lunes, 24 de octubre de 2011

Desnudo...una vez más



Llueve tras los cristales.

Tengo las ventanas cerradas y los libros alertas, la luz de un flexo encendida, macilenta, y la mirada que ha madrugado como acostumbra.

Jamás me gustó dormir.

Lo hago sólo durante cinco o seis horas cada día que va pasando y así, casi siempre despierto, voy dejando que la vida discurra como lo hace el agua de esta lluvia otoñal y deshojada tras los cristales: resbaladiza, sugerente, libre, dispersa, amable y limpia, caprichosa, elegante, acaso a nada de la rendición y siempre a bordo de un duermevela que a veces es maniqueo y otras veces conciliador.

Pocas veces hice lo que no me gusta y, por tanto, duermo lo inmediatamente imprescindible. Nada más. Mis primeros recuerdos lo son de angustias tan infantiles como existenciales porque tenía que irme a la cama y allí lo único que me esperaba era dormir: unas cuantas horas ajenas a la vida.

Soñar sí me gusta. Más de la cuenta y siempre despierto. Es cierto que no aparento la edad que tengo. A los cinco minutos de una charla conmigo, que ni siquiera necesitaría ser íntima o confesional, podría cualquiera aseverarlo. Yo sonrío con coquetería cuando me lo dicen. Pero hay momentos en los que esa sonrisa, sin que mi interlocutor caiga en la cuenta porque la tengo bien ensayada, es forzada.

O inútil: a mí, esa sonrisa detallada, no me engaña.

Hace pocos días que puse un punto y final. El de una novela escrita durante unos meses que han pasado con turbulencias. Un punto y final es, también, una metáfora o una necesidad. Un punto y final nunca se escribe de un modo inocente.

Ahora imploro una recuperación y una vuelta a empezar.

Me lo tomo con tranquilidad. Que no aparente mi edad no significa, obviamente, que no la tenga. Y para algo sirve: para no tener ganas de sufrir y, acaso, para saber cómo evitar el sufrimiento. El propio y el de los demás.

Difícil hazaña. Ir por la vida empeñado en no hacer daño a nadie suele reportar la consecuencia contraria: quien más, quien menos, sale herido. Y más cuando la torpeza o la mentira han campado a sus anchas, desatadas, casi irreprimibles.

Pero debo decir que la vida, al menos hasta la fecha, no tiene bemoles para vencerme. Supongo que algún día llegará una derrota. Pero no es hoy ese día que agazapado andará esperándome en algún recodo del calendario.

No, hoy no.

Lo único que sucederá hoy, dentro de unos minutos, en cualquier momento y de repente, es que llenaré mis pulmones con el olor renovado de la tierra mojada y eso sólo significará que hay que continuar porque está lloviendo, porque puedo y quiero respirar y porque tengo ganas de vivir.

Hace unos cuantos años que la vida puso a mi lado a una mujer sencillamente extraordinaria. Está aquí, conmigo, sin condiciones y atenta, entregada y fuerte, mirándome por si necesito su ayuda y llorando si no acierta a ofrecérmela. Te debo una entrada, mi Lola, bien sabes que te la debo...pero esta, hagamos las cosas con orden, tenía que aparecer antes. Me la debía a mí mismo para que la tuya no llegue sombreada o emborronada al papel que la contendrá.

Hoy es un maravilloso día de otoño. Balada de otoño...llueve, detrás de los cristales llueve y llueve.

Hoy no será el día de mi derrota.

Y mañana tampoco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaria aprender de ti, eso de valorar a quien tienes contigo, yo lo intento pero casi siempre acabo valorando lo que aun no tengo. Se que hago mal, pero no se como se hace mejor. gracias por la entrada es magnifica como siempre.

Lola dijo...

No me debes nada, ya me has dicho todo en esta entrada que tanto dice de ti .

Te quiero!

Lola

Lola Montalvo dijo...

Se te ve triste... puede que llueva tras los cristales, pero ¿y en tu corazón?
Me da cosilla leerte tan...
Pero ya llegarán tiempos mejores... o eso es lo que me dicen a mí cuando me desespero. Y siempre me lo dicen personas que no sufren.
Eso sí en mis palabras va mi corazón y mis mejores deseos para tu tristeza.
Besos miles