencantadas y borrachos a contratiempo, taxistas con un pitillo colgante, solitarios con insomnio y punzadas, poetas con hambre y sin un mal soneto que llevarse a la boca, turistas acorralados, perros con aluminosis en la mirada y gatos que maúllan como si tocaran un violín desafinado.
Pero no me gustan los caramelos de miel.
Conocí en una ocasión a una mujer con arañazos salvajes en el corazón que los ingería de par en par. Me recuerdan a ella, los caramelos de miel, y por eso no me gustan, porque hay recuerdos que son como un buril tan doméstico como torturador, porque quizá sentí por ella un sentimiento cercano al amor y procuro olvidar de vez en cuando, como si le hiciera la manicura a mi memoria, el adiós disfrazado de un hasta luego que me dejó prendido del pomo de la puerta, sobre mi ropa quitada y desordenada, tras las urgencias que nos hicieron coincidir y bajo el colchón que aún guarda la forma de su cuerpo a su paso por allí.
Aquella mujer se llamaba Marta y necesitaba los caramelos de miel para disimular el aliento omnívoro con el cual siempre la sorprendía el amanecer. Cuando yo le daba un beso y los buenos días ya no necesitaba desayunar. Luego se duchaba, se tomaba un café y me preguntaba qué hacía sentado en el sofá. Yo la miraba desde sus pechos hasta su pelo mojado y le respondía que se lo estaba poniendo fácil a la digestión.
Allí me quedaba, sentado en el sofá, hasta que la noche volvía a caer con cuidado sobre los barrios marginados de la ciudad. Y así, con la noche entre los dos, Marta se desnudaba y mis manos se abrían. Ninguno recordaba entonces los caramelos que ella tenía en el interior del bolso que siempre tardábamos tanto en encontrar a la mañana siguiente, cuando los sueños huían y la realidad se derramaba con tanta lentitud que parecía elaborada con la misma miel que contenían aquellos malditos caramelos.
Mi memoria es lo suficientemente bondadosa como para permitir que, en su interior, cohabiten y coincidan, beban y duerman juntos, los olvidos imposibles y los recuerdos necesarios. O viceversa: los olvidos necesarios y los recuerdos imposibles. En cualquier caso, soy poco más que lo que nace de la conjunción de ambos.
sábado, 26 de febrero de 2011
Diario de madrugada 1
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7 comentarios:
A mi tampoco me gustan los caramelos de miel. Ni de miel ni ninguno, pero sí me gusta, como a ti, el observar como se desenrosca la vida en la noche, sobre todo cuando empieza a romper el alba.
Saludos
Sencillamente magnífico. Esta vez soy yo la que me lo llevo para saborearlo. Eres un crack.
Besos con admiración.
A mí tampoco me gustan los caramelos de miel... pero me gustas tú. Qué dominio de las palabras, de los sentimientos propios o ajenos. De los pesares, de la vida... Besos miles, Juanma.
Tardas, pero cuando llegas deslumbras.
Me encanta tu prosa poética - repito, puritita poesía - ; ese divagar tan tuyo, por los sentimientos y por los recovecos del corazón.
Un abrazo grande por cuatro
Es un texto magnífico Juanma, y como bien dice paloma, es para saborear...besos enormes
Me encantas cuando nos cuentas las noches Juanmita poeta. Es precioso el texto. Triste y bello.
Un besito a los cuatro,
me fui a la radio para escucharte a la par que leía, me ha encantado. Un beso
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